En un lugar muy lejano y desconocido
para nosotros, donde siempre era primavera y los niños jugaban en la calle con
una varita mágica cambiando el aspecto físico de las cosas, vivía una sonriente
y guapísima niña que se llamaba Helena.
Ella también poseía su varita mágica,
pero a diferencia de los demás niños la utilizaba, no para cambiar el aspecto
físico de las cosas, sino para cambiar, podríamos decir, su historia. Me
explico: Helena había descubierto que le gustaba inventar historias y, en un
país en que no era costumbre escribir y contar leyendas, a ella le apetecía, no
se sabe por qué extraña razón, escribir y escribir sin parar. Con la varita
había encontrado miles de libros infantiles que todos conocemos y había podido
llegar a ver cosas del futuro que en su país ignoraban y jugaba a mezclar
tiempos y mundos diferentes. Su mayor sorpresa fue cuando descubrió un libro
que contaba la Batalla de Troya y conoció el significado de su nombre y la
capacidad de los hombres para inventar artilugios que pudieran cambiar el
destino.
Y comenzó a escribir como habían
escrito todos esos autores que ella leía. Para esto, en un país en que no había
muchos lápices ni papel, porque nadie los necesitaba, ella había hecho que el
palo de su propia varita se convirtiera en un lápiz afilado que nunca se
gastaba y que una de las cortinas de su casa, cuando ella lo necesitaba, se transformara
en una especie de cuaderno que se enrollaba y desenrollaba y sobre el que ella
escribía.
A veces sus amigos no entendían por qué
no salía con ellos continuamente a jugar, a convertir a los sapos en pájaros o
a las flores en grandes árboles para que reconocieran la primera luz del sol.
La verdad es que les resultaba extraño entender que Helena prefiriera quedarse en
la sombra de su habitación, ¿qué podía hacer allí?
Pero Helena había encontrado su mejor
entretenimiento en leer cuentos y cambiarlos a su antojo con todos los conocimientos
del futuro que ella había aprendido. Así consiguió que la madrastra de Blanca Nieves
recibiera un regalo endemoniado: un espejo con 10 aumentos que le mostró todas
las mentiras que su “espejo, espejito mágico” le había contado. Sí, un día se
asomó a ese extraño espejo y vio todas sus arrugas y el reflejo en sus ojos de
todo el daño que había causado a su reino y a su familia y vivió martirizada
para siempre. En esa misma historia, Blanca Nieves, que todos sabemos que vivía
con los Siete Enanitos, había sumado a su equipo de pequeños seres a uno más,
un robot llamado R2D2 cuyo tamaño no era mayor que el de sus amigos Enanos pero
que permitía que Blanca Nieves estuviera en continua comunicación con su padre
a través de unas imágenes (hologramas) que R2D2 proyectaba y que los dos (padre
e hija) decidieran que el mejor sitio para crecer fuera esa cabaña con sus
amiguitos. Allí Blanca Nieves, se dedicaba a estudiar leyes, humanidades,
psicología, justicia social, historia… para ser, en el futuro, una Reina ecuánime,
sin necesidad de pensar en que un Príncipe pudiera salvarla porque ella se había
salvado solita. Tenía toda la información del mundo a su alcance, ya que entre
el robot, los enanitos y ella habían construido un ordenador para acceder a
ella. Ellos eran los que habían mandado el espejo a la malvada bruja y sabían
que el Rey, después de que la bruja se hubiera mirado, estaba más tranquilo y
conocía todo lo sucedido antes y después de que la bruja se empezara a
marchitar. Además, Blanca Nieves había encontrado, durante tantas horas de
investigación, a otros personajes de cuentos infantiles que, como ella, podían
cambiar su vida: Cenicienta, Hansel y Gretel, Caperucita,… y entre todos,
habían creado La Liga de Héroes de Cuentos Infantiles para cambiar sus historias
y las de otros personajes de narraciones que no eran felices. Hansel y Gretel
nunca llegaron a la casa de la bruja porque señalaron el camino con coordenadas
GPS de un teléfono móvil que les construyó Blanca Nieves antes de que salieran
de su casa. La bruja que pensaba comérselos se aburrió tanto de esperarlos que
salió volando en su escoba y nunca más se supo de ella.
Cenicienta, después de estar varios
años bajo las órdenes de su madrastra y hermanastras, coincidió en un mercado
con Blanca Nieves y le pidió que le enseñara a leer y escribir. Blanca Nieves
le envió un pequeño ordenador portátil con internet, así que todas las noches asistía
a clases on-line y se convirtió en una excelente profesora. Un día salió de su
casa de madrugada, dejando una carta de despedida a sus hermanastras y
madrastra; se fue a un reino cercano y fundó una escuela pública para enseñar a
todos los niños y niñas del reino. Fue una gran profesora que sacó de la
ignorancia a muchas personas de varias generaciones y consiguió que su idea de
tener escuelas se extendiera por varios reinos. El príncipe del reino se
enamoró de ella, no sólo por su belleza sino por su sabiduría y se casaron,
pero Cenicienta nunca dejó de dar clases en su escuela, además de ejercer de
consejera del Rey, su marido.
En cuanto a Caperucita, el lobo vive
en casa con ella y la cuida como un perro fiel. Sigue viviendo en la casita
aislada de su familia, pero su abuela se murió de viejecita y ella se gana la
vida en una pastelería en que el más famoso de los pasteles es la Tarta Lobo.
Blanca Nieves cambió la historia amaestrándolo, con ayuda de los enanitos, para
que no se comiera a la abuela y simplemente la protegiera de un cazador un poco
borracho que merodeaba por los alrededores de la casa. El lobo consiguió
asustarlo y el cazador se escapó ante sus aullidos. Así que Caperucita, pasó
varios días de vacaciones con su abuela y lobo bueno, y consiguió aprender a
hacer la tarta de fresa que su madre había hecho, pero con un ingrediente
secreto que su abuela le enseñó y desde entonces la llamaron Tarta Lobo. Cuando
terminó el colegio, decidió estudiar repostería y montó su propia empresa de
pasteles, a la que va todos los días acompañada de su fiel amigo peludo.
Después de mucho tiempo, practicando
y practicando sin parar, Helena decidió que por fin había escrito hermosas
historias y que, ahora, podía competir con las maravillosas transformaciones de
las varitas mágicas de sus amigos. Transformaciones que sólo duraban 5 minutos
y que ella había conseguido que durasen para siempre si quedaban escritas.
Una tarde, después de ensayar cómo explicárselo
a sus amigos, los reunió a todos y les prometió contarles su secreto y el
porqué se había encerrado tanto tiempo en su habitación. Les leyó sus historias.
Bueno, primero les leyó los cuentos tradicionales de los que ellos nunca habían
oído hablar pero que no les interesaron mucho, porque con sus varitas podrían
haberlos modificado a su antojo, es decir, Hansel y Gretel podían haber
señalado el camino con elementos que no hubieran desaparecido o, simplemente,
convertir a la bruja en un hada buena. Cenicienta, por ejemplo, podía haberse
convertido en mariposa y haber salido volando de su casa. Blanca Nieves, podía
haber convertido, con la varita, a la reina mala en estatua de sal y haber
regresado a su castillo y Caperucita, podía haber convertido al lobo en un
inofensivo gatito que no tuviera ganas de comer a la abuela.
Lo cierto es que la varita hacía que
todos los cuentos resultaran un poco inimaginables, eran situaciones que para
los niños carecían de veracidad. Así que Helena, les explicó que la varita le
había permitido no sólo leer esos cuentos sino aprender de infinitas cosas del
pasado, del presente y del futuro y les contó sus historias modificadas. Al principio
no eran capaces de prestar la atención suficiente, porque no estaban
acostumbrados a escuchar historias, pero ella, modulando la voz
convenientemente, consiguió que, por fin, se callaran y la escucharan sin
parpadear. Todos, cuando ella terminó, se quedaron extasiados y, mirando a sus
varitas mágicas, sólo desearon una nueva transformación: poder seguir oyendo
historias como esas y, si fuera posible, aprender a escribirlas.
A partir de ese momento, Helena, se reunía
todas las tardes, debajo del árbol-osoamistoso (un árbol que tenía cara y
brazos de oso amistoso y que siempre los protegía del frío) con sus amigos y,
pidiéndole a sus varitas que se convirtieran en lápiz y papel, hacía que todos leyeran
historias tradicionales, las reescribieran y las contaran. Pero ahora, al ser
escritas, sabían que podrían ser leídas por muchas personas del futuro y que
así nunca se terminarían, no sólo porque las iban a poder disfrutar leyendo,
sino porque las iban a poder transformar hasta el infinito y más allá según les
apeteciera o les pareciera mejor. Recuerdos, historias, vivencias,… todo cabía
en las hojas inagotables que tenían y todo se convertía poco a poco en leyendas
compartidas para siempre.
Montserrat Villar González
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