No necesito del Estado y estoy segura de que su reconocimiento “constitucional” del mundo gay, lésbico, trans es tan valioso para la mariconada boliviana como una cascara de plátano tirada en la acera en la cual con una pisada te puedes romper las costillas y perder el impulso y sobretodo el camino.
No necesito un gueto de mariconas donde asilarme y protegerme del mundo tiránicamente heterosexual. Me gustan las plazas para enamorar, me gustan las marchas de locos para luchar y los mercados de verduras para seducir. Ni siquiera necesito discoteca “de ambiente” porque soy amante del escándalo que producimos dos mujeres besándonos y tocándonos en el medio de una pista de baile llena de aburridas parejas heteros.
No necesito ni leyes, ni derechos retóricos; cuando sufro abusos es la furia y la rebeldía la que me redime y no hay salvador que quiera invocar, ni amparo real al que acudir. Cuando un cura homofóbico expulsa al niño marica del colegio, porque se enamoró de su compañero de curso, sé que no tendrá defensor alguno. Sé que ese niño reencontrará en la rebeldía la fuerza para seguir amando. Así como lo hice yo en su momento. Esa será la mejor y mas dulce redención.
Como maricona sueño con un mundo sin ejércitos y no con maricones en el Ejército.
Cuando me siento más maricona que nunca sueño con un mundo donde el placer de las mujeres florezca y la sexualidad no esté atada al falo, ni al concepto del sexo como placer del macho. En esos sueños los cuerpos de dos mujeres gozando, de dos hombres gozando, o de una mujer y un hombre gozando, sin violencia de por medio, se convierte en erotismo que me sale a flor de piel, donde soy cómplice de quienes luchan contra la pornografía y la violencia sexual.
Mi sueño no es pues pornografía lésbica, ni sadomasoquismo marica; sino construir una cultura sexual no falocéntrica, ni violenta. Ahí soy hermana con miles de mujeres que estamos en lo mismo y que con risas comparten conmigo el insulto de lesbiana, aunque son probadamente heterosexuales, pero no quieren rehuir el insulto que han aprendido a llevar con cierta picardía y orgullo.
A esta altura de mi vida, y después de más de 20 años de resistencia pública y lucha contra toda homofobia, lucha que además sólo me ha dado incontenibles carcajadas, no acepto, a esta altura, simplificación alguna de una condición tan profunda. No pierdo el camino de la desobediencia como fuente inagotable donde beber felicidad. No quiero inclusión, ni reconocimiento y no estoy dispuesta a renunciar a nada.
No tengo nada que ver con gays misóginos competitivos, que se pelean por un espacio de representación precario, minúsculo y sobretodo obediente. No tengo nada que ver con desfiles que encabeza el alcalde y seguramente este año la Maricruz también. No tengo nada que ver con pedirle permiso de existencia a institución alguna.
No tengo nada que ver con oenegés que guetissan y sofocan hasta la asfixia al mundo marica. Prefiero confundirme entre las deudoras, las mujeres que luchan contra el machismo y las amigas que comparten rebeldía.
Aunque fui la primera lesbiana publica en esta sociedad no figuro en las historias oficiales de los oenegeros gays que intentan borrarme. Pero, ¿quién me borra del imaginario de nuestras calles? Imposible, ni con tinta pagada por la cooperación, ni con spot pagado por el Gobierno.
María Galindo. Mujeres Creando, 2014. Bolivia
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