Adiós a dios padre y al padre dios perseguido
aterrado tras el crujido de la puerta,
digo a mis siete años.
Adiós a las nubes
con forma de caballos a galope,
añado a mis ocho años.
Adiós al cielo cubierto de palomas
con los buches cargados de bellotas,
digo a la edad de diez.
Adiós al misterio de la muchacha tímida
que ya sabe más que yo y tiene fotos de artistas,
digo al cumplir los doce.
Adiós a la sangre fría y al corazón tranquilo
digo en la despedida a oscuras mientras llama su madre,
digo al cumplir catorce.
Adiós a los bondadosos sustitutos de maestros
intentando enseñar a libro abierto a bachilleres,
digo al ir al examen de Preu.
Adiós a la patria chica
y a los amigos y a todo lo que debería ser viejo,
digo en la lejana universidad.
Adiós al sorteo de mesa de Anatomía
y a la imprevista suerte que nos concede un brazo,
digo queriendo saber más con dieciocho.
Adiós a la beca por las denuncias del SEU
y a la nocturnidad de crear un sindicato libre,
digo con compañeros ya a los veinte.
Adiós a Villaverde, Botella y López Ibor,
y a Vallejo-Nájera y a los infractores de Derechos Humanos,
digo huyendo de golpes.
Adiós al obligatorio servicio militar
y al destierro a cuarteles de Ceuta con soldados,
digo negándome al disparo en el blanco.
Adiós a África y al desfile solemne
en el paso siniestro de la Semana Santa,
digo dudando qué es ejército.
Adiós a mi paz en la España conforme
y al sainete aceptado de espectadores mansos,
digo bajo la nube.
Adiós a todo y a lo que ya muere
y a la sospecha de un error dudoso,
digo buscando el sol.
Adiós a las nubes tristes y al imposible
de buscar el libro que yo quiero,
digo huyendo hacia el norte.
Adiós a las aventuras y sea bienvenida Ella
un día de mucha luz con su cordura,
digo donde se dobla por la mitad el libro.
Adiós a mi suegro, buen tendero,
intrigado de que todos los días de Noviembre del 75
se le agotara el champañ.
Adiós al aturdimiento de mi valor histórico
por ser quien soy bajo quien fui,
digo respirando de verdad.
Adiós no obstante a la creencia de que nada se repite
y que empieza a dolerme otra vez donde siempre,
digo ya con la mosca tras la oreja.
Adiós pues a los adioses y a lo mal creído
y bienaventurada sea la duda que se pretende esperanza,
digo ya con historia que contar a curiosos.
paradoja
A Wessel Zapffe, filósofo del por qué la Humanidad,
y quizá alpinista por eso, de montañas heladas
con crujido de hielos,
—quizá se piense mejor desde la altura
viendo así qué hacen los otros—,
le llamaron pesimista, porque dijo
que la culturalización humana de la naturaleza
era el delito mayor del animal vestido.
No soy eso, soy antinatalista, dijo a gritos,
y no tengo hijos por eso,
educados sin querer
en el pecado mortal de cambiar
donde vivimos, por ser evolucionados.
No encajamos en este lugar de vida,
el diseño está mal hecho, somos una paradoja
si anhelamos justificar
el sentido de la vida y de la muerte
destruyendo la natural maravilla que nos hizo,
pues no hay tragedia mayor
que un progreso permanente
en aceleración constante ilimitada
en pensamiento e inventos,
sirva para destruir el planeta que tendríamos que salvar.
La paradoja nos coloca
alineados
en una escala
animal,
en el final.
Se dejó de estudiar a Wessel Zapffe
en su Noruega nativa
cuando el país se hizo rico de repente,
descubriendo al escarbar millones de toneladas
fósiles.
Antonio Santos
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