Qué fue de Bob Marley, los libros clandestinos,
el cine de Pier Paolo a quien después
mataron en una playa.
Qué fue de aquel niño, alter ego del
propio Truffaut,
sufriendo los cuatrocientos golpes de
la vida;
qué fue de Kubrick, el mago,
que filmó con delirio la comedia
humana,
qué fue de Marilyn, a solas con los
barbitúricos,
dulcísima flor de los orfanatos, yo te
amo,
qué de Fassbinder ―genio atrabiliario― que hizo suyas
las amargas lágrimas de Petra von Kant,
y qué las películas de David Lynch con
extrañas atmósferas
―habitaciones separadas por un fino
cristal,
sueños que se repetían como una
obsesión―
para que a una hora cualquiera de mi
juventud
arrojaran a los tigres la piedra de
los sueños.
Y había destellos de neón en el centro de Tokio,
como en ese club donde Scarlett
Johansson y Bill Murray
coincidían con su soledad de
disidentes,
y había anuncios de televisión en los
hoteles de carretera,
aterrizaje de aviones en el aeropuerto
internacional,
taxis amarillos portando a prostitutas
y boxeadores hasta Mulholland Drive
bajo la luna convexa de las
alucinaciones.
Qué fue del reverendo Mitchum, paz, hermano,
a quien para huir le clavaría un alfiler en los
ojos;
qué fue de Lillian Gish, su expresión increíble,
mitología que no volverá como no volverá Carmen
Gómez
―musa de Monroy entre las azucenas―;
qué lejos los fotogramas en blanco y negro del
acorazado Potemkin,
la revolución de Octubre contra los zares,
la marcha de los 150.000.000 que preconizaba
Maiakovski.
Qué fue de Scotty, abandonado en el vértigo,
Tom,
a pesar del alcohol, salvando los caballos,
dejando
sonar la música hasta la madrugada,
para olvidar lo que no es posible olvidar,
en las noches en blanco se oye mi corazón.
Mientras tanto, en las grandes praderas,
Leonard Cohen manchaba de púrpura el aire,
qué fue de la Creedence
Clearwater Revival
cuyos hermanos Fogerty dijeron setenta
veces siete a Nixon
que había que parar la carnicería de
Vietnam,
qué fue de los Doors sonando sobre el río Mekong
mientras
los helicópteros transportaban cadáveres
cubiertos
con la bandera americana,
dónde
estabas, Bob, que no escuchamos tu respuesta en el viento,
dónde
estabas, Mick, negociando con la industria,
éramos como fantasmas
escuchando a Janis Joplin;
qué fue de Triana, melodía
profunda en el desayuno,
qué fue de Leño, los Burning,
Deep Purple,
gente quemando adrenalina en
un recinto hípico.
Qué fue de mi generación, pacífica y
verbal,
sorprendida a media luz en los bares
de moda,
que había escuchado campanas en la
socialdemocracia
pero ha acabado entregada al
capitalismo,
qué fue de aquello que un día
tanto amamos,
Rimbaud, grabando a buril su
nombre en la pirámide de Luxor,
Lautrèamont, de quien apenas
recordamos un fragmento,
Modigliani, ahora formando
parte de la Tate,
los novísimos, que levantaron
una cortina de humo entre ellos y todo lo demás,
Oteiza, desocupando el
espacio de un cubo,
y luego investigando durante
años con tizas en el laboratorio;
qué fue de Joseph Beuys, chamán de Düsseldorf,
creador del arte expansivo y pianos
forrados con fieltro,
Marina Abramovic, que apilaste cuadros
rociándolos con gasolina para obtener
el efecto crepúsculo,
Joan Brossa creando un campo magnético
difícil de eludir,
paradigma de la poesía.
Entre la influencia de la cultura pop y los libros que nunca supe interpretar,
qué fue de Federico García Lorca con su
mono azul,
las corbatas amarillas de Alberti ondeando en el
aeropuerto de México,
qué fue de Tzara jugando al ajedrez
con Duchamp
cuyo silencio nunca ha sido
sobrevalorado,
qué fue del maestro Schwitters que vio
en la materia pobre
un proceso infinito entre los colores
y las ideas,
qué fue de César Vallejo en la cárcel
de Lima
rumiando un libro absolutamente
moderno,
qué fue de Neruda, viajero incansable
por las espumas,
envenenado en aquel hospital por los
fascistas,
qué fue de Juan Eduardo Cirlot con su
ciclo Bronwyn
para quien la tumba era de carbón azul,
qué fue de Paco Brines, Bousoño, Diego
Jesús Jiménez,
cogidos en la trampa disyuntiva de la
nada y el ser
que aportaron una preocupación
gnoseológica
donde además el lenguaje se alzaba
sobre el prosaísmo;
qué fue de Victoriano Crémer con su
gentileza y anarquía
cuyas palabras calmaron mi sed aquel
otoño,
qué fue de Luis Martín Santos que
escribió una novela colosal
y luego se mató en un accidente de
coche,
qué fue de María Zambrano llegando a
la Selva Negra
y hablaba ya de la unidad no oculta,
sino presente;
qué fue de Fernando Tomás, Ángel,
Dulce Chacón, Jesús Alviz,
que hicieron de esta tierra un lugar
para la esperanza,
para todos ellos mi rosario budista
sobre una piedra de pizarra.
Y qué fue de mi infancia por donde vine directamente
hasta el infierno,
qué fue de Fernando Villalón que
quería conseguir un toro de ojos verdes,
luz de Cádiz, salada claridad, qué fue
de Camarón de la Isla,
enfermo entre aquellos aparatos de
Nueva York,
para quien Niño Josele toca una
taranta bajo las uvas;
duende que habita en el lago Eden
Mills
qué fue del arbolito del cáncer,
y qué fue de la soledad de mi padre en
toda su extensión,
y qué fue de la tristeza de mi madre
en todos sus ángulos rectos.
Entre tú y yo hay una diferencia horaria pero no el mar,
entre tú y yo hay todavía un cordón
invisible,
qué fue de aquella casa donde nos
reunimos por última vez,
aquellas navidades fueron distintas
porque los juguetes nunca llegaron el
6 de enero,
esa sensación la conocía muy bien Jaime Gil de
Biedma,
habituado a ese fondo amargo que se atisba en las
promesas;
qué fue de mis héroes del cómic, teniente Blueberry,
el capitán Trueno rescatando a la hermosa Sigrid,
que me acompañaron tantas horas entre termómetros y
medicinas,
álbum de animales prehistóricos, pterodáctilos,
brontosaurios,
mucho tiempo he estado acostándome temprano,
qué fue de Akiyuki Nosaka con su tumba de las
luciérnagas,
qué fue de las ruinas de la civilización, Che,
qué fue de Sigmund Freud interpretando los sueños
con una hoja de cálculo;
y qué fue de las elecciones generales con Suárez a
la cabeza
―esas que devolverían la fe en la
democracia―,
cuando trasladaban las urnas en un
remolque de tractor,
y entonces ya podíamos ir a donar sangre,
y pasaba el último modelo de Seat 124
al alcance sólo de unos pocos,
qué fue de Chimbi el vagabundo,
perplejo ante aquel espectáculo,
qué fue de don Ulpiano paseando muy
cerca del horizonte.
Entre el diazepam y las primeras
escapadas, el cinemascope,
tocando con la guitarra a los Animals o Led Zeppelin,
ensayando escenas ante el espejo de un armario,
qué fue del póster enorme de Norma Jean Baker,
qué fue de aquellos discos de vinilo que escuchaba
con Javier,
los daikiris, ascensores de fresas, el sexo
tántrico,
qué fue de Rosa Álvarez con quien compartí una botella
de vino blanco y un poema de
Boris Pasternak,
néctar y lapislázuli en su boca
imposible,
qué fue de Juan Yepes lavándose a
menudo con agua fría,
qué fue de Sylvia Plath aspirando el
gas en el horno
――niña embelesada con los árboles en
invierno――
para quien vino la luna con su polisón
de nardos,
qué fue de Modigliani intentando
vender un cuadro bajo la lluvia,
qué fue de Narbón, enamorado de la luz y los
metales,
niño grande en el acrílico de las corralas,
qué fue de Juan Larrea deambulando bohemio por
París,
qué fue del eterno femenino, la pulsión
marxista, la educación sentimental,
qué fue del amigo que me había traído de Madrid un
libro de Hölderlin
y yo conocí el río Neckar sobre un
texto sin límite,
qué fue de Borges caminando por
una sombría biblioteca de Buenos Aires
imaginando un mundo hexagonal, senderos que se bifurcan;
qué fue del profeta Isaías que estableció el vínculo
entre la justicia humana y la enfermedad o salud de la Naturaleza,
qué fue de los animales salvajes exterminados al borde del Masai
Mara
en nombre de la racionalidad tecnocientífica, la superpoblación,
iré con una pistola a Wall Street,
qué fue de los niños pobres del
planeta para quienes un caramelo es una fiesta,
en Haití los
llaman niños restavek,
en Nueva Delhi
no tienen derecho a pizza,
en Thailandia
caen en las redes de prostitución,
y nadie mueve
un dedo por su dignidad,
porque carecen de interés para la gran política,
esa izquierda a quien debería votar
pero en la que ya no creo,
qué fue de Martin Luther King que
articulaba la comunicación de masas,
qué fue de John Lennon que encendió
una vela,
para ellos un vaso azul y un pan
blanco.
Juan Manuel Barrado. Pertenecemos a lo invisible. Ed. Trea, 2016
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