Bajo el capitalismo el nudo sobrevivir, la mera
existencia –poder cubrir las necesidades básicas— depende de ganar un salario;
y el acceso al salario está en manos de una oligarquía. Los propietarios de los
medios de producción pueden decidir si emplean o no a los trabajadores y
trabajadoras; y tienen, así, poder de vida y muerte sobre la mayoría de los
integrantes de la sociedad.
(...)
En Europa un largo proceso de luchas y
negociaciones, conflictos y acuerdos, condujo –desde finales del siglo XIX, y
sobre todo en el XX— a una nueva forma de ciudadanía social ya no
asociada a la propiedad privada, sino a lo que cabría llamar –con Robert
Castel— propiedad social: un conjunto de protecciones y garantías
asociadas con la condición salarial. Pensiones de jubilación, protección frente
a la enfermedad o el desempleo, acceso a los servicios públicos: un soporte de
derechos y acceso a servicios no mercantiles que van a funcionar como un
equivalente de la propiedad privada para garantizar a trabajadores y
trabajadoras el mínimo de seguridad y protección necesarios para que la
ciudadanía sea algo más que una palabra huera.[1]
Se lucha contra el sufragio censitario y la ciudadanía se democratiza: es el ideal del Estado social y democrático de derecho que se materializa parcialmente en algunos lugares (¡pero sobre la base de cuatro siglos de historia colonial, no lo olvidemos nunca!), sobre todo en los tres decenios posteriores a la segunda guerra mundial.
Jorge Riechmann. Autoconstrucción. La transformación cultural que necesitamos. Ed. Catarata, 2015
[1] Uno diría que el ansia de
posesión enraíza en nuestra biología a través de la satisfacción de las
necesidades básicas (sexo, alimento, cobijo, etc). Poseer (prototípicamente, un
territorio productivo) nos otorga cierta seguridad: confiamos en que los
recursos poseídos nos permitirán satisfacer nuestras necesidades básicas. Pero supongamos que nuestra organización social
nos otorga esa garantía: entonces desaparece el motivo para desear
propiedades. Podemos seguir por inercia encarrilados en un fetichismo de la
propiedad privada, pero viviríamos mejor si fuéramos capaces de prescindir de
él. De forma apodíctica: si existe una buena seguridad social, la propiedad
privada no tiene razón de ser. (La otra gran cuestión es, claro, el afán de
dominación...)
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