Todos los
turistas pasamos de largo por aquellas calles estrechas y empedradas.
Caminábamos esquivando tablones repletos de zarzillos brillantes o de exóticas
frutas o de pañuelos de colores que, ayudados por la brisa, pintaban de color y
azar algún rayo de sol. El olor a especias empezó a enredar mi memoria y me
alejó del gentío que entraba y salía de callejones y comercios. De repente,
alguien me tocó ligeramente la espalda, y al darme la vuelta estaba ahí, a un
palmo de distancia, mirándome fijamente. Unos iris marrones y gitanos me
penetraban como lanzas.
-¡Venacá
rubio!, no te asustes. Déjame que te mire esos ojos, que yo tengo un don y
puedo decirte la buenaventura…
Cogió mi
mano tan solo con la yema de sus dedos. Me quedé bloqueado y el instinto no
opuso la resistencia habitual. Tan sólo acerté a decir con timidez: no tengo
dinero…
Pero ella
con un susurro me mandó callar. Su dedo índice empezó a deslizarse suave por
cada una de las líneas de mi mano. Su caricia recorría mi sien.
-Veo una
vida muuuu larga… y una salú de hierro. ¿Ves este triángulo de aquí? Esto es
señal de buena fortuna… Y este surco tan marcado dice que eres el señor de tu
propio destino... Esta otra línea es la del querer… tú sabes amar y, lo que es
más difícil, sabes dejar que te amen y...
De golpe
dejó de leer mi mano, parecía sorprendida por un hallazgo. Levantó la mirada en
silencio y me miró con dulzura. El tiempo se detuvo. No sé cuánto tiempo pasó
hasta que pude preguntarle: ¿Y ya no ves nada más?
Entonces
ensanchó su sonrisa, se apartó el pelo de la cara, se acercó más a mí y me
confesó: Sí, he visto mi futuro.
Alberto Molina. En: Anuncios x Palabras. (Audio-libro y taller de microrrelatos del IES Tamujal de Arroyo de San Serván). Ed. Baile del Sol, 2017
Buaaaaaooo...!!!
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