documentos de pensamiento radical

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sábado, 9 de febrero de 2019

SEÑALES EN EL AÑO MAYA DEL FIN DEL MUNDO





Comienzo el año maya del fin del mundo intentando seguir
en el códice Colombino del Museo de América
la historia de 8 Venado, un soberano mixteca que,
ayudado por 10 Viento y 1 Lagarto,
entra en contacto con la diosa 9 Caña,
“Señora de las Puntas de Flecha”,
gracias a la ingesta de ciertas sustancias.

Paso luego al códice Madrid,
que es una especie de calendario adivinatorio,
y de ahí camino hacia la sala de los fetiches
donde me encuentro con que en Ghana
se ha puesto de moda enterrarse en ataúdes
decorados como si fueran móviles
y que en Suecia, aunque tampoco dejan pasar a los ilegales,
al menos les han hecho un museo
donde te puedes encontrar
las escaleras con que intentaron saltar la valla de Ceuta.

La siguiente vitrina contiene el espejo negro
con el que el dios Tezcatlipoca
veía todas las cosas y todos los lugares,

-robados por Cortés los dos ejemplares que se conocen,
pasaron a engrosar la colección de Felipe II en El Escorial-

así que acerco mis ojos a su humeante superficie de obsidiana
y sale de ella una cartera que dice London in your pocket
con una tarjeta azul que, aseguran, basta enseñar
para poder circular por la ciudad durante una semana.

La siguiente vitrina contiene objetos del Museo Británico,
la gran cueva de Alí Babá de los ingleses, que es
cueva menor al lado de las nuestras, y allí:

La ola de Hokusai, un extraño grabado de Durero,
un mapa para llegar al corazón de la Meca,
un cuenco micénico adornado con figuritas,
una crátera griega, una invitación a la ceremonia del té,
un sextante árabe con brújula,
un grabado que anuncia la celebración del año del Dragón
y otro mapa que dice que la vida es
dar vueltas alrededor de la casa de Dios.

Más allá, un faraón al que prometieron la inmortalidad
sufre el infierno de ser molestado por varios miles de turistas al día
y en un pasillo otro reposa suavemente su blanca mano
en la de su esposa para poder soportar todo aquello.

La tumba real de Ur, lienzos del palacio de Nimrud y Nínive
decorados con grifos y figuras fantásticas,
la peineta de oro y flores que a mí me hubiera gustado
que lucieras en el día de tu boda,
dragones, samuráis, la piedra Rosetta
mirada con una atención como si los que están delante de ella
fueran todos expertos traductores del demótico al griego antiguo,
los leones asirios y las esculturas del Partenón
que parecen de mantequilla.

Dame un beso que no parta en dos el meridiano de Greenwich,
te digo.

Llévame de la mano hasta el teatro de El Globo
donde se representaron hace siglos las obras de Shakespeare
y a las putas se las llamaba actrices,
o hasta el Golden Hinde, el barco en el que el pirata Drake
dio la vuelta al mundo persiguiendo galeones de oro español,
y al destructor Belfast que está anclado un poco más allá
para que nadie olvide que este es aún un país pirata y guerrero.

I like to be surrounded by pretty things,
leo en una camiseta.

En la otra orilla, unos turistas observan el cambio de guardia,
la cosa resulta tan aburrida que todos prefieren putear un rato
a los inmóviles caballistas que flanquean el edificio,
de nuevo la imagen de los faraones viene a mi cabeza,
el mundo está lleno de sufrimiento
y de Torres de Londres y libros de Dickens.

Strawberry Hill resulta que además de una canción de los Beatles
es un castillo gótico abierto al público en Twickenham
y la Tate una fábrica de ladrillos hacia donde hoy
cabalga la gente buscando picassos.

Solo frente al matrimonio Arnolfini.
Solo frente al retrato de un joven de Basaiti.
Solo frente al san Francisco meditando de Zurbarán.
Solo frente a don Adrián Pulido Pareja de Martínez del Mazo.
Solo frente a la joven que llora de Béraud.
Solo frente a la Asunción de la Virgen de Vicenza.
Solo ante Susana en el baño de Hayez.
Solo ante la vista de Lowestoft desde el sur de Kerrich.
Solo ante san Jorge y el dragón de Ucello.
Solo frente a una naturaleza muerta de Van de Velde.

Dame un beso que no parta en dos el meridiano de Greenwich,
te digo.

Dame tu mano, llévame al Covent Garden
entre las flores y las verduras de jabón,
llévame al bullicio de sus bares,
al tumulto ordenado de la sangre, sí;
llévame antes de que muera el poeta
entre las flores y las frutas que sólo existen en su mente,
antes de que él descubra que la muerte
es irse a vivir al Covent Garden,
desaparecer, como Harry Potter,
en el andén 9 y 3/4 de la estación de Kings Cross
o camino de la casa de Sherlock Holmes
en la estación de metro de Baker Street.

Llévame, llévame a la siguiente sala,
a aquella vitrina verde que promete un paseo por Regent’s Park
desde la casa de Virginia Woolf hasta el mercado de Camden Town,
donde se levantó hace años una modesta placa
en memoria de Felicia Browne, la escultora inglesa
convertida en miliciana
que escribió a finales de julio de 1936

"Dices que estoy huyendo y eludiendo algo al no pintar o esculpir.
Si no hay nada que pintar o esculpir no puedo hacerlo...
Si la pintura o la escultura fueran para mí más valiosas
o urgentes que el terremoto de la revolución... pintaría o esculpiría,"

pero no buscaría la muerte acribillada por las balas fascistas
en Tardienta, Aragón, el 25 de agosto de 1936,
mientras intentaba ayudar a un compañero herido.

THIS PLAQUE COMMEMORATES THE VOLUNTEERS WHO SET OFF FROM THIS BOROUGH TO FIGTH IN THE INTERNATIONAL BRIGADES SPAIN, 1936-1939, AND ALSO THOSE CITIZENS OF THIS BOROUGH WHO SUPPORTED THE SPANISH REPUBLIC IN ITS FIGHT AGAINST FASCISM. ¡NO PASARÁN!

Es hermoso leer esto, aunque uno sea consciente
de que hace muchos años
que pasaron, a pesar incluso
de los esfuerzos del alcalde Billy Budd,
que se quiso ir con ellos
y no lo dejaron porque solo tenía 16 años;
de todos modos, algo aún se respira en Camden
que tiene otro aire,
que tal vez también se repite
al salir por Notting Hill camino de Portobello Market
y encontrarse con un mosaico que se llama Ecos de España
en honor a los voluntarios locales
y los refugiados españoles.

Todo lo demás es bisutería: Soho, Mayfair, Carnaby Street.

Dame un beso que no parta en dos el meridiano de Greenwich,
te digo.

Dame la mano pues ya no puedo volar, esta fue mi última primavera,
visito cosas que no existen, cadáveres maquillados
para soportar el paso del tiempo,
faraones egipcios condenados al más cruel de todos los infiernos,
pero también teddy boys, mods, hippies, punks, gente cansada
de buscar la isla que no existe, El Dorado, Las Californias,
el barco pirata, los niños descarriados,
el río que dejó hace tiempo la verde llanura.

¿A qué he venido aquí?
¿A ver al menos aquí los mapas del tesoro junto a los tesoros,
aunque sean los mapas y los tesoros de otros, viajes de otros,
vidas de otros que nunca seré?

No ha pasado el tiempo sobre este espejo negro
utilizado para comunicar con espíritus y ángeles
según reza en la cartela,
que fuera un día regalo de Felipe II a John Dee
y que hoy me devuelve, a imagen del que está
en el Museo de América, mis reflejos en el British,
este espejo donde no he dejado de mirar
durante todo este tiempo,
pues la magia sigue necesitando la complicidad del pensamiento
y por eso mismo es hoy una luz que nadie enciende.

Lleva usted razón, este mundo será destruido
y los niños perdidos no habrán podido hacer nada por evitarlo,
todo quedará en unas lágrimas, un sollozo apagado,
no se preocupe, todo está en orden,

ya me voy, sí,
ya sé que va a cerrar el museo.



Antonio Orihuela. Esperar Sentado. Ed. Ruleta Rusa, 2014


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