22. La poesía
Desde el
centro del bosque o del parque hablamos de Platón. Para ser un poeta debes
dejarlo todo, enterrar tus manos y tus pies justo en el medio, donde la tierra
es húmeda. Unos cuantos gusanos aparecen de pronto, y con su boca apartan esa tierra,
van haciendo el camino. Ellos han visto siempre ese centro del bosque y desean que
tú llegues. Todo sobra: el trabajo, el amor, la mujer, la compañía. La esencia
solo es pura si guardas el silencio.
En el centro
del bosque la palabra se adhiere al hecho de ser nuestra. Nunca juegues con
letras, con expresiones vanas, no intentes dominarlas: la palabra es el centro
de la vida de dios, el músculo primero de la verdad sincera, de la poesía.
Aquellos que pretenden hacer experimentos, jugar con la sintaxis, no llegarán
al núcleo, se enredarán con símbolos, luces de puro juego, reliquias de
anticuarios.
La semántica
es la ciencia donde confluye todo: la filosofía, las matemáticas. La palabra
más bella, ella es la clave, el matiz absoluto. No compres tu libertad con muestreos,
no llegarás al centro. Adéntrate en la palabra, en la sola palabra, esa simple
expresión de sufrimiento.
No busquemos
poetas donde nunca los hay, donde nunca existieron. Debes asimilarlo. Que otros
se lo crean te debe dar igual. La palabra es un mundo que hay que descubrir, y
debes estar solo.
23. Junto al árbol
En los
sitios visibles me siento junto al árbol. Miro al cielo, busco las estrellas y
saludo a los pájaros que siempre me visitan. Cuando soy invisible prefiero los
garajes subterráneos, su frescor y silencio. La ingravidez del aire. Debo
esconderme ahora, la vida me entristece. Las personas que habitan me distraen,
me confunden, hacen que esté molesto. ¡No podíais iros todos! Un puñado de libros
y nada más. No necesito más.
La creencia
es un acto que comienza en domingo, y debes ser muy fiel a todos los momentos
mientras estés tan solo. Decía Marco Aurelio que la noche le absorbía de paz. Y
Virgilio forjó la metamorfosis en pájaro. Fue Ciris. Sobra el hombre. Nunca
falta el principio.
Sentado
junto al árbol leo a Rilke. Aprendo de personas que pueden enseñar, que han
leído la esencia, que llegaron al bosque y, en su centro, descubrieron la luz y
su silencio. Sin silencio no hay poesía. Los deseos humanos, y hasta las
peticiones, no son literatura.
En el centro
del parque todo se ve distinto, diferente. Aprendo de vosotros: luces, pájaros,
sombras, estrellas, una espiga de trigo, buen espíritu y silencios.
24. El color de este cielo acomplejado
Londres sí
tiene mar, un infinito espacio verde donde se toma el sol. Una pradera de tonos
multicolores que refleja el amor y la nostalgia. Es un inmenso mar donde puedo quererte
mientras miras los pájaros, las hojas, el color de este cielo acomplejado. Cuando
nos falta el orden aparece la vida, pero no me acostumbro. Vivir sin un
concierto es una sucesión de cosas principales, el mandato observado para
cristalizar nuestra amargura.
El azul de
este cielo es diferente, un número complejo y decimal. Aunque es natural lo
imaginario determina. Prevalece el azul pero es grisáceo. Hoy se instalan las nubes
y el ruido de un operario limpiando los caminos hace que le conceda primacía.
Observo al empleado, con rigor y paciencia avanza solo un poco, la exactitud de
su triste muestreo. Un jardinero uniformado se confunde en el verde, lo
entretiene. Señala con el dedo un árbol que ha caído.
Es difícil
escribir tristes canciones, con una inclinación notaba que vivías. Ahora no sé
arroparme lo suficiente a ti. Apenas me defiendo con las notas y esa
interminable lista de recomendaciones ha salido volando. Hay un rayo de sol que
se va haciendo diferente. Intento darte un beso y en mi boca tarareas el
estribillo. Es hora de volver, comienzo a comprenderte y a llevarte en
volandas. Este color del cielo ha empezado a vivir. Una abeja veloz irrumpe en
tu alegría. El color de este cielo no me otorga palabras si no intento
escribir.
Javier Sánchez Menéndez. Mediodía en Kensington Park. Ed. La Isla de Siltolá. Sevilla, 2015
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