Comienzo
el año maya del fin del mundo intentando seguir
en
el códice Colombino del Museo de América
la
historia de 8 Venado, un soberano mixteca que,
ayudado
por 10 Viento y 1 Lagarto,
entra
en contacto con la diosa 9 Caña,
“Señora
de las Puntas de Flecha”,
gracias
a la ingesta de ciertas sustancias.
Paso
luego al códice Madrid,
que
es una especie de calendario adivinatorio,
y
de ahí camino hacia la sala de los fetiches
donde
me encuentro con que en Ghana
se
ha puesto de moda enterrarse en ataúdes
decorados
como si fueran móviles
y
que en Suecia, aunque tampoco dejan pasar a los ilegales,
al
menos les han hecho un museo
donde
te puedes encontrar
las
escaleras con que intentaron saltar la valla de Ceuta.
La
siguiente vitrina contiene el espejo negro
con
el que el dios Tezcatlipoca
veía
todas las cosas y todos los lugares,
-robados
por Cortés los dos ejemplares que se conocen,
pasaron
a engrosar la colección de Felipe II en El Escorial-
así
que acerco mis ojos a su humeante superficie de obsidiana
y
sale de ella una cartera que dice London in your pocket
con
una tarjeta azul que, aseguran, basta enseñar
para
poder circular por la ciudad durante una semana.
La
siguiente vitrina contiene objetos del Museo Británico,
la
gran cueva de Alí Babá de los ingleses, que es
cueva
menor al lado de las nuestras, y allí:
La
ola de Hokusai, un extraño grabado de Durero,
un
mapa para llegar al corazón de la Meca,
un
cuenco micénico adornado con figuritas,
una
crátera griega, una invitación a la ceremonia del té,
un
sextante árabe con brújula,
un
grabado que anuncia la celebración del año del Dragón
y
otro mapa que dice que la vida es
dar
vueltas alrededor de la casa de Dios.
Más
allá, un faraón al que prometieron la inmortalidad
sufre
el infierno de ser molestado por varios miles de turistas al día
y
en un pasillo otro reposa suavemente su blanca mano
en
la de su esposa para poder soportar todo aquello.
La
tumba real de Ur, lienzos del palacio de Nimrud y Nínive
decorados
con grifos y figuras fantásticas,
la
peineta de oro y flores que a mí me hubiera gustado
que
lucieras en el día de tu boda,
dragones,
samuráis, la piedra Rosetta
mirada
con una atención como si los que están delante de ella
fueran
todos expertos traductores del demótico al griego antiguo,
los
leones asirios y las esculturas del Partenón
que
parecen de mantequilla.
Dame
un beso que no parta en dos el meridiano de Greenwich,
te
digo.
Llévame
de la mano hasta el teatro de El Globo
donde
se representaron hace siglos las obras de Shakespeare
y
a las putas se las llamaba actrices,
o
hasta el Golden Hinde, el barco en el que el
pirata Drake
dio
la vuelta al mundo persiguiendo galeones de oro español,
y
al destructor Belfast que está anclado un poco más allá
para
que nadie olvide que este es aún un país pirata y guerrero.
I like to be surrounded by pretty things,
leo
en una camiseta.
En
la otra orilla, unos turistas observan el cambio de guardia,
la
cosa resulta tan aburrida que todos prefieren putear un rato
a
los inmóviles caballistas que flanquean el edificio,
de
nuevo la imagen de los faraones viene a mi cabeza,
el
mundo está lleno de sufrimiento
y
de Torres de Londres y libros de Dickens.
Strawberry
Hill resulta que además de una canción de los Beatles
es
un castillo gótico abierto al público en Twickenham
y
la Tate una fábrica de ladrillos hacia donde hoy
cabalga
la gente buscando picassos.
Solo frente al matrimonio Arnolfini.
Solo frente al retrato de un joven de
Basaiti.
Solo frente al san Francisco meditando de
Zurbarán.
Solo frente a don
Adrián Pulido Pareja de Martínez del Mazo.
Solo frente a la joven que llora de Béraud.
Solo frente a la Asunción de la Virgen de
Vicenza.
Solo ante Susana en el baño de Hayez.
Solo ante la vista de Lowestoft desde el sur
de Kerrich.
Solo ante san Jorge y el dragón de Ucello.
Solo frente a una naturaleza muerta de Van de
Velde.
Dame
un beso que no parta en dos el meridiano de Greenwich,
te
digo.
Dame
tu mano, llévame al Covent Garden
entre
las flores y las verduras de jabón,
llévame
al bullicio de sus bares,
al
tumulto ordenado de la sangre, sí;
llévame
antes de que muera el poeta
entre
las flores y las frutas que sólo existen en su mente,
antes
de que él descubra que la muerte
es
irse a vivir al Covent Garden,
desaparecer,
como Harry Potter,
en
el andén 9 y 3/4 de la estación de Kings Cross
o
camino de la casa de Sherlock Holmes
en
la estación de metro de Baker Street.
Llévame,
llévame a la siguiente sala,
a
aquella vitrina verde que promete un paseo por Regent’s Park
desde
la casa de Virginia Woolf hasta el mercado de
Camden Town,
donde
se levantó hace años una modesta placa
en
memoria de Felicia Browne, la escultora inglesa
convertida
en miliciana
que
escribió a finales de julio de 1936
"Dices que estoy huyendo y eludiendo algo al no
pintar o esculpir.
Si no hay nada que pintar o esculpir no puedo
hacerlo...
Si la pintura o la escultura fueran para mí más
valiosas
o urgentes que el terremoto de la revolución...
pintaría o esculpiría,"
pero
no buscaría la muerte acribillada por las balas fascistas
en
Tardienta, Aragón, el 25 de agosto de 1936,
mientras
intentaba ayudar a un compañero herido.
THIS PLAQUE COMMEMORATES THE VOLUNTEERS WHO SET OFF
FROM THIS BOROUGH TO FIGTH IN THE INTERNATIONAL BRIGADES SPAIN, 1936-1939, AND
ALSO THOSE CITIZENS OF THIS BOROUGH WHO SUPPORTED THE SPANISH REPUBLIC IN ITS
FIGHT AGAINST FASCISM. ¡NO PASARÁN!
Es hermoso leer esto, aunque uno sea
consciente
de que hace muchos años
que pasaron, a pesar incluso
de los esfuerzos del alcalde Billy Budd,
que se quiso ir con ellos
y no lo dejaron porque solo tenía 16 años;
de todos modos, algo aún se respira en
Camden
que tiene otro aire,
que
tal vez también se repite
al
salir por Notting Hill camino de Portobello
Market
y
encontrarse con un mosaico que se llama Ecos
de España
en
honor a los voluntarios locales
y
los refugiados españoles.
Todo
lo demás es bisutería: Soho, Mayfair, Carnaby Street.
Dame
un beso que no parta en dos el meridiano de Greenwich,
te
digo.
Dame
la mano pues ya no puedo volar, esta fue mi última primavera,
visito
cosas que no existen, cadáveres maquillados
para
soportar el paso del tiempo,
faraones
egipcios condenados al más cruel de todos los infiernos,
pero
también teddy boys, mods, hippies, punks, gente cansada
de
buscar la isla que no existe, El Dorado, Las Californias,
el
barco pirata, los niños descarriados,
el
río que dejó hace tiempo la verde llanura.
¿A
qué he venido aquí?
¿A
ver al menos aquí los mapas del tesoro junto a los tesoros,
aunque
sean los mapas y los tesoros de otros, viajes de otros,
vidas
de otros que nunca seré?
No
ha pasado el tiempo sobre este espejo negro
utilizado
para comunicar con espíritus y ángeles
según
reza en la cartela,
que
fuera un día regalo de Felipe II a John Dee
y
que hoy me devuelve, a imagen del que está
en
el Museo de América, mis reflejos en el British,
este
espejo donde no he dejado de mirar
durante
todo este tiempo,
pues
la magia sigue necesitando la complicidad del pensamiento
y
por eso mismo es hoy una luz que nadie enciende.
Lleva
usted razón, este mundo será destruido
y
los niños perdidos no habrán podido hacer nada por evitarlo,
todo
quedará en unas lágrimas, un sollozo apagado,
no
se preocupe, todo está en orden,
ya
me voy, sí,
ya
sé que va a cerrar el museo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario