El esputo de Enero con sus patas de escarcha
golpeaba la espalda del poeta
y en el sucio cristal de la ventana
las moscas gordas resbalaban
como golpes de humo de alquitrán
y el invierno movía sus salivas de gripe
y el ojo del poeta miraba el halo oscuro de las moscas,
sus páginas de ojos de cadáveres,
sus ojeras de otoño supurando el azúcar de la muerte.
Sonaban a latidos de niños sin cabezas,
a gemidos de pieles quemadas,
a párpados de ciegos golpeando el cristal de la niebla.
¿De dónde en el invierno, en la ventana sucia de un archivo,
pegadas al cristal como espectros de manchas atómicas,
aparecían como gotas de agua las sombras de las moscas?
¿De qué gusano oculto de un planeta invisible nacieron sus latidos?
¿No vendrán las moscas a comerse el cadáver de la Tierra?
El Poeta esperaba la invasión de las moscas.
golpeaba la espalda del poeta
y en el sucio cristal de la ventana
las moscas gordas resbalaban
como golpes de humo de alquitrán
y el invierno movía sus salivas de gripe
y el ojo del poeta miraba el halo oscuro de las moscas,
sus páginas de ojos de cadáveres,
sus ojeras de otoño supurando el azúcar de la muerte.
Sonaban a latidos de niños sin cabezas,
a gemidos de pieles quemadas,
a párpados de ciegos golpeando el cristal de la niebla.
¿De dónde en el invierno, en la ventana sucia de un archivo,
pegadas al cristal como espectros de manchas atómicas,
aparecían como gotas de agua las sombras de las moscas?
¿De qué gusano oculto de un planeta invisible nacieron sus latidos?
¿No vendrán las moscas a comerse el cadáver de la Tierra?
El Poeta esperaba la invasión de las moscas.
Manuel Pacheco
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