Si fuésemos capaces de racionalidad
colectiva…
La
Gran Aceleración en la segunda mitad del siglo XX condujo al overshoot ecológico (en el decenio de
1980, más o menos). Este choque de las sociedades industriales contra los
límites biofísicos del planeta, esta extralimitación, es el tema de nuestro tiempo.
“Es
el momento de parar”, nos dijo el visionario artista canario César Manrique en
1985. Pero no paramos, al contrario: aceleramos todavía más… En 1986 sostenía
desde su isla que “Lanzarote está tocando techo, desbordada en el número de
automóviles y turistas…”[1] Pero
desde entonces la población residente de la isla casi se triplicó (pasando de
57.000 habitantes a 150.000) y el número de turistas anuales se multiplicó por
más de seis (pasando de 450.000 a más de tres millones).[2] E
igual que en este microcosmos canario, en el mundo del capitalismo globalizado
en su conjunto. En vez de parar, o ralentizar siquiera un poco, el capitalismo
fosilista aceleró todavía más.
La
respuesta racional frente a la crisis ecológico-social –si fuésemos capaces de
racionalidad colectiva– es la autocontención a todos los niveles, el “mejor con
menos”. Metamorfosis y autoconstrucción
decrecentista para sortear el colapso hacia el que vamos fatalmente
encaminados (o al menos lo peor del mismo).
Se
puede decir así: en el pasado, cada gran transformación (revolución) en el modo
de producción –comenzando por la Revolución neolítica– aumentó la cantidad y la
densidad de la energía usada por los seres humanos. Lo que necesitamos ahora –y
con extrema urgencia– es lo contrario: usar menos energía (y por ello vivir en
promedio con menos bienes y servicios, más localmente y más despacio). Esto
supone empobrecimiento, en un sentido importante de la palabra
“empobrecimiento” –aunque descendemos desde tan alto, en los países
sobredesarrollados, que podríamos decrecer mucho y aun así vivir bien en
términos materiales.
Pero
no se trata sólo –es obvio– de decrecimiento y vivir bien con menos. Reparemos
en cómo la palabra power, en inglés,
significa tanto “energía” como “poder”. La disponibilidad de energía puede
incrementar nuestros poderes-capacidades (y lo ha hecho históricamente), pero
también el poder de dominación. Vivir con menos energía, en sociedades tan
jerárquicas y brutalmente desiguales como las nuestras, significa también un
incremento de los conflictos sociopolíticos. La transición energética no
implicaría sólo ajustarse a los límites biofísicos del planeta Tierra, sino que
pone de inmediato sobre la mesa, con crudeza, las luchas contra la dominación y
por la emancipación humana.
El discurso del “decrecimiento feliz”
Insiste
desde hace años Albert Recio en que algo que se echa mucho en falta en todos
los movimientos críticos frente al capitalismo es “el diseño tentativo (pero
orientador y mínimamente creíble) de algún proyecto de sociedad viable y
deseable”.[3] Pero
¿no topamos aquí con una suerte de aporía? Si es viable, en el mundo real del overshoot ecológico que exigiría una
respuesta de autocontención (cuyos aspectos menos atractivos consisten en
contracción y empobrecimiento), no es deseable (para individuos socializados en
el capitalismo como nosotros); y si es deseable, no es viable (en términos de
sustentabilidad).
Hablamos
de “transformación verde” o de “transiciones ecológicas”, y esto suena bien.
Pero tendríamos que tener el valor de llamar a las cosas por su nombre: si no
nos hacemos trampas en el solitario, eso significa empobrecimiento.
El
discurso del “decrecimiento feliz” no es que sea engañoso,[4] pero
omite señalar algo importante: usar menos energía quiere decir hacer menos
cosas. Menos actividades de las que ahora apreciamos: turismo y viajes, sin ir
más lejos. Para sociedades enganchadas a las satisfacciones consumistas
compensatorias, esto supone un problema grave. “Viviríamos mejor”, es cierto
–pero sólo si un cambio cultural concomitante nos permite una Umwertung aller Werte (diríamos con
Nietzsche), una metamorfosis axiológica que sitúa la lentitud, la sobriedad, la
espiritualidad y el amor en el pináculo de nuestros valores.[5]
Aporía
Aporía:
las políticas posibles intramuros de la ciudad humana (el Green New Deal de Alexandria Ocasio-Cortez al que se suman Emilio
Santiago Muíño y Héctor Tejero con su libro ¿Qué
hacer en caso de incendio?,[6] o la
transición energética de Joaquim Sempere en Las
cenizas de Prometeo,[7] o las propuestas
de “crecimiento verde” de Robert Pollin:[8] todas
son variantes del mismo “100% renovables” de alta tecnología a toda máquina) no
entrañan la acelerada reducción de emisiones de GEI que necesitamos, ni
permiten dejar bajo tierra la mayor parte de los combustibles fósiles aún
existentes. No conducen a atenuar la tragedia climática ni a ralentizar la
Sexta Gran Extinción.[9]
Y
las políticas necesarias desde el punto de vista de Gaia (pero también desde el
interés general humano más allá del presente inmediato que desemboca en
colapso), es decir, las que propugnan los movimientos decrecentistas[10] o mi
ecosocialismo descalzo, implican un deliberado empobrecimiento colectivo
igualitario… que las hace aparentemente imposibles en la ciudad humana.
Lo
ecológicamente necesario es cultural y políticamente imposible. Y lo
políticamente posible no sale de la trayectoria mortal en la que nos hallamos:
ecocidio más genocidio. Lo que tiene potencial de mayorías no nos saca del
atolladero ecológico. (Es el modelo del borracho buscando las llaves bajo la
farola, en el chiste).[11] Y lo
que nos sacaría del atolladero ecológico no tiene potencial de mayorías…
Y
para completar la aporía: de todas formas, el empobrecimiento colectivo es
inevitable (por el agotamiento de los combustibles fósiles), pero todo indica
que caeremos en él de la forma peor: en el mundo hobbesiano que ya se prefigura
hoy.
[1] César Manrique, Salvemos la isla de Lanzarote, Fundación
César Manrique, Taro de Tahíche 2019.
[2] Esto ha sucedido al tiempo
que Lanzarote era declarada reserva de la biosfera, desde 1993. Desde aquel
momento hasta hoy, Lanzarote triplicó sus emisiones de dióxido de carbono,
pasando de 410.000 toneladas en 1993 a 1’2 millones de toneladas en 2017. La
isla cuenta con un parque automovilístico de más de 130.000 vehículos: casi uno
por persona y más de uno por conductor. Véase Saúl García, “Lanzarote triplica
sus emisiones a la atmósfera desde que es reserva de la biosfera”, Diario de Lanzarote, 14 de octubre de
2019; https://www.diariodelanzarote.com/noticia/lanzarote-triplica-sus-emisiones-la-atm%C3%B3sfera-desde-que-es-reserva-de-la-biosfera
[3] Albert Recio: “Marxismo
para el siglo XXI: algunas reflexiones y tesis revisionistas”, Revista de Economía Crítica 26, segundo
semestre de 2018, p. 91.
[4] Por ejemplo, Yorgos
Kallis: el decrecimiento no es crecimiento negativo o recesión, sino “un
proceso organizado de desaceleración, con la liberación del tiempo para pasarlo
con la familia y los amigos. Menos trabajo, menos producción y menos consumo, más
tiempo para las cosas que realmente importan y nos hacen felices. Nuestras
vidas serán mejores. (...) [Tener menos ingresos] no debería ser un problema si
el Estado garantiza con el Estado de Bienestar, un nivel básico de servicios en
educación, salud o vivienda. El dinero no es importante en sí mismo, no es un
fin, sino un medio. Lo que ganamos ahora con dinero, lo podríamos obtener en un
futuro con mucho menos dinero, y en muchos casos, mucho mejor sin dinero. El
dinero no te hará amar, el dinero no te dará un amigo, el dinero no te hará
reír. Seguramente, el dinero es necesario para asegurarte que tengas suficiente
para comer o un techo bajo el que dormir. Para asegurar estas necesidades
básicas, en nuestro conjunto tenemos dinero más que suficiente –nuestras
economías son 2 o 3 veces más grandes de lo que eran solo unas décadas atrás–.”
Entrevista de Alba Huerga a Yorgos Kallis, “La única forma de frenar el cambio
climático es el decrecimiento económico”, Zeo,
13 de junio de 2019; https://plataformazeo.com/es/giorgos-kallis-frenar-cambio-climatico-decrecimiento-economico/
[5] En una notable entrevista
Serge Latouche, en 15/15/15, recupera
el tema de la metanoia o conversión,
tan querido para mí a través de Manuel Sacristán: “Para cambiar nuestros
comportamientos a nivel colectivo, cambiar de sistema, de paradigma e incluso
de civilización, en resumen para salir de la sociedad de crecimiento, hay que
descolonizar (es decir, antes de nada, deseconomizar)
nuestros imaginarios. Para ello, antes hay que comprender cómo estos han sido
colonizados, y así, pues, hacer una metanoia,
un recorrido inverso en el pensamiento. Las sabidurías, las filosofías, las
religiones (…) que insistían en la virtud de la templanza y la necesidad de la
autolimitación han sido abandonadas, inhibidas, traicionadas. Es una larga
historia. Cada una de las etapas que ha desembocado en la sociedad globalizada
de mercado es concomitante con cambios importantes en distintos órdenes:
técnico, cultural, político. La invención de la doble contabilidad y la de la
banca, de las órdenes mendicantes y los brotes herejes, del autogobierno de
pequeñas repúblicas italianas y flamencas, en la primera fase del capitalismo
de mercado en una Europa cristiana y feudal. La Reforma, el trastrocamiento
ético de Bernard de Mandeville y el cambio de hegemonía cultural con el triunfo
de las Luces y de la Modernidad gracias a las revoluciones políticas burguesas
nacionales, cuando la emergencia de la sociedad termo-industrial, caracterizada
por la opción del fuego y la utilización de las energías fósiles. La revolución
digital y la instalación de lo virtual, la contra-revolución neoliberal, todas
las cosas que hacen desaparecer las últimas barreras hacia lo ilimitado y la
desmesura, en la emergencia contemporánea del imperio mundial del mercado.
Liberarse de la capa de plomo de la ideología dominante, aun cuando la enorme
máquina mediática se esfuerza en descerebrarnos, no es una tarea fácil.
Felizmente, tenemos dos hemisferios en el cerebro y el izquierdo sigue
resistiendo… Puede despertarse en todo momento. Toda esperanza no está pues
perdida y conviene regocijarse serenamente del milagro de estar simplemente
vivo”. Entrevista con Serge Latouche: “Los valores sobre los que descansa el
progreso no son para nada universales”, revista 15/15/15, 23 de febrero de 2019;
https://www.15-15-15.org/webzine/2019/02/23/entrevista-con-serge-latouche-los-valores-sobre-los-que-descansa-el-progreso-no-son-para-nada-universales/
[6] El Green New Deal plantea aumentar el aprovechamiento energético
mediante fuentes renovables y una electrificación masiva de nuestro sistema
socioeconómico, generando toda una serie de puestos de trabajo (green jobs) que permitan mantener más o
menos nuestra estructura socioeconómica y el crecimiento indispensable para el
mantenimiento del capitalismo.
[7] Joaquim Sempere, Las cenizas
de Prometeo: transición energética y socialismo, Pasado & Presente, Barcelona 2018.
[8] Robert Pollin, “Decrecimiento vs. Nuevo New Deal verde”, New Left Review 112 (en español),
septiembre-octubre de 2018; https://newleftreview.es/issues/112/articles/robert-pollin-decrecimiento-vs-nuevo-em-new-deal-em-verde.pdf
[9] Un plan expansivo de tipo Green New Deal, con cientos de miles de nuevos empleos verdes,
decenas de miles de toneladas de nueva infraestructura, etc, no va a reducir
las emisiones de GEI al menos durante el tiempo de transición (decenios). Sólo
tendría sentido si a la vez se logra una reducción radical del uso de energía.
Pero proponerlo porque sabemos que no somos capaces de esa reducción radical
(como hacen Héctor Tejero y Emilio Santiago Muíño en su libro ¿Qué hacer en caso de incendio?) es un
contrasentido ecosocial, y los movimientos ecologistas no pueden apoyarlo. Con
el Green New Deal el poscapitalismo
es del todo incierto, pero perseverar en la destrucción de la biosfera está
garantizado. Es un puro como si:
hagamos como si la crisis ecológica fuese mucho menos grave de lo que de hecho
es, para poder todavía creer que “evitar la crisis ecológica es, aunque complejo,
técnicamente posible” (Héctor Tejero y Emilio Santiago Muíño, ¿Qué hacer en caso de incendio? Manifiesto
por el Green New Deal, Capitán Swing, Madrid 2019, p. 102).
[10] Véase por ejemplo Mark
Burton y Peter Somerville, “Decrecimiento: una defensa”, New Left Review 115 (en español), marzo-abril de 2019. En nuestro
país, como se sabe, fue pionero Carlos Taibo (En defensa del decrecimiento, Los Libros de la Catarata, Madrid
2009).
[11] En un conocido chiste, el
borracho está buscando su llave debajo de un farol, aunque se le ha caído en un
lugar oscuro veinte metros más allá, porque debajo del farol hay más luz. Una
buena parte de la condición humana –nuestra condición de Homo compensator, como diría Odo Marquard– está encapsulada en este
chiste. Las búsquedas en el seno del “capitalismo verde” ¿no nos remiten a esta
situación?
En Jorge Riechmann. Otro fin del mundo es posible, decían los compañeros. Sobre transiciones ecosociales, colapsos y la imposibilidad de lo necesario. MRA Ediciones. 2019
Tomo un globo, coloco su abertura en mi boca y soplo, soplo, soplo... Tenso, el latex emite un ruido como de advertencia. Pero yo sigo soplando y soplando... Hasta que ¡plaf!, me estalla en la cara. (Por gilipollas).
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