Cuando aún contabas deditos en mi cuna
desde afuera nos gritaban ¡comunistas!
Y tiraban piedras a la casa.
Pero una vez la Banda Colorá se
dispersaba
con su odio colectivo y bien pagado,
las vecinas generosas te ofrecían café.
Pronto vendría el registro de la casa,
la guardia indignada en las
habitaciones,
la búsqueda incesante de alguna prueba
que demostrase la verdad que se sabía.
Esa era la vida en nuestro barrio
doctrinas perdidas y balas encontradas,
la misma oración en fe distintas
“que agarren al comunista rápido
y nos perdones Señor
por haberle permitido pecar tanto.”
Como se ve
se puede odiar en todos los idiomas,
pero es penoso acabar odiando
en el único lenguaje de tu infancia.
Farah Hallal. Besar la pólvora. Isla Negra Ed. 2022
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