Isaías Griñolo, Niño de Elche y Antonio Orihuela presentaron este work in progress en Edita, encuentros de editores independientes de Punta Umbría (Huelva), el sábado 5 de mayo de 2012, planteado como una confluencia de sonidos e imágenes sobre una historia de derrotas, dignidad y resistencia imbricada a la historia de España, esperamos poderla subir a internet lo antes posible.
En
el cante flamenco no hay play back, no hay canción,
hay
destellos, fogonazos, momentos, regalos
en
la garganta de los que tienen poder de transmisión
que
de pronto sienten un pellizco por dentro
y
empiezan a gritar para llamarse así mismos.
Hay
mundo grande y pequeño, cuevas, chabolos,
patios
de vecinos, tabernas, fiestas familiares
donde
arde la memoria y el fuego
de
la toná, la seguiriya, el romance, la liviana.
En
el cante hay jondura, marginación, rebeldía
y
comunismo libertario,
cárse
y cajitas estemplás,
persecución,
palos, alaridos,
desolación
y dolor individual sin respuesta
de
quien hace suyas las amarguras de todos los otros.
Hay
campo andaluz, Bakunin
y
Primera Internacional.
Maldito
sea el dinero
y
el hombre que lo inventó.
Hay
motines del hambre, trabajo, explotación
y
levantamientos populares.
Minero,
¿por qué trabajas?
si
pa ti no es el producto;
pa
el rico es la ventaja
y
pa tu familia el luto.
Hay
individualismo
y
sentido de la Anarquía.
Quieres,
Martín que yo cante
al
clero y la monarquía;
¿no
comprendes, ignorante,
que
esa opinión no es la mía?
¡Que
vaya el nuncio y les cante!
El
cante flamenco es Corruco de Algeciras,
Niño
de la Huerta, Cepero, Manuel de Paula,
Vallejo,
El Carbonerillo, El Turronero,
Luis
Caballero en capilla
y
El Chato de Las Ventas fusilado por los fascistas
tras
caer prisionero en el frente de Extremadura.
¡Qué
bonita está Triana!,
cuando
le ponen al puente
bandera
republicana.
Angelillo,
Sabicas, Niño Utrera, La Argentinita,
Pilar
López y Miguel de Molina
marchando
al exilio.
Por
tierras desconocías
pasa
fatiga y suores,
la
tierra donde ha nacío
pa
coto de cazaores.
El
cante flamenco es El Bizco Amate
cincelando
fandangos por un plato de comía
y
viviendo de la limosna debajo de un puente.
A
mí me preguntó un juez
que
de qué me mantenía.
Yo
le dije que robando,
como
roba usía.
¡Pero
yo no robo tanto!
El
Bizco Amate, el anarquista irreductible
que
decía que los Usía, Vuecencia y Excelencia
son
los enemigos políticos del pueblo.
Me
lo cogen y me lo prenden
al
que roba pa sus niños,
me
lo cogen y me lo prenden.
Y
al que roba muchos miles
no
lo encuentran ni los duendes
ni
tampoco los civiles.
El
flamenco es Antonio El Arenero,
Manolito
el de María, El Torta,
El
Negro del Puerto
y
Diego del Gastor.
Son
problemas con el franquismo,
indiferencia
hacia el dinero,
desprecio
por los bienes materiales,
rechazo
a cantar pa los señoritos.
Cuando
llegará el momento
que
las agüitas vuelvan a sus cauces,
las
esquinitas con sus nombres,
ni
reyes, ni roques, ni santos, ni frailes.
El
flamenco es la Paquera de Jerez, la Piriñaca
y
la Niña de los Peines
buscándose
la vida con ocho años
en
cualquier fiesta de pudientes
donde
les dieran dos reales pa matá el hambre.
Quisiera
yo renegar
de
este mundo por entero,
volver
de nuevo a habitar,
por
ver si en un mundo nuevo
encontraba
más verdad.
El
flamenco es Joaquín el de la Paula,
Manuel
Torre y Pepe Marchena
enterrados
de caridad
porque
el día que se murieron
su
familia no tenía ni pa comé.
Mi
pare y mi hermano Diego,
zapateros
como yo.
Y
en casa de zapatero,
descalcitos
andamos tós.
Y
todos los otros con sus malas noches,
las
juergas de los señoritos
que
pagaban o no pagaban,
la
vida terrible
de
Luis de la Pica,
al
que le quemaba el dinero en las manos.
Aceitito
que le echaba
peacito
pan que tenía,
al
candí se lo quitaba.
Manuel
Rodríguez Brillantina
asesinado
por unos señoritos que le tiraron
de
un coche en marcha en La Línea de la Concepción.
Mañana
cuando yo muera,
no
me vengáis a llorar,
nunca
estaré bajo tierra,
soy
viento de libertad.
El
Niño Ricardo, El Chaqueta
y
Manolo el de Huelva
esperando
en las ventas cada noche
a
que llegara un borracho con ganas de fiesta
y
les diera de comer.
Yo
andaba pegando
bocaos
al aire:
unas
veces de rabia
y
otras de jambre.
El
Gallina con barba de varios días,
en
zapatillas de paño por la que se le salen to los deos,
con
un abrigo raído bebiendo de un vaso de cartón
y
comiéndose una hamburguesa en el Wendy
poco
antes de morir.
Olivaritos
del campo,
¿quién
los varea?:
veinticinco
chiquillos
y
una correa.
Bambino
sin un duro
después
de haber vendido miles de discos
enfermo,
descompuesto, fatigado,
preso
del tumor de garganta
que
acabaría con su vida,
y
que ya no le dejaba hablar,
recorriendo
radios y televisiones donde nadie lo conocía
para
promocionar su último disco.
Ahí
está la pared…
El
Niño Miguel, loco, olvidado,
mendigando
con una guitarra rota de tres cuerdas
por
los bares de Huelva.
¡Maresita
de mi arma!
¡Dios
mío! ¿Qué será esto?
Durmiendo
en un reondelito
como
si yo fuera un perro.
Camarón
en las últimas, ayudado por El Güito
para
subirse al escenario de la Plaza de Toros de Nîmes,
sentarse
en una silla
y
quedarse una hora acariciando duquelas.
A
qué me das esos palos.
¿Qué
daño te he jecho yo?
Si
me he quedao dormío
er
sueño rinde al león.
Fernanda
y Bernarda asomás a las ventanas
del
rascacielos de New York donde vivían
y
preguntando ¿por dónde caerá mi Utrera?
Calle
e la porvera
no
serás tu calle
sino
montonsitos e arenita y tierra
que
se los yeva el aire
José
Menese, diciendo que jamás va a cantar otra cosa,
porque
él canta pa cambiá er mundo
-el
mundo que es hoy una confusión
donde
solo manda el dinero-,
y
quejándose de que a él
no
lo han sabido aprovechá ni los suyos.
Que
la Virgen nos ampare,
que
ahora cuidan el rebaño,
con
los mismitos collares,
los
mismos perros de antaño.
Paco
de Lucía agredido en la Gran Vía
por
un grupo de fascistas
que
intentaban pisotearle las manos.
El
Cabrero,
encarcelado
por cagarse en Dios en una actuación,
censurado
en la televisión desde que existe,
cantando
fandangos rojos y negros
en
su centenario de la confederal anarquista.
Nos
enseñan a matar,
mucho
antes que a sembrar un árbol,
nos
enseñan a matar,
y
a los que nos rebelamos
sólo
nos queda gritar:
¡Ni
guerra, ni dios, ni amo!
Antonio
Gades mirándonos en estatua con el puño cerrado
bajo
los soportales de la plaza de la Catedral de La Habana
y
Carmen Amaya que nadie sabe dónde está enterrá,
y
Toronjo que, como el lince,
estaba
hecho de una pasta que hoy ya no existe.
A
todos, para todos vosotros,
tan
acostumbraos a perder,
hombres
y mujeres
con
la voz y el son de todo un pueblo,
este
homenaje, este epitafio
igual
al que le escribieron a la bailarina de Cádiz
hace
dos mil años:
Que
la tierra os sea tan leve
como
vosotros lo fuisteis sobre ella.
Antonio Orihuela. Autogobierno. Ed. Insomnus. 2012.
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