Ulrich Beck ha escrito que ahora se espera, se empuja y se
tira de los hombres y mujeres individuales para que busquen y encuentren
soluciones individuales a problemas creados socialmente, y pongan los medios
para llegar a estas soluciones individualmente utilizando habilidades y
recursos individuales. Esta ideología proclama la inutilidad (en realidad, la
contraproductividad) de la solidaridad: de unir fuerzas y subordinar las
acciones individuales a una ‘causa común’. Ridiculiza el principio de la
responsabilidad comunal por el bienestar de sus miembros, condenándolo como una
receta de un ‘Estado paternalista’ debilitador y advirtiendo que el cuidado de
otros lleva a una ‘dependencia’ aborrecible y detestable.
Se trata también
de una ideología hecha a la medida de la nueva sociedad de consumidores. Representa el mundo como un almacén de
objetos de consumo potenciales, la vida humana como una búsqueda perpetua de
gangas, su propósito como la máxima satisfacción del consumidor, y el éxito en
la vida como un aumento del propio valor de mercado del individuo. Ampliamente
aceptada y firmemente adoptada, desestima distintas filosofías de la vida con
un simple ‘No hay alternativa’ (TINA, por sus siglas en inglés). Tras degradar
y hacer callar a sus competidoras, se convierte verdaderamente, en la memorable
expresión de Pierre Bourdieu, en la pensée
unique.”
Zygmunt Bauman, El arte de la vida, Paidós, Barcelona
2009, p. 109.
(...)
Marcel Gauchet lo caracteriza así: “El individuo
contemporáneo tendría la exclusividad de ser el primer individuo en vivir
ignorando que vive en sociedad, el primer individuo que puede permitirse, por
la evolución misma de la sociedad, ignorar que vive en sociedad.”[1] Se
trataría, dice Robert Castel, de “liberar al individuo aquí y ahora, y colocarlo
en el nivel máximo de sí mismo”.[2] Este
fenómeno cabría llamarlo hiperindividualismo: el individuo se toma a sí
mismo como objeto y fin, y hace como si pudiera existir con
independencia de la sociedad.
Una cultura penetrada de marketing hasta los
tuétanos, donde grandes corporaciones abastecen de uniformidad al mismo tiempo
que venden la idea de que ofrecen individualidad[1] (“sé
tú mismo”… comprando lo mismo que compran millones de otros consumidores). Pignotti
ya había diagnosticado el truco muchos años antes: ofrecer “a la masa la imagen
masificada del hombre que se sale de la masa”.[2]
(...)
Lo que Nietzsche nos propone es que los seres
humanos fuertes traten a los seres humanos débiles como si fueran animales de una especie biológica distinta. Carne
para comer, en vez de cooperadores potenciales.
En los años sesenta del siglo XX, el psicólogo E.H.
Erikson acuñó el concepto de pseudoespeciación:
determinados grupos humanos –étnicos, nacionales, etc.— desarrollan
culturalmente la creencia de que los demás son muy diferentes de ellos mismos,
como si pertenecieran a especies diferentes.
Jorge Riechmann. Autoconstrucción. La transformación cultural que necesitamos. Ed. Libros de la catarata, 2015.
[1] George Ritzer, El
encanto de un mundo desencantado. Revolución de los medios de consumo,
Ariel, Barcelona 2000, p. 99.
[2] L. Pignotti, La
Supernada: ideología y lenguaje de la publicidad, Fernando Torres, Valencia
1974, p. 141 (citado en Juan María González Anleo, Consumidores consumidos.
Juventud y cultura consumista, Khaf, Madrid 2014, p. 146).
No hay comentarios:
Publicar un comentario