documentos de pensamiento radical

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martes, 5 de febrero de 2019

Helena y la varita- lápiz




En un lugar muy lejano y desconocido para nosotros, donde siempre era primavera y los niños jugaban en la calle con una varita mágica cambiando el aspecto físico de las cosas, vivía una sonriente y guapísima niña que se llamaba Helena.
Ella también poseía su varita mágica, pero a diferencia de los demás niños la utilizaba, no para cambiar el aspecto físico de las cosas, sino para cambiar, podríamos decir, su historia. Me explico: Helena había descubierto que le gustaba inventar historias y, en un país en que no era costumbre escribir y contar leyendas, a ella le apetecía, no se sabe por qué extraña razón, escribir y escribir sin parar. Con la varita había encontrado miles de libros infantiles que todos conocemos y había podido llegar a ver cosas del futuro que en su país ignoraban y jugaba a mezclar tiempos y mundos diferentes. Su mayor sorpresa fue cuando descubrió un libro que contaba la Batalla de Troya y conoció el significado de su nombre y la capacidad de los hombres para inventar artilugios que pudieran cambiar el destino.
Y comenzó a escribir como habían escrito todos esos autores que ella leía. Para esto, en un país en que no había muchos lápices ni papel, porque nadie los necesitaba, ella había hecho que el palo de su propia varita se convirtiera en un lápiz afilado que nunca se gastaba y que una de las cortinas de su casa, cuando ella lo necesitaba, se transformara en una especie de cuaderno que se enrollaba y desenrollaba y sobre el que ella escribía.
A veces sus amigos no entendían por qué no salía con ellos continuamente a jugar, a convertir a los sapos en pájaros o a las flores en grandes árboles para que reconocieran la primera luz del sol. La verdad es que les resultaba extraño entender que Helena prefiriera quedarse en la sombra de su habitación, ¿qué podía hacer allí?
Pero Helena había encontrado su mejor entretenimiento en leer cuentos y cambiarlos a su antojo con todos los conocimientos del futuro que ella había aprendido. Así consiguió que la madrastra de Blanca Nieves recibiera un regalo endemoniado: un espejo con 10 aumentos que le mostró todas las mentiras que su “espejo, espejito mágico” le había contado. Sí, un día se asomó a ese extraño espejo y vio todas sus arrugas y el reflejo en sus ojos de todo el daño que había causado a su reino y a su familia y vivió martirizada para siempre. En esa misma historia, Blanca Nieves, que todos sabemos que vivía con los Siete Enanitos, había sumado a su equipo de pequeños seres a uno más, un robot llamado R2D2 cuyo tamaño no era mayor que el de sus amigos Enanos pero que permitía que Blanca Nieves estuviera en continua comunicación con su padre a través de unas imágenes (hologramas) que R2D2 proyectaba y que los dos (padre e hija) decidieran que el mejor sitio para crecer fuera esa cabaña con sus amiguitos. Allí Blanca Nieves, se dedicaba a estudiar leyes, humanidades, psicología, justicia social, historia… para ser, en el futuro, una Reina ecuánime, sin necesidad de pensar en que un Príncipe pudiera salvarla porque ella se había salvado solita. Tenía toda la información del mundo a su alcance, ya que entre el robot, los enanitos y ella habían construido un ordenador para acceder a ella. Ellos eran los que habían mandado el espejo a la malvada bruja y sabían que el Rey, después de que la bruja se hubiera mirado, estaba más tranquilo y conocía todo lo sucedido antes y después de que la bruja se empezara a marchitar. Además, Blanca Nieves había encontrado, durante tantas horas de investigación, a otros personajes de cuentos infantiles que, como ella, podían cambiar su vida: Cenicienta, Hansel y Gretel, Caperucita,… y entre todos, habían creado La Liga de Héroes de Cuentos Infantiles para cambiar sus historias y las de otros personajes de narraciones que no eran felices. Hansel y Gretel nunca llegaron a la casa de la bruja porque señalaron el camino con coordenadas GPS de un teléfono móvil que les construyó Blanca Nieves antes de que salieran de su casa. La bruja que pensaba comérselos se aburrió tanto de esperarlos que salió volando en su escoba y nunca más se supo de ella.
Cenicienta, después de estar varios años bajo las órdenes de su madrastra y hermanastras, coincidió en un mercado con Blanca Nieves y le pidió que le enseñara a leer y escribir. Blanca Nieves le envió un pequeño ordenador portátil con internet, así que todas las noches asistía a clases on-line y se convirtió en una excelente profesora. Un día salió de su casa de madrugada, dejando una carta de despedida a sus hermanastras y madrastra; se fue a un reino cercano y fundó una escuela pública para enseñar a todos los niños y niñas del reino. Fue una gran profesora que sacó de la ignorancia a muchas personas de varias generaciones y consiguió que su idea de tener escuelas se extendiera por varios reinos. El príncipe del reino se enamoró de ella, no sólo por su belleza sino por su sabiduría y se casaron, pero Cenicienta nunca dejó de dar clases en su escuela, además de ejercer de consejera del Rey, su marido.
En cuanto a Caperucita, el lobo vive en casa con ella y la cuida como un perro fiel. Sigue viviendo en la casita aislada de su familia, pero su abuela se murió de viejecita y ella se gana la vida en una pastelería en que el más famoso de los pasteles es la Tarta Lobo. Blanca Nieves cambió la historia amaestrándolo, con ayuda de los enanitos, para que no se comiera a la abuela y simplemente la protegiera de un cazador un poco borracho que merodeaba por los alrededores de la casa. El lobo consiguió asustarlo y el cazador se escapó ante sus aullidos. Así que Caperucita, pasó varios días de vacaciones con su abuela y lobo bueno, y consiguió aprender a hacer la tarta de fresa que su madre había hecho, pero con un ingrediente secreto que su abuela le enseñó y desde entonces la llamaron Tarta Lobo. Cuando terminó el colegio, decidió estudiar repostería y montó su propia empresa de pasteles, a la que va todos los días acompañada de su fiel amigo peludo.
Después de mucho tiempo, practicando y practicando sin parar, Helena decidió que por fin había escrito hermosas historias y que, ahora, podía competir con las maravillosas transformaciones de las varitas mágicas de sus amigos. Transformaciones que sólo duraban 5 minutos y que ella había conseguido que durasen para siempre si quedaban escritas.
Una tarde, después de ensayar cómo explicárselo a sus amigos, los reunió a todos y les prometió contarles su secreto y el porqué se había encerrado tanto tiempo en su habitación. Les leyó sus historias. Bueno, primero les leyó los cuentos tradicionales de los que ellos nunca habían oído hablar pero que no les interesaron mucho, porque con sus varitas podrían haberlos modificado a su antojo, es decir, Hansel y Gretel podían haber señalado el camino con elementos que no hubieran desaparecido o, simplemente, convertir a la bruja en un hada buena. Cenicienta, por ejemplo, podía haberse convertido en mariposa y haber salido volando de su casa. Blanca Nieves, podía haber convertido, con la varita, a la reina mala en estatua de sal y haber regresado a su castillo y Caperucita, podía haber convertido al lobo en un inofensivo gatito que no tuviera ganas de comer a la abuela.
Lo cierto es que la varita hacía que todos los cuentos resultaran un poco inimaginables, eran situaciones que para los niños carecían de veracidad. Así que Helena, les explicó que la varita le había permitido no sólo leer esos cuentos sino aprender de infinitas cosas del pasado, del presente y del futuro y les contó sus historias modificadas. Al principio no eran capaces de prestar la atención suficiente, porque no estaban acostumbrados a escuchar historias, pero ella, modulando la voz convenientemente, consiguió que, por fin, se callaran y la escucharan sin parpadear. Todos, cuando ella terminó, se quedaron extasiados y, mirando a sus varitas mágicas, sólo desearon una nueva transformación: poder seguir oyendo historias como esas y, si fuera posible, aprender a escribirlas.
A partir de ese momento, Helena, se reunía todas las tardes, debajo del árbol-osoamistoso (un árbol que tenía cara y brazos de oso amistoso y que siempre los protegía del frío) con sus amigos y, pidiéndole a sus varitas que se convirtieran en lápiz y papel, hacía que todos leyeran historias tradicionales, las reescribieran y las contaran. Pero ahora, al ser escritas, sabían que podrían ser leídas por muchas personas del futuro y que así nunca se terminarían, no sólo porque las iban a poder disfrutar leyendo, sino porque las iban a poder transformar hasta el infinito y más allá según les apeteciera o les pareciera mejor. Recuerdos, historias, vivencias,… todo cabía en las hojas inagotables que tenían y todo se convertía poco a poco en leyendas compartidas para siempre.

Montserrat Villar González


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