documentos de pensamiento radical

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martes, 27 de julio de 2021

Veo lirios acuáticos

 



 

“Veo lirios acuáticos agitarse en el instante fijo de una roca del Pérmico”

Antonio Orihuela

Lo que no se va. Disolución

 

He soñado con Mantegna

en el instante que pintaba a Cristo muerto

sobre una losa de piedra

en la misma postura que luego estaría el Che

en el lavadero de La Higuera.

Y los dos estaban muertos

y los dos estaban vivos.

 

He estado en la selva lacandona de Chiapas,

en el encuentro entre Manuel Vázquez Montalbán

y el Subcomandante Marcos,

en el lugar en el que las miradas se cruzan sobre la mesa

hecha de tablas de ceiba, donde se celebran las ruedas de prensa

y las actas de las asambleas populares,

y se coloca el güipil maya como tapete,

justo en el momento en que el portavoz del EZLN

le regala su rostro sin pasamontañas al compañero Manuel

que lo guardará para siempre en su memoria.

 

He hablado con Teilhard de Chardín

cuando escribía por las noches su Himno del universo,

y bendecía la materia,

evolución irresistible, realdad siempre naciente,

y luego cerraba los ojos para tomar el aliento

del ser y de la vida en medio del silencio incandescente.

 

He acompañado a Paul Celan

hasta la balaustrada del puente de Mirabeau

y he visto desde la altura

las mismas aguas del Sena que él vería

antes de beberse de un sorbo lo que le quedaba de vida,

lo que le sobraba de muerte.

 

He visto al último de los simios,

al primero de los homínidos bajando de los árboles de la floresta

y ponerse en pie, erguido y sólido

mirando la maleza de hierbas,

preguntándose cuándo habría de llegar el momento

en el que comenzaríamos a ser humana humanidad.

 

He visto a Romero en el instante

en que en medio de la consagración

la bala del fusil le atravesaba el pecho

empapando de sangre salvadoreña la teología de la liberación,

la voz de los sin voz,

el evangelio de la buena noticia para los empobrecidos

y al Cristo obrero y campesino.

 

He vivido el tiempo del corazón insurrecto,

del polvo de las estrellas,

de la anarquía que enciende a los pueblos,

de la lucha libertaria,

la madrugada en la que la luz ha dejado de ser una tentación,

en la vanguardia obrera,

en la kale borroka,

en las barricadas de adoquines y neumáticos incendiados

y en la consagración del yo poético que empeña el alma y la palabra.

 

He tomado la luz

de las pequeñas luciérnagas,

de las antorchas de aceite,

de los ocotes encendidos en las trochas de montaña,

de las candilejas nocturnas

y del vuelo acorazado de las polillas sobre las llantas prendidas

con que se abre el camino hacia la madrugada.

 

He sido mujer obrera, campesina, esclava, libre

en las barriadas tupamaras, en los quilombos,

en las minas de Colquiri con Domitila Chungara,

en la selva maya con Rosalina y Rigoberta,

en los palenques con la hondera,

en las ruinas de Angkor con las constructoras de catedrales,

en Delfos, Lesbos, Esmira, Atenas,

he fundado pueblos, clanes, naciones enteras

desde la tierra del vientre.

He sido Venus, Isis, Astarté,

amazona, jíbaro, comanche, maya, lacandona

inca, azteca, zapatista, guerrillera,

chamán, mujer de hierbas, poeta,

pintora de las paredes del paleolítico,

afiladora de instrumentos, música y ritmo en la hoguera de cada noche,

loba entre lobos, mujer serpiente, mujer quetzal,

anfitriona de dioses y de hombres,

compañera de camino, maestra de la tierra y de la grama.

 

 

 Iosu Moracho Cortés. Enjambre. Ed. Amargord, 2021

 

 

 

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