Puedo
contar mi vida a través de las cicatrices.
Muchas,
en muchas partes,
cada
una, un relato distinto,
ninguno
sobre guerra.
Soy
colombiana y el conflicto nunca hirió mis pestañas directamente.
Sí
a muchos de mis cercanos, de mis paisanos.
Y
aunque nos escondimos detrás de las cortinas
lentamente
fuimos minados,
masacrados,
torturados,
no
en la piel,
en
el alma.
Fuimos
muchas generaciones
a
las que nos cortaron el cordón umbilical con miedo
nos
amamantaron con leche amarga
untada
de amapola, de coca, de marihuana.
Las
bombas sonaban a lo lejos, en las urgentes cordilleras
por
los que se meten todo en la nariz o en las venas.
Aprendimos
a hacer de la degradación un buen negocio.
Perdimos
la dignidad y las vísceras por cargar unos cuantos gramos.
Esta
drogada guerra se dispersa en muchos terrenos,
pasea
feliz por muchas patrias distintas
pero
solo era nuestra,
nos
pertenecía
era
nuestro país el que iba sobre el empaque.
Esta
drogada guerra puso nuestro nombre en las noticias
y
nuestras visas en la basura,
porque
a los ojos del mundo
todos
fuimos mulas,
todos
fuimos culpables
todos
fuimos Pablo.
Natalia Jaramillo. Toda la sangre que nos queda. Fallidos Ed. 2019
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