Suceden
cosas
tan
extrañas
en
mi pequeño país,
que
si de verdad
hubiera
cristianos
creerían,
sin duda,
en
la muerte
auténtica
de Dios.
Un
hombre,
por
ejemplo,
es
empujado
por
lo gigante
de
su hambre
y
roba,
porque
tiene
que
robar.
Se
le condena, luego
a
veinte años
de
cárcel.
Pensad
un
momento lo que cuesta
saciarse
el hambre:
¡Veinte
años
encerrado
en
4 x 4 de metro!
Pero
los
accionistas
principales
de
los bancos
que
perpetran
negocios
y
cosechan aplausos
andan
tranquilamente
por
las calles.
Pensad
otro
momento:
¿De
dónde
sale
tanta riqueza?
¿La
han hecho
ellos,
quizá,
con
el sudor
de
su frente
y
los callos
de
sus manos?
Responded
vosotros
la
pregunta.
El
comerciante
de
la ciudad
principal
que a las ocho
llega
a misa
y
a las once
busca
el bar,
exhibe,
después
de un devoto:
¡Salud!,
su
boleto para entrar
al
cielo,
si
le toca morir
en
sobresalto.
Señala
terco
la
firma del santo papa
y
agrega reciamente:
«¡Me
costó quinientas tusas!»
Yo
sólo digo:
ellos
tienen
todavía
la
mitad del mundo
para
viajar y emputecerse.
Pero
el hambriento
principal
de
mi ciudad
se
quedará
si
la bomba
lo
sorprende
en
su trabajo.
Algo
es cierto de todo.
Jamás
pasarán
por
el ojo de la aguja
los
camellos,
pero
los ricos
han
comprado ya,
sin
negarlo,
el
reino de sus cielos.
En
verdad, pienso,
si
hubiera cristianos
en
mi pequeño país,
donde
suceden
cosas
tan horrendas,
creerían
en
la muerte cierta
de
su dios,
sin
duda alguna.
¡Falsos
cristianos,
la
tumba de cualquier dios
está
en vosotros!
OTTO
RENÉ CASTILLO
(Del
libro: Vámonos,
Patria, a caminar,
1965)
Fotografía de Agustín B. Sequeros
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