Y
cuando en la interminable cola,
perdidos
ya todos tus derechos,
todos
empujan indignados:
blancos
primero, afros y chinos;
latinos,
indios y musulmanes;
para
que sus familias no sequen
sus
calcetines de zurcida rabia
al
viento rasante del metro
que
taja todas sus gargantas.
Y según
la fuerza de cada cultura
vas
entrando por una puerta diferente,
puede
que te admitan
por la
de inmigrante, la de turista
o por
la de business class sin demoras.
Y nadie
quiere ser el último.
Y nadie
quiere esperas.
Y
cuando por fin te regalan el visado
para no
volver nunca más a tus raíces,
a no
ser que llegues
en
carro alquilado de diamantes
que
admiren los vecinos,
te
enseñan su forzoso idioma
para
cargar contra todos tus antepasados,
que te
dejaron anchas palabras pero pocos dólares,
y todo
se reduce a sacar las automáticas,
escondidas
desde siglos
entre
tu castigada piel y las cuatro tallas más
de tus
vaqueros vencidos.
Y nadie
entonces se conforma,
porque no
queremos
que por
heterodoxos nos deporten,
pues
dentro de poco nuestra cultura
no
valdrá nada, y porque de todos modos,
te la
arrancarán del vientre
como
droga en la aduana.
Balbina
Prior. Memorial de Frontera. Trajin. 2018
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