El tío Timoné predice el destino
Cuando los cocosabios tanteen el terreno y se
alejen de la Isla
con sus potentes motoras, vendrán los hombres-corbata con papeles trampas en
las manos y os embaucarán con palabras delicadas y le estamparéis vuestras
huellas dactilares en sus blancos e inmaculados papeles.
Un mandamás relevará a
otro mandamás y todos mandarán ahogar la magia de la Isla en cemento. Son
embajadores de la destrucción adiestrados en la maquinaria del poder.
El atardecer en la Isla es como una filtración
de luz a través de las grietas del océano. Estoy sentado en el patio de
poniente ensimismado con el colorido del sol en su puesta. Los perros ladran a
las primeras oscuridades que toman forma al fondo del retamar. Dejo volar el
tiempo, la casa está a oscuras rodeada por el vaporoso calor húmedo del
desierto de arena que la protege. En la lejanía de poniente en el bosque
colorido de adelfas, una garza consuela mi soledad autista. Otra entona una
llamada de alerta.
Las garzas surcan el
infinito en los atardeceres de la
Isla , poblando el aire de miniaturas de besos proscritos.
Rodeando con sus pacientes vuelos las arterias febriles de las marismas. El
vuelo de las garzas, siglos de silencio, desorden de notas indeterminadas.
Juncos cimbreantes de las corrientes mareales. Ocultación natural
ante los movimientos peligrosos
de los cazadores furtivos.
Frutas filtradas en el agua. Epidermis
impúber de las flores prematuras. Las garzas inundan de cantos ocultos el cielo
de la Isla.
Te adoro
zancuda de cerebro
infinito
ilimitado
le enseñaste a los
hombres la escritura
a distinguir las vetas
de agua
las direcciones de los
vientos
las corrientes mareales
limitada duermes en los
siglos de los museos
plumas piedras
tambores ocultos
lengua atrapada en
encuentros proclives al silencio
qué poco ha aprendido
la humanidad de tu vuelo.
Se me ponen los vellos
de punta y el corazón me tirita bajo la blusa, cuando señó Pepe Lanega eleva la
voz y levanta los brazos, bajo el arco frenético de la palabra.
- Con setenta y dos
campanadas de hambre que ha padecido mi estómago baldío para levantar estos
muros y ahora pretenden expulsarnos de la Isla , como si fuéramos perros de esterqueras. Se
me ponen los vellos de punta y el corazón me tirita bajo la blusa y de rabia
hago hoyos en la tierra y no dejaré de escarbar hasta que no pisotee las raíces
malignas que han permitido la expropiación de la Isla.
Máquinas excavadoras devoradoras de sueños.
Parad, parad, parad... silenciad el maldito ruido de las máquinas devoradoras
de sueños. Parad, parad, parad, bichos mecánicos dirigidos por corazones
inhumanos. Estáis acabando, destruyendo los nervios vitales del mapa de la Isla. Mi rostro en el
espejo, no miréis mi rostro en el espejo, no miréis la muerte en el espejo. El
mapa es una grieta herida, un pájaro sin
alas. No es suficiente el grito del verso para ellos, para ellos que viven sin
rostro, corazones mecánicos sin rostro, el verso para ellos, es el güisqui de
los prostíbulos, el orín de los frenopáticos.
Detrás de aquellos
armatostes de cemento debe de estar el mar infinito. La civilización es una
gran boca tragaespaciosnaturales, tragasueñospoéticos. Los asesinos de la Isla son aclamados en los
púlpitos. La conspiración pública ahoga la respiración del planeta. Gritos
sordos sin respuesta, nadie mira hacia el infinito. Perfectas placas de cemento
armado, son vuestras cabezas ególatras de la especulación y el desastre .
Las raíces que
sostienen a mis pies, se alimentan del ecosistema de la Isla. A la deriva iré, sin
raíces que sostengan a mis pies.
Si tienen que
desalojarle, que lo saquen muerto, o que las serpientes de agua se lo traguen
como si fuera un pájaro de las retamas. La Isla es agua y todo lo que pertenece a ella,
terminará disolviéndose en agua. El sueño de la Isla es dormir encharcada de pies a cabeza en el
vientre de una patera.
Ni el presidente del
gobierno se limpia el culo con flores de retamas.
Ella era la princesa
que esperábamos. Desde pequeño ya andábamos saltando por los cabezos de la
costa con una espada al cinto que nos hacía el tío Fantasioso para entrar en
batalla con los invasores. La
Isla la considerábamos nuestra y la defendíamos hasta
enloquecer. A veces avanzábamos desde los cabezos a la pleamar y luchábamos a
muerte contra los desalmados invasores. Otras veces nos alejábamos del fregado
y soñábamos con una princesa que brotaba del mar como los espárragos de las
retamas, ataviada con un vestido transparente de algas. Pero lo que jamás
hubiésemos imaginado es que de un barco y después transportada en una zodiac
llegaría la princesa sirena a la
Isla , que cada vez era menos nuestra y más de ellos, a luchar
contra los invasores. A estas alturas ni las princesas del agua son como las de
antes.
La garza gris con la
moña blanca, tiroteada en las marismas de la Mojarra , se despluma en su quejosa y herida
huida. Un sudor frío me ha atravesado fugaz el lagrimal del ojo izquierdo y he
invocado a todos los dioses de las marismas para que acechen al furtivo en los
últimos fornecos de los caños.
Eladio Orta. La isla de las retamas. Ed. Baile del Sol, 2013
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