Este
pequeño poema camina
por las
veredas de un monte.
Lo que
se oye es coloquio
de
viento, aves y copas de árboles,
la
respiración de un riachuelo
satisfecho
con su fortuna
de
aguas altas y frías
que
blanquean los huesos de la tierra.
También
se pueden escuchar
los
pasos de un hombre sin futuro
al
igual que cualquier otra criatura,
pero
dichoso al fin
de
contar con la protección
del
silencio natural y de un manto
de
hojas secas bajo sus pies
que le
amparan como un embozo.
Ante el
invierno, el bosque desprende
emociones
sencillas, reservadas.
Todas
ellas nacen de cosas
intrascendentes
para muchos,
en las
que quizá no repararías
a
primera vista, por menudas
o
podrías creer que por inútiles.
Sin
embargo, mientras camina,
el
hombre piensa que a su alrededor
nada
excede demasiado, que le protege
un
mundo de proporciones cabales,
que no
pesa, que esquiva la dureza
y
escribe su propia canción
con un
lápiz delicado, sin prisa,
descalzo
y vacío de orgullo
como
fruta dormida que aguarda
la
maduración de los sueños.
Y piensa que esto mismo, sí,
es lo que desearía
para su vida de aquí en adelante.
(Gracia)
… precioso instante entre los vivos…
John Banville
Escucho
la lluvia imprevista.
Estoy
dentro de su canción,
al
mismo tiempo en cada gota
y
en la cortina que descorre el cielo,
disuelto
en su fervorosa conciencia.
Su
sonido no es más que el pulso
de
mi corazón diario
abriéndose
paso por la arboleda,
disuelto
entre el mantillo y las plantas,
cerca
del ímpetu de los afluentes.
Cesa
pronto el chaparrón estival.
Todo
ha sido un prodigio:
esta
espesura cristalina, el cárabo,
la
propia materia de la lluvia,
la
transparencia de la savia,
que
uno mismo haya sido líquido
derramado
en la música
de
la vida sin doblez,
respiración
generosa, sustancia
concreta
del aire frutal,
siempre
dispuesta a desaparecer,
como
si fuera nuestra anunciación.
Diría
que es la forma intachable,
la
hechura más discreta
del
milagro: escuchar la lluvia diaria,
fundirse
con la gracia de su linfa
inmaculada,
hilo de firmamento.
Así
es el bien y nunca te acostumbras.
(Aguacero)
Nada
aclara tanto el amanecer
como
entregarse, frente al mar,
a
una demorada pasión inútil.
De
todo ello resulta una desdicha
dócil,
caridad verdadera,
desprovista
de furia y rencor.
Con
sigilo defiendo las derrotas,
velo
sus armas mansamente.
Es
mi trabajo. Mi gran desafío.
(Centinela)
y
si el mar nunca terminara
las algas, la marea baja
sin fin nunca se fueran
si después de los días
de sol sobre la piel
después del amor y los alimentos
el mar continuara sonando
como hoy en nuestro atardecer
al pie del risco inhóspito
un mamut mineral
esternón espumoso del vigor
qué oiremos entonces qué
¿con él se vendría esta lava?
¿cerca la pradera marina?
¿habrá algo de hoy?
¿restos de arena? ¿la gran luna?
¿las palabras del niño
asistiéndonos en la orilla?
y si nunca acabaran
la salud de las olas en el cuerpo
verdaderamente, los farolillos
de las casas al fondo
el alcaraván esquivo que suplica
en el convento de la noche
si persistieran de alguna manera
no concebida, distinto
el sonido, el empuje atlántico
a tu costado sin fatiga
estas hebras de plenitud
huidiza que galopa
lugar de tantos seres invisibles
resonando infinitamente
el mar dentro del mar dentro de ti
más allá de las desapariciones
acaso algún amparo
salitre en los párpados, olas, azul
esta mano sobre la tuya
la avidez de tallos y cumbres
si el deseo perdurara
si hundirse fuera emerger
¿puede aún el corazón dar un vuelco?
(Afán)
Vivir en el entorno de un misterio
sencillo que renace cada aurora:
que la belleza no nos desampare
y su templanza nos reciba
en el perdón y en el abrigo.
Poca cosa, un abrazo espontáneo,
paciente, infatigable trenza,
cerca del follaje o en las olas
dulces que se extinguen junto a los pies
y nos dejan el fulgor vaporoso
de los primeros copos vírgenes.
Soñar que la vida fue un niño
bajo el mentón tostado del verano,
reciente, distraída plenitud
que reunía en su cuerpo desnudo
bullicio, palomas, fruta escarlata
como el coral de los recién nacidos.
Una mano encima de la otra
y nuestros ojos de nuevo sin mancha,
la mano que ya nada espera
y se entrega, sin pretensiones,
sin apetito, al semillero
de la calma que te defiende.
Ponte a su lado. Ya verás.
(Poco)
Acabado seas tú, nadie,
prosperará el reino titánico
del olvido sin ti, contigo dentro.
Oh tú, el engullido,
¿ni siquiera aquella hierbecilla,
ni siquiera de lejos?
(Nadie)
FERNANDO GÓMEZ AGUILERA
Fruta para el camino, Gobierno de Cantabria, Col. A la sombra de los días, 2017