No de lo bueno y lo malo, amor, sino
de los augurios, signos y presagios, del idioma de la sagrada realidad
quería hablarte. La noche antes de nacer niño Edén hicimos una hoguera
de rastrojos detrás de la casa, y recordamos al instante las piras de
Manikarnika Ghat en Varanasi, y los llantos y gritos de familiares en la
noche, babuuu, babuuu, pero estábamos borrachos de felicidad. La
última comida del bienaventurado fue el jabalí con trufas que le preparó
su anfitrión el herrero Chamunda; el Bienaventurado tenía disentería
pero aceptó los alimentos más impuros e infernales y la invitación de un
miembro de casta baja, y más o menos eso cenó niño Edén, un curry de
cerdo con setas, y daba igual que mis bromas sobre un tulku que venía
fueran ciertas o no, porque estábamos borrachos de felicidad. Aquella
noche los gritos de un búho real enorme, buuubo, buuubo, nos hizo salir
fuera, atravesó el jardín como una sombra y se posó en un poste del
lado izquierdo, se quedó mirándonos un buen rato, y dejó que nos
acercáramos y lo alumbráramos, y allí estuvimos maravillados a sus pies
disfrutando de su belleza, y no hay que ser augur oficial de Roma para
saber lo que eso significa, pero estábamos borrachos de felicidad. Que
los escarabajos y las polillas vengan volando por el campo hacia la luz
de nuestra casa es común y no tiene nada de especial, pero también vino a
visitarnos sobre la passiflora enredada la oruga verde más grande y
hermosa que hubiéramos visto nunca; hace poco he descubierto que la
polilla y la oruga eran lo mismo, solo separados por la magia de la vida
y el tiempo, la llaman la esfinge de la calavera, o la esfinge de la
muerte, acherontia atropos -en griego la parca que corta la vida
en el río terrible del Hades-. Tú pensaste que era la auténtica oruga
del cuento de Alicia y hasta le hiciste alguna foto, la polilla también
la contemplamos de cerca con gusto, y todos los insectos despistados en
la noche parecían bailar con nuestro gozo porque estábamos borrachos de
felicidad. Delicadamente cayeron al suelo las primeras gotas del líquido
que bañaba a niño Edén, estabas empezando a romper aguas. Preparaste
tus cosas con calma y te duchaste serena, y además de que estábamos
borrachos de felicidad, yo andaba un poco borracho de verdad, y como el
sheriff borracho del pueblo en las películas del Oeste al que preparan
para un gran duelo contra un peligroso pistolero, me tomé un gran tazón
de café y salimos frescos en el coche, tú radiante y en paz, yo nervioso
y diciendo tonterías sin parar. La salida para el hospital de Puerto
Real es la 660, pero con la excitación entré por la inmediatamente
anterior, la 666, que también llega, por un camino un poco más largo y
oscuro, después pasamos junto a la la aldea de Malas Noches, y después
de pasar un signo de carretera cortada, con sus palabras escritas por si
había dudas, llegamos hasta donde la tierra y la grava cubría la
carretera, y aquel chaparrón de signos y augurios no dejaba de caernos
encima, pero no podíamos dejar de reír ante mi torpeza porque estábamos
borrachos de felicidad. Nos detuvimos un momento, oriné bajo las
estrellas, y enseguida llegamos al hospital. Pariste con energía y
fiereza sabiendo que el corazón de niño Edén ya había dejado de tocar el
tambor que nos emborrachaba de felicidad, te pusiste en el pecho dos
flores de azafrán, símbolo solar de amor apasionado, de la resurrección
natural, del dulce sueño de amor y el amargo despertar, también un
abortivo natural, dos flores que encontré en unos jardines yermos junto a
la puerta trasera del hospital, y tuviste a niño Edén en brazos, y
entre llantos que nublaban nuestra vista examinamos su cuerpo perfecto y
largo, sus fuertes hombros, su cara, sus labios, tus mismas cejas
arqueadas y tu naricita respingona, su expresión de paz infinita que
duerme y sueña sin haber salido nunca del placer, lo besamos, y su piel
era una fruta fresca y dulce recién cogida del árbol. Nos despedimos de
su cáscara bella, de su cáscara vacía. La fuerza ejercida por la ventosa
había deformado su cráneo y parecía haberle esculpido la ushnisha, la
coronilla de los budas, y dan igual ahora mis fantasías sobre budas y
tulkus, esos grandes maestros que controlan su renacimiento, pero lo
cierto es que sentimos mezclado con el dolor y el temblor el inmenso
poder de sus bendiciones, yin gy lob, la energía que transforma
la mente, la llaman los tibetanos. Si era un tulku, solo vino para
enseñar la intensa meditación en píldora gigante y amarga sobre la
muerte, la impermanencia, predicando sobre el vacío como Nagarjuna
cuando manifestó su cuerpo de sabiduría y gloria con la forma de una
luna redonda, un hueco brillante sobre su asiento, si era un tulku
quizás quiso sellar nuestro amor con tragedia y pasión para que cuando
regrese reciba un cariño más grande, más desapegado, más purificado, no
sé, el único poder o logro mágico que deseé con todas mis fuerzas fue el
de reavivar un corazón pequeño en el vientre de mi corazón cuando los
médicos leyeron los signos de las máquinas. Tampoco sé porqué la
realidad envió esa legión de mensajeros acelerando tantos signos delante
de nuestro ojos, y nos habló con tantos augurios, tan arquetípicos, tan
populares y tan claros que hasta un niño los hubiera podido leer, pero
como ya te he dicho, estábamos borrachos de felicidad y no hay ninguna
Tierra Pura donde las hojas de los árboles no caigan, para después
florecer y dar frutos.
"Lo hueco, lo transparente, yo soy lo vacío, la matriz, la mudanza, y la
destrucción de todo, la inteligencia de la materia, su océano de mitos,
su chaparrón de símbolos y signos, el patrón oculto y manifiesto, sin
ir y sin venir, yo soy la esperanza y la frustración, lo yermo y lo
fértil, el nacido muerto, el absurdo y el sentido, las estrellas y la
negritud, el ojo que las ve, el pie que distraído aplasta los caracoles,
los caracoles, la yerba de sus estómagos sobre la grava, el oído que
escucha su crujir, tomo miríadas de formas, yo soy la dicha consciente y
sin soporte que viaja por los cuerpos, yo siempre regreso, borracho de
amor y simientes, yo soy niño Edén."
Daniel Macías Díaz. Niño Eden. Ed. Amargord, 2014
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