Escalera del tiempo
Me he cruzado con una mujer de mi edad.
Lo sé porque estuvimos juntos
en octavo de la antigua EGB.
Parecía mucho mayor que yo,
tal vez porque yo vivo con mi atuendo
negándome a mí mismo.
Sí me cortase el pelo a navaja,
si me vistiera como se viste ella,
sin atender a otra moda que a la de los tiempos
del tergal y el luto, estaríamos más cerca,
tal vez conciliaríamos nuestra realidad biológica.
Y yo sabría muy bien que soy
uno de los hombres más antiguos
que pueblan este planeta.
Ella iba con su madre,
exactamente igual que entonces,
cuando la madre la acompañaba
hasta la puerta del colegio,
quizá por protegerla de los bárbaros.
Era muy inteligente,
gordita y poco agraciada,
lo que hizo que ninguno de nosotros,
los bárbaros, apenas le prestáramos atención.
Yo sí, porque quedamos los dos
finalistas en un concurso
de redacción del colegio.
Ganó ella con un cuento sobre la navidad
lacrimógeno y un poco naif
incluso para la época y la edad.
El día que recogió el primer premio,
su diploma y su lote de libros,
estaba exultante, todo lo exultante
que podía estar una chica como ella,
enferma de timidez y poseída
por los complejos del momento.
La saludé- estábamos en la cola de correosy se ruborizó, como una novia.
Y esa debilidad la rejuveneció
milagrosamente, como si hubiese vuelto
aquella niña con los libros pegados
al pecho y la mirada clavada en el suelo
para no tener así que enfrentarse
a las miradas de los otros, de los que sólo esperaba
la burla o el rechazo.
La misma ropa, la madre al lado,
seguramente una vida sin altibajos, tranquila,
una soltería aceptada casi desde la adolescencia.
Y un concurso de redacción en el que quedó
por delante de uno que va por ahí, escribiendo.
Quién sabe, si yo me he acordado de todo esto,
de qué se habrá acordado ella.
Esparraguera
Para Rafael, para Flora.
Fueron tiempos buenos, hoy los recuerdo.
Yo no me daba cuenta, no esperaba
derrumbes de la edad, ni otras desgracias.
Me parecía natural beber,
tras la brega laboral de la semana,
quedar con mis amigos, hacer brindis
por el día de hoy y por el de mañana.
Casi éramos jóvenes, qué importaba
que nos diera el alba entre las canciones.
Estábamos juntos y los amigos
tenían como yo mismo, esperanza,
mi padre desde lejos me contaba:
“sigo en el mundo, hijo, aún estoy vivo”
Y teníamos todos una casa
a la que regresar por las mañanas,
teníamos una madre y teníamos
cenas recalentadas en la mesa.
Fueron buenos tiempos, hoy los recuerdo,
no había muerto todavía nadie.
Nadie había declarado la guerra.
DE “PRONTO SABRÉ QUIÉN SOY” Ed. Lucerna, mayo 2022
JUAN ANTONIO GALLARDO “GALLARDOSKI”
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