Quien construyó esta valla tenía mucho miedo.
Me llamo Sarabi, el espejismo
que habita los desiertos de África,
un nombre que se le da a los perros.
Somos muchos en el Gurugú:
de Mali, de Nigeria, de Somalia,
de Guinea, de Camerún, del Congo,
del Sin Futuro...
Al calor de una hoguera esperando
el momento, las voces del motín,
el sueño europeo, una oportunidad.
El agua se cuela bajo los toldos,
cansados de no ser nadie esperamos,
de no ser cada día,
cuando la niebla se nos mete en los huesos.
Los grandes ojos abiertos de Mama
la marea me los devuelve,
hija hermosa del mar,
duerme con tu turbante azul y tu deseo
en la profundidad de su serotonina.
Hay un campo de golf a pocos metros,
la valla llena de cuchillas y porras
y pelotas de goma y pistolas de hombres
bien pagados para golpear
y defender la fortaleza.
Llevamos años en este tapón,
siglos en esta cicatriz, el negocio del mar.
Ángel Petisme. El faro de Dakar. Ed. Renacimiento, 2017
No se pueden derrumbar las fronteras, hay que extirparlas.
ResponderEliminarPorque las fronteras están en nuestras colonizadas mentes,
y de ellas brotan, en todas partes y en cada trecho cual venenosos hongos.
Buen apunte Loam.Gracias!
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