Habíamos recorrido cientos de kilómetros
de sombras, cientos de kilómetros de luz: un día completo para poder volver. Espanha. No recuerda las razones de tanta
prisa, si era porque se les habían acabado los escudos, si era porque debían acudir
urgentemente a un entierro, si pretendían conducir toda la noche hasta casa.
Si eran
El lavabo huele a bosque, a ese
temprano incomodo (…), ese era su odio a las paredes que encierran pero no
cierran, al arbolito verde intenso que le compró en una feria de sustancias
naturales. Prueba el agua corriente. Todo fluye, nada se ha detenido ¿para
qué?, sigue y desciende impasible.
Imparable.
Piensa: no, con
John Dowland es imposible mantenerse sereno. Lachrimae Amantis no, que no vuelva, por favor.
Es mejor así, piensa. Ya no se oye nada, las hormigas han
llegado hasta los descansillos, hasta el quinto piso. Las músicas les
sobrevivirán, se oyen inolvidables.
Sale de la casa
y deja la puerta cerrada. Se lo promete, sobre la herida
se lo permite.
Esta incomodidad
de entonces, alargada indefinidamente, que ahora escucha al continuar bajando
por las escaleras.
Volverá mañana.
Para conseguir una venta rápida, el
agente quiere que deje la casa lo más impersonal posible. ¿Cómo puedo conseguir
eso? le ha preguntado. No se preocupe, le ha dicho, le enviaré a alguien. Así
que aquí está, esperando
a
alguien.
Esta es la casa.
Lo único que quiere llevarse son las libretas, todos esos textos inconexos, trampantojos
que se van desgajando
de
ellos mismos.
El resto tendrá
que ir a la basura, ha sentenciado.
De repente se levanta un viento que se
inmiscuye en el interior de la casa se oyen las persianas batiendo contra las
barandas de los balcones y los objetos más inesperados vuelan de fachada en
fachada como si fueran hojas manuscritas e hiladas con pespuntes mal
hechos.
Sueña que es el
mismo viento fronterizo y si no es el mismo se parece mucho al de aquella noche
peninsular que tal vez ha tardado todo un año en recorrer el país hasta llegar
a
casa.
Letras como celosías inmensas
interponiéndose entre su mirada y el papel en blanco. Signos que lo pierden y
se pierden y no acaban de decir lo que quiere decir porque nada está hueco y
todo se ensancha y se agudiza como una arcada como un vómito que grita que se
grita que no tiene nada que nada es suyo ni siquiera
esta música
de
ellos.
¿Acaso recuerda
cómo se enfadó cuando él le dijo que las Gymnopédies
era música insoportable, hecha para sordos?
Agustín Calvo Galán. Cuando la frontera cerraba a las diez. Ed. Amargord, 2020
Fotografía Carmen Lourdes Fernández de Soto.
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