El sueño de Robert Fillou no se
llamaba internet, se llamaba “The Eternal Network”. La creación permanente a
través de lazos, vínculos y lazos que unirían a toda la Humanidad en el deseo
de compartir. El network pone el
acento en la comunicación y el trabajo humano (work), como libertad de creación y trama de relaciones entre los
comunicadores unidos en red, en un circuito que les permite la interconexión (net). The eternal network se convierte así en algo muy viejo, es el
proyecto utópico del desarrollo eterno de la comunicación creadora sin límites
como garante y soporte de la libertad.
También pensaba que lo mejor que
podían hacer los artistas de todo el mundo era ofrecer presentes que se
pudieran compartir con otros. Fillou y la gente de Fluxus pretendían que el Arte, así con mayúsculas, saliera de los
espacios elitistas y que pasara de ser una pieza de museo a convertirse en un
espacio vital, contrainstitucional y a contracorriente de lo que
tradicionalmente se denominaba con esa palabra.
Fillou centró su trabajo en la
idea magmática del fin del Imperio Global del Trabajo, y el principio de la
República de la Creación Eterna, creación festiva, lúdica, que basaba su
economía en una poética de lo leve, lo humilde, lo sencillo, dúctil y
manejable. Frente a la propiedad intelectual y la acumulación productiva del
capitalismo, Fillou proponía la creatividad nómada y la producción modesta
sometida a un ambiente de fiesta en la línea de otros grandes precursores como
Roussel, Duchamp, Schwitters o Cage, que han cuestionado radicalmente los
fundamentos de una creación sojuzgada por el mercado, el capital y su ideología
del arte, proponiendo la mayor desarticulación y desorden posibles como medios
de pensar otras formas alternativas de vivir.
El Arte somos todos, había dicho
Fillou, quien consideraba que el ingenio es un atributo de la existencia
humana, pero que la mayoría de las personas están demasiado ocupadas para
ejercitar sus capacidades. Fillou buscaba palabras y objetos que construyeran
una lengua sin fronteras, un lenguaje universal apoyado en los signos más
universales y básicos con el fin de ser entendidos por toda la Humanidad, no venerados
al modo que se hace con los objetos artísticos, sino que sirvieran, sobre todo,
para introducir en nuestras vidas la poética de lo invisible, que fueran
soportes de un pensamiento intuitivo, sensitivo, dinámico, como el que poseen
los objetos mágicos y las palabras misteriosas que son pronunciadas en los
ritos de iniciación. Fillou, que ya percibía a finales de los sesenta el
dominio universal de la megamáquina, la neurosis y la soledad del hombre
recluido en el imaginario de los media, defendía una poética que fusionara
Oriente con Occidente a través de la imaginación, la inocencia y el pensamiento
no dualista, una poética que bien podría comenzar por la acción matinal de
decirle buenos días al vecino. Cada detalle, cada gesto, cada proposición, cada
cosa obtenida a través de la búsqueda y la reflexión, no podía liquidarse como
un producto artístico sometido a las categorías, jerarquías y valores
especulativos del mundo intelectual o financiero. Eran pistas de algo que él entendía ayudaban
a tejer una relación poética con el mundo: “Gracias a Fourier he descubierto el
secreto de la armonía, yo pertenezco a ese grupo de artistas que piensan poder
cambiar el mundo. Al mismo tiempo que ayudas a cambiar la sociedad te estás
cambiando a ti mismo”. El poeta, lejos de liberarse del mundo, actúa en la
realidad para devolverle un sentido perdido, inspirar en él una verdad
olvidada, trasnformar a través de las palabras la naturaleza del hombre.
El 1970 Fillou anunció, “a los
gobiernos europeos que con tanta frecuencia se han enfrentado en guerras”, la
creación de una comisión mixta: COMMEMOR, para el intercambio entre países de
sus monumentos a los muertos.
Todo el trabajo de Fillou está
construido sobre razonamientos que pueden ser implacables y absurdos, serios y
cómicos, muy influidos por las máximas, los proverbios y las enseñanzas zen;
juegos de palabras que pretenden abrir el pensamiento a la iluminación de forma
intuitiva. El arte es la demostración constante de la libertad, con tal de que
se saque del museo. Si el arte penetra en la vida diaria puede volverse una
herramienta de la conciencia.
En 1978 viaja al país de los
dogones. A la vuelta termina un trabajo en el que llevaba atascado algunos
años: Música telepática; Fillou
dibuja mapas que pretenden poner a prueba las capacidades telepáticas de la
gente, saber si a través de la mente dos personas pueden ponerse en contacto,
comunicarse a distancia los textos que los mapas encierran. “Si las dos
personas no ponen una misma mirada en un mismo mapa no se encontrarán”.
En 1954 mientras se encontraba en
Egipto desplegando una brillante carrera como economista internacional, Fillou
toma conciencia de que otra forma de vivir se impone y lo abandona todo. “Vive,
es necesario estar interesado para ponerse interesante, y si una cosa te gusta
es porque a esa cosa le gustas tú. El arte es lo que vuelve la vida más
interesante que el arte”.
Los últimos años de su vida los
pasará retirado en un monasterio tibetano. Fillou no vivió para ver en lo que
se ha convertido la creación contemporánea en manos de la especulación, los
valores falsos y los verdaderos estafadores. El mercado manda y el dinero es el
único aval que exhiben las obras.
En 1970 publica Teaching and Learnign as Performing Arts,
un multilibro que Fillou describe como “un largo libro corto para terminar en
casa”, como este, amable lector, que tienes entre tus manos.
Antonio Orihuela. La caja verde de Duchamp y otras estampas cifradas. Ed. El Desvelo. Santander, 2016
contacto: http://www.eldesvelo.com/
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