Mientras usted se dirige a su avión desde la terminal del aeropuerto, repara en un individuo subido a una escalera que se dedica a arrancar remaches de las alas. Un tanto mosqueado, se aproxima usted al arrancador de remaches y le pregunta qué está haciendo.
“Trabajo
para la compañía aérea Growthmanía Intercontinental”, le informa el personaje,
“y la compañía ha descubierto que puede vender estos remaches a dos dólares la
pieza”.
“Pero
¿cómo sabe que no debilitará fatalmente el ala al hacer eso?”, le pregunta
usted.
“No
se preocupe”, le responde. “Estoy seguro de que el fabricante construyó un
avión mucho más fuerte de lo que en realidad es necesario, de modo que esto no
es perjudicial. Además, he sacado bastantes remaches de este ala y todavía no
se ha caído. Aerolíneas Growthmanía necesita dinero: si yo no arrancara los
remaches, Growthmanía no podría continuar su expansión. Y yo necesito la
comisión que me paga: ¡cincuenta centavos por remache!”
“¡Pero
usted ha perdido el juicio!”
“Le
digo que no se preocupe: sé lo que hago. En realidad, yo también voy a viajar
en ese vuelo, de modo que, como usted puede comprobar, no existe el más mínimo
motivo de preocupación”.
Claro
está, una persona sensata volvería a la terminal, daría parte del peculiar
personaje y de Aerolíneas Growthmanía a la FAA , y reservaría plaza en otro sistema de
transporte. Por supuesto, nadie está obligado a viajar en avión. Pero, por
desgracia, todos somos pasajeros de una inmensa cosmonave Tierra en la que no
nos queda más alternativa que volar. Y desafortunadamente esa cosmonave está
llena de arrancadores de remaches que proceden de forma análoga a la que se
acaba de describir...”[1]
Paul
y Anne EHRLICH en 1981
Los abrigos de pieles presentados con cuidados
exquisitos en los escaparates de los grandes peleteros parecen estar a mil
leguas de la foca derribada a palos sobre el banco de hielo, o del mapache
aprisionado en una trampa que se roe una pata para tratar de recobrar su
libertad. La bella que se maquilla no sabe que sus cosméticos han sido probados
en conejos o cobayas que han muerto sacrificados o han quedado ciegos. La
inconsciencia y, consecuentemente, la tranquilidad de conciencia del comprador
o la compradora es total, así como es total, por ignorancia y por falta de
imaginación, la inocencia de los que se empeñan en justificar las diversas
especies de gulags o quienes preconizan el empleo del arma atómica. Una
civilización que se aleja cada vez más de la realidad produce cada vez más víctimas,
comprendida ella misma.[2]
Marguerite YOURCENAR en 1981
[2] Marguerite Yourcenar, “¿Quién puede saber si el alma del animal
desciende bajo la tierra?”, en Andrea Padilla y Vicente Torres (comps.), Marguerite
Yourcenar y la ecología, Universidad de los Andes, Bogotá 2007, p. 55.
Jorge Riechmann. En defensa de los animales. Ed. de la Catarata, 2017
Jorge Riechmann. En defensa de los animales. Ed. de la Catarata, 2017
Ya quedan pocos 'remaches'...
ResponderEliminarSalud
Bueno pues recitaré drogado y borracho
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