Es
el mar arrepentido
borrando
rastros en la arena
que
es tan suya como nuestra
como
nuestra y suya es la promesa
de
una tierra de frontera liberada.
Es
el guerrero jaguar
buscando
el lucero prometido:
el dios que no volvió
ni en sombra
ni en mañana
agotado de haber sido vencido
por
la mano traicionada por su cielo.
Son los siglos
recorridos en la tierra
cegados de tormentas e ilusiones.
Son las banderas plantadas en cada pecho
hasta arrancarle toda carne.
Son
las plumas de la garza
que
vuelan sin cuerpo
sobre las ruinas.
¿A dónde van las alas
cuando el ave muere?
¿A dónde van las flores
arrancadas de su tierra?
Retumba
un tambor sobre las tumbas.
La guerra
silencio de palabra
acabará con nuestra tierra.
Huracán, El Cojo,
limpiará la herida
se llevará el reflejo de sol
hasta algún otro cielo
y al viento violento que golpea
la costa, la selva y la montaña
lo
ahogará a gotas de agua clara.
¿A
dónde vas cielo negro,
a dónde te vas con nuestros muertos?
...//...
Somos lagunas coloreadas de plumas:
cortejo nupcial del cielo.
Somos la balsa peregrina
la urgencia de pasos heredada
estela migrante
torrente de trenes.
Somos el ojo errante del universo
asombrado de su hechura.
Somos cicatriz de herrumbre asida al
aire
diluvio de pasos,
llorando sueños,
que van a ahogarse en el desierto.
Nos sembramos en una tierra
hasta teñirnos de su color la piel
y la creímos tan nuestra
que inventamos la muerte del extraño
como gloria.
Enfermos de la realidad que se abalanza
montamos murallas de oraciones
para perdonarnos tanta sangre.
Somos discípulos del cementerio,
la historia sorda que nos inculpa
aprendida a espada y crucifijo:
aquel que nos prometía resurrección
a cambio de este,
nuestro paraíso.
Somos equivocación de entendimiento.
Un yo extirpado de un nosotros:
capital que se distingue,
errática cualidad del ser humano.
Somos plural individual que nos une,
nuestra piel es ovillo
coro de lunares que iluminan
todo andar fatigado en soledades.
Humano,
siempre humano,
dios de la palabra que es semilla:
cosecha de cantos que nutren
la voz encallada en la ribera.
Padre del verbo que vibra
como un golpe sobre el agua
y crece,
siempre crece,
bajo el espacio desvanecido que nos contempla.
Emerge en un coro
derramado de la bóveda del tiempo:
palabra que se levanta
como astro clareando al alba.
Voz mestiza que aflora
cóncava lengua que es puente
que sana y es caricia
que es lluvia en el incendio
y en el invierno, es fuego.
Palabra
de todas las gargantas pigmentada,
de vuelo ligero y cielo corto,
de tierras sin nombre
de toda patria liberada.
El mundo florece
en dos bocas que se hablan,
en la mano que las calla se marchita.
Humano,
siempre humano,
tu voz mestiza vencerá
todo silencio.
Ayari Lüders. Voz mestiza. Ed. Ultramarina C& D. 2022
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