Todos somos agentes al servicio de una potencia extranjera,
traidores en trance de ser descubiertos y perseguidos por las alcantarillas de Viena,
durmientes enviados a territorio enemigo con el objetivo
de recabar la máxima información posible.
Espías de lo inerte que recogen datos
a la espera de volver al otro lado del telón de acero.
Agentes de Dios coleccionando retazos para
entregarlos al ser que aún no sabe que es.
Confidentes de la naturaleza que transmiten
-en código cifrado-
informes que ésta analiza sin descanso,
nerviosamente, buscando su autoconservación.
Observadores leales a la inconsciencia originaria
recabando representaciones para el mapa del deseo interminable.
En la danza de estos servicios secretos
a los cuales pertenecemos
no somos leales, tampoco, a la potencia
que nos reclutó.
Siempre nos convertimos en agentes dobles.
Informadores de la vida que escudriñan
las debilidades de lo inorgánico en los checkpoints.
Saboteadores financiados por la nada
conspirando para evitar que el ser llegue a ser.
Delatores que revelan al decrépito frío cósmico
las escondidas estrategias de las que se sirve la joven vida.
Infiltrados de la conciencia urdiendo
planes para ofrecer indemnizaciones compensatorias
a través de procesos secundarios.
Es entonces cuando, como sabía Mischa Wolf,
“algunos traidores conservan, o al menos se lo imaginan,
la ilusión de que sirven a dos amos”.
Mitigarían la dureza de la perfidia
si recordaran que todos somos traidores
y que en esta traición reside la única libertad posible.
poema de J. Jorge Sánchez
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