12.
Nada de lo que hiciste se puede
cambiar.
Nada tampoco de lo que nunca he
conocido,
lo que me han contado y nunca
realmente sucedió.
Nos inventamos a medida que voy
llenando de recuerdos
las hojas de este cuaderno que no
es más que una promesa,
estos versos que no son más que una
compañía,
que la ilusión que me hago de
compartirte.
Ninguno de nuestros fracasos puede
ser modificado.
Ninguna de nuestras alegrías,
efímeras soledades congeladas.
Ninguna de nuestras negaciones
pueden ahora afirmarse
como ninguna de nuestras
afirmaciones quedarán en silencio.
Todo fue múltiple y olvidado. Todo,
uno y recordado
en el orden inevitable de los
ladrillos al descubierto.
Voy construyendo el edificio de tu
memoria
con las filas horizontales de los caminos
torcidos,
los que nunca quisimos transitar,
los que no dejamos de hacerlo a
cada momento.
Te voy construyendo con versos cada
vez más limpios,
más alejados de los meandros de los
adjetivos sorprendentes,
como si el espejo comenzara a
convertirse en cristal
y los edificios volvieron a
llenarse de olores penetrantes,
de la argamasa huidiza de las sopas
de ajo por la mañana.
Nada nos pertenece si nada somos
capaces de recordar.
Nada somos si le damos la espalda
al pasado.
Menos que el polvo de una conversación
olvidada.
Menos que las arrugas del paso del
tiempo sobre las sábanas.
No somos más que nuestros escasos
recuerdos.
No somos más que nuestra capacidad de inventarlos.
15.
Mi primer horizonte fue el azul del
Mediterráneo;
la arena de la playa de Ibiza, mi
primer juguete.
Conservo recuerdos que en realidad
son historias relatadas
y silencios que aún siguen
hilvanados a mis preguntas juveniles.
Ante los saltos en la historia,
ante los vacíos misteriosos,
yo he levantado un muro de
historias que compartimos.
Solo nosotros.
Historias familiares más allá de
los lugares comunes
que se repiten en la cuenta de los
bautizos, bodas y funerales.
¿Acaso son más reales los recuerdos
que atesora mi madre,
los momentos íntimos que solo
vosotros habéis compartido,
que estos otros recuerdos
inventados a partir de una fotografía
o de un comentario escuchado a
deshora y entre esquinas?
¿Acaso no estuvimos juntos paseando
por la playa de Ibiza,
acaso no me llevaste a conocer el
mar por más que no me acuerde?
¿Acaso nunca me besaste en la playa
al despuntar la noche
aunque nada de tu aliento paternal
venga a mi encuentro?
Los años que viviste y los
recuerdos atesorados antes de ser yo
te pertenecen, los tuyos aunque
ahora ya sean de nadie.
Pero los años en que ya éramos un
mismo aliento, idéntica sangre,
esos son míos, los vividos y los
recordados, los vividos y los inventados.
No importa: el recuerdo es siempre
una ficción, un relato,
nuestros recuerdos son mi mejor
novela, la literatura
acabada de mis primeros años, de
los últimos que ahora cumplo.
Soy tú porque he querido crearme a
la imagen de tus recuerdos,
esos que nada tienen que ver con
las evocaciones de las madalenas.
Nada sé de ti. Nada he sabido
durante estos cincuenta años de ti.
Nada creo que ahora quiero saber o
descubrir de ti.
Te conozco porque estás ahí, al
alcance de mi mano.
Te conozco porque eres yo, este yo
que ahora se ha vuelto tú,
que cumplirá este año de vida la
cifra triunfal de tu muerte.
25.
Marilyn Monroe cumpliría noventa y
un años
y Federico García Lorca más que un
centenar;
cien años los de Gloria Fuertes y
José Luis Sampedro,
Juan Goytisolo ha dejado de cumplir
años,
de llenar de bisturíes certeros las
conversaciones,
lo mismo que Natu Poblet, que ha
bebido su último whisky
para celebrar el último de sus no
cumpleaños celebrados.
Pasan los años y nada en ellos ha
cambiado.
Una imagen petrificada en el cuadro
repetido
de las fotografías y de las faldas
levantadas.
¿Cuántos años habrías cumplido tú
en estos meses?
He olvidado la fecha de tu repetido
cumpleaños
porque desde hace tiempo te has
vuelto estatua
y el mármol no conoce de la caricia
del tiempo.
Es mentira que hoy, que en estos
encadenados días
cumplan años actrices disecadas o
escritores resucitados.
Ni tú ni ellos podrían soplar las
velas de los deseos secretos.
Ni tú ni ellos sois algo más que
una fotografía
y un puñado de recuerdos comprados
y mentirosos.
Para cumplir años se necesita del
polvo del camino
y de las grietas imperceptibles de
las esquinas.
Para cumplir años hay que volver a
las matemáticas
y al pacto narrativo del lento paso
del tiempo.
Hoy dice el calendario que me
acerco, casi solo,
al medio siglo que siempre ha sido
frontera
inevitable de la mitad del camino
de nuestra vida.
Pero ¿realmente he vivido ya
cincuenta años?
Me temo que muchos lo fueron sin
sangre.
Me temo que de muchos conservo
pocos recuerdos
y que mal puede decirse de ellos
que fueran años.
Quizás días. Quizás horas. Quizás
instantes fugaces de vida.
Pero nunca años. Nunca estos
cincuenta años
que ahora nos reúnen en el
encuentro de las tartas.
¿Cuántos de tus cincuenta años
pueden llamarse años?
¿Cuántos de los días vividos
pasaron en blanco,
no merecieron ni el polvo
imperceptible de un recuerdo?
¿A qué edad, en realidad, te fuiste
en silencio
sin haber compartido conmigo
ninguno de tus secretos?
JOSÉ MANUEL LUCÍA MEJÍAS. Aquí y ahora. Huerga & Fierro editores, 2020
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