La concepción científica y materialista del mundo ha llegado
a ser el mito de nuestro tiempo. En la actualidad esta concepción del mundo es
una verdad incuestionable, pero sólo contiene una mitad de la realidad, su
parte material y mensurable; todas las dimensiones de la existencia no
comprensibles física y químicamente —a las que pertenecen las características
esenciales de la vida— son olvidadas. Amor, alegría, belleza, creatividad,
ética y moral, no son ponderables ni mensurables, y por ello no existen en la
concepción materialista y científica del mundo. Eso no quiere decir que no
existan, y el viaje interior puede resultar una buena ruta de aproximación a
estas dimensiones olvidadas.
El viaje interior se configura de este modo como una vía de
placer y sabiduría, y no sólo eso, ya que la experiencia visionaria puede
integrarse también como una vía muy eficaz para combatir lo que podríamos
denominar “moral de identidad”. Entendemos por moral de identidad aquella en la
que el sujeto se complace en afirmar su Yo, el pronombre de la rapacidad
(llegados a este punto, no he podido evitar recordar aquel eslogan de “gente
con mucho yo” que publicitaba una conocida marca de yogures). Pues bien, frente
a esa moral excluyente, cabría oponer su contraria de perfección o de
cumplimiento, en la que el espíritu no concibe otra satisfacción que la
vinculada al bien común. Las técnicas del éxtasis —y el viaje interior lo es—,
en cuanto a disciplinas de maduración, pueden contribuir a la disolución de ese
yo. De hecho, cuando la experiencia resulta plena acaba por identificarse lo
uno en lo otro. Y de ahí procede lo más precioso del espíritu: “su capacidad de
reconocimiento, y, en cuanto a tal, el aprendizaje de la compasión, en su
sentido pleno de pasión común”, dicho con palabras de Miguel Ángel Velasco.
Juan Carlos Usó. Píldoras de realidad. Ed. Amargord, 2012
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