¿UN POPULISMO ECOLOGISTA?
Programa televisivo “Salvados”, 26 de octubre
de 2014; Jordi Évole le pregunta a Pablo Iglesias si aplicar políticas
expansivas para salir de la crisis no equivale a incentivar el consumismo, a lo
que Pablo le contesta: "no se puede hacer
una enmienda a la totalidad del sistema; tú y yo nos podemos poner de acuerdo
en que el capitalismo nos conduce al desastre ecológico, pero ahora lo
importante es dar de comer a la gente". Este revelador
intercambio se produce además en Ecuador, país líder en redistribución de la
riqueza; riqueza que sin embargo sigue vinculada a la lógica extractivista. No
en vano el presidente Correa ha llegado a acusar a los críticos con la
extracción de petróleo en la selva de "causar el caos" y difundir
"mentiras".
Siguiendo este hilo
argumental, ¿concluiremos pues que Podemos
es otro afiliado más a la Iglesia del Crecimiento, fiel devoto del aumento del
PIB como remedio universal de todos los males? No, es más complejo. (…)
El ecologismo político y
concreto tiene potencial para ser popular. A mi entender Pablo Iglesias debería
haber contestado que es tan urgente salir del abismo como hacerlo sin poner en
contradicción justicia social y medio ambiente. Es decir, que para “dar de comer a la gente”
no sirve dar pan para hoy y hambre para mañana; y que el pan y las rosas se
llaman hoy justicia ambiental. Pero en lugar de eso parece remitirse otra vez a
la idea de las etapas. Si antes necesitábamos la dictadura del proletariado
para llegar algún día al paraíso comunista, ahora parece que necesitamos el
crecimiento capitalista regulado para llegar algún día a un Estado del
Bienestar ecológico, autogestionario y, por fin, relajado. Y sin embargo, hay
al menos dos elementos que cuestionan este enfoque, sin negar por ello lo que
también tiene de razonable.
El primero ya cansa de tanto
repetirlo, pero desgraciadamente es cada vez más real: la urgencia. No hay
tiempo para una adaptación lenta y progresiva al cambio climático, al declive
de materias primas cruciales o a la pérdida de biodiversidad. No es una
opinión, es un consenso científico. Y es irónico que en una civilización que
pone a la ciencia en un altar este consenso en concreto sea tan poco escuchado.
Lo segundo es que el ecologismo no pide una “enmienda a la
totalidad” sino que el camino se haga al andar. Ya dijo Albert
Einstein que no se puede resolver un problema usando el mismo estado de
conciencia que lo creó. Esa nueva conciencia es el hilo invisible que une
fenómenos dispares como el consumo colaborativo (el de verdad, no el de
alquilar a particulares), las leyes contra la obsolescencia programada que se
están debatiendo en Francia o los circuitos cortos de distribución alimentaria
que proliferan por todo el territorio.
Tal vez ha llegado el
momento de resignificar la "austeridad" y crear un nuevo contrato social
basado tanto en el afán de supervivencia como en el deseo de igualdad. El trato
vendría a ser: vamos a garantizarnos entre todos los bienes comunes básicos:
agua, energía, vivienda, trabajo, comida, cultura... y a cambio nos vamos
quitando de los caramelos que se están cargando ahora el planeta. Pero para
llegar a eso hay que empezar a desconstruir las nociones convencionales de
valor, capital, inversión y riqueza, que no son útiles en esta tarea. Y a
popularizar que los almacenamientos más importantes de valor futuro no son las
urbanizaciones fantasma o las bolsas de gas de esquisto, sino el suelo fértil
con un alto contenido de humus; los bancos de peces, los reservorios de agua o
las construcciones solares pasivas.
Arnau Monsterrat, “¿Podemos
aspirar a un populismo ecologista?”, blog Última
llamada en eldiario.es, 25 de
diciembre de 2014; http://www.eldiario.es/ultima-llamada/Podemos-populismo_ecologista-justicia_ambiental_6_338826121.html
¿No es el “colapsismo” una perspectiva
apocalíptica?
Probablemente
vayamos hacia un colapso, dicen algunos compañeros y compañeras, pero mejor no
hablar de ello, no sea que nos desanimemos demasiado –o nos sumamos en el pozo
de la depresión… Ahora bien, si pensamos –como argumenta Luis González Reyes y
como yo mismo he defendido muchas veces—[1] que
en una perspectiva estratégica necesitamos convencer
a la sociedad de que nos hallamos en una situación de emergencia, un
“estado de excepción” histórico, y para ello necesitamos romper la ilusión de la normalidad, tratar de desacostumbrarnos
para no percibir lo dado como “normal”, de forma que lo anómalo y monstruoso
pueda ser visto como tal –entonces no podemos dejar de tematizar estas
cuestiones. ¿Es que no vamos a ser capaces ni del menor nivel de aprendizaje por anticipación?[2]
El colapso de una sociedad no supone
necesariamente un apocalipsis o el final del mundo. Es el final de un mundo, y luego vendrán otros:[3] eso
convendría tenerlo claro. Reparemos en la siguiente consideración elemental: el
mundo de nuestros abuelos o tatarabuelos, energéticamente, se hallaba más o
menos al nivel al que puede conducirnos el inevitable descenso energético a lo
más tardar en la segunda mitad del siglo XXI. Y en aquel mundo nuestros abuelos
vivieron, lucharon y amaron…[4]
Fernando Savater ha recordado en alguna ocasión la broma de Víctor Hugo, quien,
cuando le preguntaron si temía el día postrero universal, repuso: “¿El fin del
mundo? Eso ya ha pasado muchas veces.”[5]
Colapso,
dicho en pocas palabras, significa una reducción rápida de la complejidad
social, una disminución del trasiego de energía y de materiales, fenómenos de
des-diferenciación...[6] Esto
es algo que no sería necesariamente muy negativo en ciertas circunstancias
sociales y materiales: las sociedades muy igualitarias, muy cooperativas y muy
resilientes podrán responder mucho mejor a los colapsos que vienen.[7] Esto,
por cierto, ya indica vías muy importantes de re-construcción y
auto-construcción social para hoy mismo.
[1] Luis González Reyes, “Reflexiones estratégicas entre
cumbres climáticas y elecciones, para tiempos de colapso civilizatorio”,
publicado el 5 de diciembre de 2015 en http://www.15-15-15.org/webzine/2015/12/05/reflexiones-estrategicas-entre-cumbres-climaticas-y-elecciones-para-tiempos-de-colapso-civilizatorio/; Jorge Riechmann,
Un mundo vulnerable (segunda
edición), Los Libros de la Catarata, Madrid 2005, p. 56-57.
[2] Vale la pena evocar aquí un texto del año 1979: el
informe sobre el aprendizaje del Club de Roma. Ahí se distinguía entre aprendizaje de mantenimiento, aprendizaje
por shock y aprendizaje innovador. El aprendizaje de mantenimiento es
fundamentalmente adaptativo. "Tradicionalmente, las sociedades y los
individuos han adoptado un modelo de aprendizaje de mantenimiento continuo,
sólo interrumpido por breves períodos de innovación, en gran medida estimulada
por el impacto de acontecimientos externos. El aprendizaje de mantenimiento es
la adquisición de criterios, métodos y reglas fijos para hacer frente a
situaciones conocidas y recurrentes. (...) Es el tipo de aprendizaje concebido
para preservar un sistema vigente o un modo de vida establecido" (James
Botkin/ Mahdi Elmandjra/ Mircea Malitza: Aprender,
horizonte sin límites. Santillana, Madrid 1979, p. 30). Es un tipo de
aprendizaje estabilizador, conservador, que se centra en la búsqueda pautada de
soluciones para problemas cuyo planteamiento no se problematiza.
Al
aprendizaje de mantenimiento lo complementa el aprendizaje por shock, el
aprendizaje inducido por una conmoción violenta que traumáticamente nos impone
la necesidad de cambiar nuestras ideas o nuestras prácticas.
"A lo largo de la historia, la escasez,
emergencia, adversidad y catástrofe repentinas han supuesto la interrupción del
flujo de aprendizaje de mantenimiento, a la vez que actuaban -dolorosa si bien eficazmente-
como maestros en última instancia. Incluso hoy en día, la humanidad sigue
esperando que se produzcan acontecimientos o crisis que catalicen o impongan
este importantísimo aprendizaje por shock (aprendizaje violento). Pero la
problemática mundial introduce cuando menos un nuevo riesgo: la posibilidad de
que el shock sea fatal" (p. 31).
¿Qué
opción queda entonces? "Para la supervivencia a largo plazo, en especial
en época de agitación, cambio o discontinuidad, hay otra modalidad de
aprendizaje aún más esencial si cabe. Es ese tipo de aprendizaje que puede
aportar cambio, renovación, reestructuración y reformulación de problemas al
que llamaremos aprendizaje innovador"
(p. 31). Allí donde el aprendizaje de mantenimiento es fundamentalmente
adaptativo, el aprendizaje innovador es fundamentalmente creativo, y se
caracteriza por los dos rasgos básicos de la
anticipación y la participación. "La esencia de la anticipación radica
en seleccionar acontecimientos deseables y tratar de alcanzarlos, en eludir acontecimientos
no deseados o potencialmente catastróficos y en crear nuevas alternativas. A
través del aprendizaje anticipador el futuro se introduce en nuestras vidas
como amigo, no como ladrón" (p. 34).
Mientras
que la anticipación fomenta la solidaridad en el tiempo de quienes la
practican, la participación crea solidaridad en el espacio. Allí donde la
anticipación es sobre todo una actividad mental (de creación de futuros
posibles y deseables), la participación es una actividad social: "La participación
consiste en desempeñar papeles. Para evitar la adscripción a un papel dado, se
debe estar en condiciones de abordar la mayor gama posible de papeles" (p.
57).
La
alternativa que se nos planteaba con crudeza ya en los años setenta del siglo
XX es la siguiente: ¿puede la humanidad, colectivamente, aprender a trazarse su
propio destino, o bien el futuro vendrá determinado por una sucesión de crisis
y catástrofes cada vez más incontrolables y devastadoras? Lo que proponía este
informe al Club de Roma, como una de las estrategias necesarias para intentar
dar un vuelco a la situación, era pasar
de un modo de adaptación inconsciente a uno de adaptación consciente (p.
39).
[3] En el peor de los casos
para nosotros, mundos sin seres humanos: pero incluso entonces seguirá adelante
en el tercer planeta del Sistema Solar la vida, que –como he argumentado muchas
veces- es extraordinariamente resiliente… Y por otra parte, no deberíamos nunca
perder de vista que los seres humanos somos extremadamente adaptables. Lo
exponía así Rosa Montero:
“Hace años, la estupenda periodista Christine Spengler me
habló en una entrevista de cómo las sociedades se adaptaban a lo que fuera. En
el Beirut martirizado por la guerra ella vio caer una tarde el enésimo
bombardeo, y segundos después de que estallara la última bomba, antes de que se
posara el polvo del destrozo, volvieron a salir de sus agujeros los vendedores
ambulantes de relojes y de ramos de azahar, voceando imperturbables su
mercancía. Esa misma impasibilidad es la que advierto en nuestro país ante una
realidad moralmente aberrante. Nos enteramos de que Marta
Ferrusola le decía al banco andorrano “soy la madre superiora de la
congregación, traspasa dos misales” para ordenar movimientos ilegales de su
fabulosa e ilícita fortuna y se diría que sobre todo nos entra la risa, cuando
lo que nos debería entrar es la voluntad más racional, más firme e implacable
de acabar con toda esta gentuza (…). Normalizar
lo anormal, eso es lo que hacemos los humanos, a veces de manera heroica, como
en Beirut, a veces de forma repugnante, como cuando nos acostumbramos a lo
inadmisible” (Rosa Montero, “Elogio de la marcianidad”, El País Semanal, 18 de junio de 2017; http://elpaissemanal.elpais.com/columna/rosa-montero-marcianidad/
).
[4] Nate Hagens ha manifestado
en alguna ocasión que “en realidad lo que afrontamos no es escasez de energía,
sino exceso de expectativas”. Entrevista de Nate Hagens con Chris Martenson
publicada en el blog de este ultimo, 2 de agosto de 2011: Transcript for Nate
Hagens: “We're Not Facing a Shortage of Energy, but a Longage of Expectations”,
https://www.peakprosperity.com/page/transcript-nate-hagens-were-not-facing-shortage-energy-longage-expectations
Pensemos
un momento: en un país como España, estamos usando unas 3 tep (toneladas de
equivalente de petróleo) de energía primaria por habitante y año (2’8 en el
promedio de España, 3’3 en Cataluña, 3’4 en el promedio de la UE-28, con datos
de 2009) (véase por ejemplo Institut d’Estadística de Catalunya, Cifras de Cataluña 2015; http://www.idescat.cat/cat/idescat/publicacions/cataleg/pdfdocs/xifresct/xifres2015es.pdf
). Ahora bien, ¡esto es una gran
sobreabundancia energética! Vivimos en sociedades que son “millonarias
energéticamente”, y eso –visto desde un ángulo ligeramente distinto- significa
que tenemos margen para usar mucha menos
energía y aun así vivir bien.
[5] Fernando Savater, “Sueño”,
El País, 1 de octubre de 2016.
[6] Atención, sin embargo, a
las puntualizaciones de Eduardo García Sevilla: “así como la energía
de calidad disponible condiciona la organización social tal organización
también condiciona el uso de dicha energía.
En otros términos, sería posible incluso un mayor grado de complejidad (no
entendida como crecimiento) con menos energía si ésta se usa con mayor
eficiencia. Desde esta perspectiva, la clave está tanto en la organización como en los recursos, pues los recursos
no son el único motor evolutivo (si no queremos caer en una posición
reduccionista)”. García Sevilla, “Menos puede ser más (complejidad)”, en
el blog The Oil Crash, 29 de
septiembre de 2017; http://crashoil.blogspot.com.es/2017/09/menos-puede-ser-mas-complejidad.html
[7] Para esto, el caso cubano
con su “período especial” tras el derrumbe de la Unión Soviética resulta muy
instructivo. Véase Emilio Santiago Muíño, Opción
Cero. Sostenibilidad y socialismo en la Cuba postsoviética: estudio de una
transición sistémica ante el declive energético del siglo XXI, tesis
doctoral leída en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Autónoma
de Madrid, 11 de enero de 2016. Luego sintetizada en su libro Opción Cero. El reverdecimiento forzoso de
la Revolución cubana, Catarata, Madrid 2017.
Jorge Riechmann. Otro fin del mundo es posible, decían los compañeros. Sobre transiciones ecosociales, colapsos y la imposibilidad de lo necesario. MRA Ediciones. 2019
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