Tal vez sea cierto, como afirma Joseph Campbell en El
héroe de las mil caras, que siempre estamos
contando la misma historia de forma variable y sin embargo maravillosamente
inmutable, junto con la excitante y persistente sugestión de que siempre nos
quedará por saber algo más, algo que no es contado o que, sencillamente, no es
sabido.
Por todas partes los mitos
del hombre, la entrada secreta a la creación, a lo asombroso, al misterio.
Mitos hechos de símbolos, productos ni inventados ni suprimidos, instrumentos
que siempre han estado ahí, resortes que activan la mente y que llevamos
dentro, intactos, y que por eso mismo están por todas partes, presentados de
muchas formas, a veces bellamente engalanados, complejos; otras, rudimentarios
pero vivos, atravesando el tiempo. La última versión de lo que nos disponemos a
contar se ha representado esta tarde en una plaza de toros. Teseo y el
Minotauro. La Cueva de las Monedas. Jalones de la gran aventura de la noche
encantada, del rito de iniciación donde se produce la separación formal, ritual
y radical, con una vida que queda así atrás, ya para siempre.
A Dédalo le dieron un ovillo
de hilo de lino, el cual debería ser amarrado a la entrada por el héroe y
desenrollado conforme avanzara por el laberinto. El joven que hace doce mil
años penetraba en La Cueva de las Monedas lo hacía acompañado de un
rudimentario candil de grasa de tuétano. Poca cosa para que ambos se
enfrentaran con el monstruo que habitaba en el laberinto, pero sin ello la
aventura es desesperada.
Tanteando entre las rocas
del laberinto de piedra, por la oscuridad de sus muchas galerías, el muchacho
magdaleniense avanza pensando en matar al bisonte. Los hombres del clan le han
despedido en la entrada de la cueva, han conjurado a los espíritus ayudantes y
han vuelto a sellar el acceso. Fuera y dentro de la caverna reina la
noche.
El deseo de cazar al bisonte
lo hará superar sus miedos que han estallado al entrar en este nuevo mundo insospechado,
oscuro, odioso y terrorífico donde vive la bestia; el deseo lo conducirá hasta
él. A través de las paredes descubre con fascinación a sus guías totémicos, los
animales pintados le dicen que está en el buen camino. Tiene que seguir
avanzando, el gran toro no tardará en aparecer. Todo su mundo ha sido ahora
subsumido en este laberinto, en esta región desconocida, fatal y peligrosa. A
su alrededor se arraciman los fluidos extraños y los seres polimorfos, pero
aquí también se encuentra el tesoro que viene buscando para sí y para su clan.
El joven busca entre las sombras equívocas la figura del monstruo, se pierde,
penetra en estrechas galerías que no van a ninguna parte, retrocede, se infunde
valor a sí mismo, sabe que no puede huir, no puede fallarle a su clan, lleva
sus amuletos protectores contra la fuerza de la fiera que debe aniquilar. De
nuevo en la cámara principal, mira hasta donde el candil de grasa le deja ver;
busca nuevas pistas, alguna huella. Las sombras inquietantes lo rodean aquí y allá,
pero ninguna es la bestia que busca y que sabe que le espera. A veces tropieza
con una roca, otras encuentra un hueso o un trozo de madera; el frío es
intenso, besa su talismán de plumas de águila y, por tres veces, se golpea la
frente con él, recita una fórmula mágica y continúa su exploración,
reconfortado por la fuerza protectora que emana de su corazón y que horas antes
le ha infundido el hechicero junto con los amuletos y los consejos fraternales.
Con todo ello domina su terror, controla el pánico repentino, el
estremecimiento ante el peligro inminente. Está preparado y lo sabe, sus cinco
sentidos están despiertos y dominados; no será vencido, se dice, mientras
extiende hacia las sombras su candil y su lanza.
En su cabeza bailan las
parejas de contrarios (ser y no ser, la vida y la muerte, la belleza y la
fealdad, el bien y el mal, y todas las otras polaridades que atan las
facultades a la esperanza y al temor y ligan los órganos de la acción a los
actos de defensa y de adquisición). Así va el héroe, liberado de su ego, a
través de las paredes del mundo, ahí tendrá que dejarlo para seguir adelante.
Dentro de la cueva es vivificado por el recuerdo de quién y qué es, o sea,
polvo y cenizas a menos que alcance a la bestia. Está en el viejo vientre del mundo;
cuando pase la prueba y retorne, lo hará como renacido; habrá atravesado todos
los antagonismos fenoménicos; lo increado y lo imperecedero permanecerán allí,
ocultos de nuevo en el interior de la cueva, y él saldrá al exterior. Habrá
cumplido su misión y ya nada habrá que temer ni dentro ni fuera del mundo.
Tanteando, avanza por la
oscura cavidad hacia el centro de la gran sala; tras un recodo observa
extasiado caballos, renos, cabras, bisontes, ciervos y osos pintados en la
pared. La parte más difícil de la aventura empieza ahora, cuando las
manifestaciones extraordinarias del mundo subterráneo se abren ante él. Ha
llegado a los territorios de caza de los espíritus; los hombres le habían dicho
que formaban un gran círculo protector alrededor del gran bisonte, sabe que
está en el buen camino, que pronto tendrá que disponer de su lanza para herir
al animal, pero no sabe que él y la bestia no son diferentes especies, sino una
sola carne; que el que ha de morir para ser expulsado a una vida nueva es él.
El muchacho matará al
bisonte y cumplirá con el ritual, con el tránsito que le asegura un lugar entre
los hombres que le esperan ansiosos, expectantes, en la boca de la cueva.
Matará al bisonte y con él se matará a sí mismo, al niño que fue; saldrá de la cueva
como hace años del útero materno, renacido. Desde la soledad y la penumbra será
expulsado al mundo. Los hombres lo esperarán con música, con guirnaldas, con
gritos de alegría. Ha superado la prueba; ha podido con el gran bisonte, con la
oscuridad, con el frío, con las simas profundas, con el laberinto de piedra. No
se distrajo, pronunció un terrible alarido y arrojó con furia su afilado
venablo. Mató a la bestia y vuelve victorioso. Rompe el día y él ha
experimentado la iluminación perfecta; ya ni teme ni desea, ahora es lo que ha
deseado y lo que ha temido, un conocimiento que no ha de ser comunicado, un
bien que significa la renovación de su comunidad.
La aventura se repetirá del
mismo modo a través de los milenios. Es el destino de todo joven expuesto a los
ritos de tránsito. Primero la separación o partida, el cruce del primer umbral,
la entrada en la cueva, o sea, el paso al reino de la noche y lo desconocido.
La prueba de la iniciación después, con el camino, el laberinto, hasta el
encuentro con el monstruo, el peligro, la superación de la prueba y el regreso
apoteósico. Ya posee los dos mundos, el físico y el espiritual. Ha demostrado
sus cualidades extraordinarias, será honrado por su gente. El misterio del
mantenimiento del mundo ha sido representado y la vida ha sido renovada, pero
estas pruebas representan solamente el principio del sendero largo y
verdaderamente peligroso de las conquistas iniciadoras y los momentos de
iluminación. El don traído de las profundidades trascendentes se racionaliza
con rapidez y se aviva la necesidad de que él u otros héroes renueven el mundo.
En medio de los deberes
sociales, otras pruebas, a lo largo de los años, se presentarán para ampliar la
conciencia; quién sabe cuántas victorias, cuántos éxtasis pasajeros,
revelaciones y reflejos momentáneos de la tierra maravillosa obtendrá el héroe
hasta llegar al final de su exilio en este mundo, cruce el océano de la
existencia, y se incorpore al estuche de la eternidad intemporal del que ya
tiene el recuerdo. No tengas miedo, nos dice Shiva mientras baila ante nuestros
ojos la danza de la destrucción universal. Las formas que vienen y van, una de
las cuales es vuestro cuerpo, son los reflejos de mis miembros que bailan.
Conóceme totalmente y no temas, porque en el centro todo está en calma.
Antonio Orihuela. La caja verde de Duchamp y otras estampas cifradas. Ed. El Desvelo. Santander, 2016
contacto: http://www.eldesvelo.com/
Que bello texto Antonio, cuando fui a Creta hace años la primera vez, buscaba el laberinto ( risas) lo buscaba físicamente, lo de los dualismos...buscar adentro y morirse, que no nos queremos morir...y hay que morirse bailando...cómo me gusta lo que dices y cómo lo expresas, Ay el centro, que reto ese de encontrarlo y no volverlo a perder. Un abrazo. Inés. Buscaré ese libro ...me hace falta
ResponderEliminarGracias Inés, gracias por tus palabras, sin querer te respondo con el segundo texto. Besos.
EliminarGracias Inés, gracias por tus palabras, sin querer te respondo con el segundo texto. Besos.
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