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CANTA, oh musa, la innecesidad del espíritu en las ilusiones, su excesivo trabajo para la apariencia en medio de la brevedad. Canta del cuerpo el tembloroso heno, canta los lados sanguíneos, la mente, la disparidad del uno. Canta a la poderosa verdad, como si existiera, canta sus inventadas vísceras, su vivir onírico. Canta el síndrome de la substancia. Canta toda esa agrupación de individuos sacudidos por la finitud. Canta la espantosa obscuridad en la luz de la lógica simbólica. Canta más. Canta la belleza, sus fronteras de bengala, su permanente pubertad, su comida de hielo, su hierba blanca. Canta el radio de acción de la psique en la penumbra. Canta las occisas ciudades, las aves cantando cerca de las cloacas, el plástico, las vitaminas, las constantes victorias del código genético, el rastrero triunfo del científico. Anda, canta los bajos relieves del ser: hay espumas pastosas, bocio, la colisión de la nada contra las cunas. Canta el anhídrido carbónico, la cultura sin gritos del espíritu. Canta, oh musa mía, los nuevos sucios sueños, los nuevos sucios juicios, la peregrinación al dinero, la romería a los cheques, el perfeccionamiento contra las criaturas. Canta la persecución de la razón revelada contra Safo, contra sus fuegos sobre el agua y bajo el agua, la persecución contra sus conversaciones con la sangre, contra esta perversión, esta decadencia del logos y de la identidad, canta la ablación de Safo y la ablación de su poesía. Canta, oh musa mía, las células y los ganglios cálidos de San Juan de la Cruz, su quejido amarillo y sus tonadas contra la diversificación, y su ternura desde la grasa. Canta, oh musa mía, la investigación de Santa Teresa en los instintos, su estancia en las sensaciones, su capacidad de sollozar en la totalidad, su fabricación de Dios fuera de las usinas. Canta la soledad del cuerpo, el cuerpo y el espíritu corriendo solos, la carne y la sangre y las sienes sudando en las Olimpíadas. Canta la ausencia de Sócrates en el Senado, su nevada noche antes de la batalla de Platinea, la espesa cicuta de la ciudad, su banquete, su mercado, la multitud estética de su mente, su visión ante el movimiento de la muerte. Canta la raza fatal de las Patrísticas, la espelunca de los políticos, sus dédalos, sus sesos. Canta la vulgaridad de la fe, las hordas en las basílicas, las hordas en las universidades, las hordas en las playas, en los hoteles. Canta el excesivo martirio contemporáneo. Canta el exceso escénico de Cristo en la cruz, su excesiva producción del color blanco ahí. Canta, oh musa, la publicidad de la misericordia, de los impuestos, de los electrodomésticos. Canta, oh musa, la parusía de la basura, oh musa, la ética de la desigualdad compasiva, el vicio de los sentidos, la perturbación de la Iglesia en la sangre, en la base de la sangre, en la cúspide de la sangre, un punto. Canta lo cursi como si fuera lo exquisito, lo sentimentaloide como si fuera lo emocionante, lo sentimental, lo endeble como si fuera lo firme, lo burdo como si fuera delicadeza, lo efectista como si fuera lo auténtico, lo aparente como si no fuera la realidad, lo lacrimoso como si fuera lo tierno, lo llamativo como si no fuera el ser, lo monstruoso como si fuera la soledad, lo tremendista como si fuera lo trágico, lo desmesurado como si fuera la unidad. Celebra, oh musa mía, la multitud de imbéciles del ente, la masificación del cero. Celebra que seamos conducidos a ser genética, que seamos conducidos a la escasez de la razón, a la perfección de las enfermedades profundas. Oh musa, ten piedad de mí. Haz este trabajo antes de que seas ejecutada en las universidades y las artes sean esterilizadas y nadie quiera ser familia tuya y sea perdido tu murmullo original. Oh musa, hiere a los persas.
Antidio Cabal. Campo nublo.
Antidio Cabal. Campo nublo.
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