La antorcha del almendro
enciende su luz blanca,
la tierra se tiende estremecida
como cuerpo desnudo de muchacha.
Hoy tengo el sueño herido
de pálidas nostalgias.
Me suena en las fuentes de mi pulso
el beso azul del agua.
A vosotros, hermanos de la rosa,
que tenéis un lucero en las entrañas,
en la boca el sonido de un cuchillo,
en la frente el secreto de las alas.
A vosotros que estáis sobre la tierra
como arcángeles blancos de esperanza
y regáis en el mundo la semilla
de vuestra dulce hermana.
Mi canto, estirpe de jardines,
ramo de sangre
quiere quemar vuestra alma
con el limpio metal de la palabra.
La poesía está para salvarnos.
Sembradla sobre el mundo que se pudre,
haced que nazca nuevamente el alba.
Manuel Pacheco.
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