documentos de pensamiento radical

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miércoles, 9 de octubre de 2019

MAD DAY OUT



Please, don't wake me, no, don't shake me.
Leave me where I am, I'm only sleeping

The Beatles.  I'm Only Sleeping



28 de julio de 1968, un caluroso día de verano
que The Beatles pasarán haciéndose fotos
para el Weezer, el Blue Album,
el doble álbum de tapas azules
que está a punto de salir
y que tienen que promocionar
aunque a ninguno le hace mucha gracia la idea.

Hace dos años que no salen de gira,
que no se hacen fotos juntos.

Han cambiado tanto,
que ninguno se reconoce ya
en las fotos que promocionan a The Beatles.

El mal rollo entre ellos planeará
durante aquel día que todos querían
que terminara lo antes posible.

Tal vez sea idea de Yoko
el que se fotografíen junto a la tumba de Karl Marx,
en el cementerio de High Gate, al norte de Londres,
pero se quedan a las puertas, en un banco,
están cansados de tantos días de grabación en el estudio,
van pasados de porros, afloran de nuevo las viejas rencillas,
los amagos de bronca, los reproches, los sermones,
el aire se carga de electricidad
y ellos, más que marxistas, son del Liverpool,
así que vuelven a subir al coche
y ponen rumbo sureste hasta los jardines
de la vieja iglesia de St. Pancras,
en el límite entre Camden Town
y la estación de King’s Cross,
cuando el andén 9 y ¾
estaba en un trozo de cartón
o en un dado de azúcar,
cuando era tan fácil entrar en Hogwarts,
en el submarino amarillo,
en el agujero de conejo
donde Alicia te dice que,
porque nunca más volverás a casa,
debes amar a todo el mundo,
y el resto de las palabras
fluyen como lluvia interminable
en un vaso de plástico.

Don McCullin les tomará esa tarde la foto
que ilustra la doble cara interior del álbum azul,

fotografía a The Beatles detrás de las rejas
que separan la iglesia de St. Pancras de los jardines,
mezclados entre la gente humilde que vivía entonces
en aquellos barrios obreros de Londres,

los fotografía hechos un racimo con toda aquella gente solitaria
que pasea entre las tumbas, lee el periódico en los bancos
o pisa los granos de arroz que dejaron los recién casados
entre charcos de tristeza.

Neil y su hermano Iam, que vivían allí al lado,
y estaban jugando cuando llegaron The Beatles,
se fotografían junto a George Harrison,
su abuela está detrás, en la mano izquierda
sostiene un papel y el lápiz
con que los tres Beatles le han firmado autógrafos,
falta John, a quien Yoko Ono lleva todo el día
reclamándole atención, chupando cámara
y echando broncas porque no comparte los criterios
de los fotógrafos contratados para ilustrar el disco.

Los cámaras van poniendo y quitando gente,
buscando el mejor encuadre, la mejor composición,
probando con todo tipo de personas
que han acudido a curiosear.

La sesión junto a las verjas se prolonga
y Neil, que apenas tiene cuatro años, cansado,
termina por sentarse en la rodilla de George,

para ganar profundidad de campo,
Don McCullin le dice a uno de los niños
que se coloque delante de la verja.

Un chico rubio que quién sabe si,
unos años después,
escuchará el color de sus sueños
o hará cosquillas al dragón dormido,
pero que en ese instante nos mira de frente
y en sus ojos nos está diciendo
que ve a Dios en cada brizna de hierba.

Yoko desaparece de la foto final,
aunque había estado junto a John todo el tiempo,
las malas lenguas dirán que solo pudieron con ella
a golpe de aerógrafo, tampoco saldrá la novia de Paul,
las casas de discos no quieren novias en las fotos de The Beatles,
solo quieren
lo que ya no existe.



Antonio Orihuela. Campo Unificado. Ed. Olifante, 2019

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