documentos de pensamiento radical

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lunes, 17 de junio de 2024

TODOS SUFREN (MEXICO CITY BLUES)





La poeta de la calle Colima que no sabe si la buscan
por sus versos o por sus tetas,


el mesero despedido que apedrea la vidriera
del restaurante La Bodega,


el conferenciante ante el auditorio vacío de la capilla Alfonsina,


el califa que le arrima el molusco a su enamorada
en el último vagón de la línea 7,

el tamalero que habla en el Telmex público junto al café La Habana,


el cumbianchero del pesero abarrotado por Reforma,


la que vende el monchis en el trole de General Anaya a Taxqueña,


el teporocho que apura su cuarto tequila
en el De boca en boca de Bucarelli,


el chómpiras de libros en El Sótano de Coyoacán,


la fufurufa que se rasca camino de los lavabos
de la Biblioteca de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM,


el que vende libros anarquistas
en la puerta del auditorio Ché Guevara,


el enamorado que pasa por la calle Corazón de Niño,


el cansado que se sienta en una banca de la Alameda,


el arquitecto que extiende sus planos en una casa de La Condesa,


el tiburón que ronda por los antros de la Zona Rosa,


el achichincle de un político que ha sido citado en Polanco,


el narco que mira el agua de su piscina en Lomas de Chapultepec,


el chimuelo que se cuenta los dientes
en el lavabo de la cantina Mi Oficina de la avenida Texcoco,


el malafacha que escupe en la avenida Niño Perdido,


el pendejo que se rasca los huevos en el Monumento a la Revolución,


el viejo puto que se mira las uñas en Juan de Dios Peza,


la chacha que camina por la Glorieta de Insurgentes,


el padrote que conduce su bote
por Jesús García en dirección a Garibaldi,


el que mira un fantasma con ojos de lago en Tlatelolco,


la embarazada que se toca la barriga
mientras vende enchiladas en La Lagunilla,


la chava que llora desconsolada en la boca del metro Santuario,


el estudiante pobre que chupa internet
debajo de los toldos del patio de la Biblioteca de México,


la profesora que llega tarde a su clase en el claustro de Sor Juana,


el ñero que jetea detrás de los setos
de la fuente del reloj del parque México,


el vendedor de gorditas del mercado Sonora
que termina el día con cien pesos en el bolsillo y los pies embotados,


la piruja a la que se le suben los gemelos
mientras espera a su tarzán
en el Monumento a la Revolución,


el chemo que le pega a la mona
en las banquetas de la calle Magnolia
vestido con una camiseta mugrienta del América,


el chacal que acaba de bajarse una cartera en el metro Bellas Artes,


el bato con la cara llena de barros
que se mira en un vidrio de la Avenida Juárez,


la chancla que no sabe qué comprar en el multiregalos de López,


el que le chuta a la pelota sin saber si esa tarde
habrá para una cascarita
en la preparatoria 7 de Ezequiel Chavez,


el chamaco que empuja su diablito por Calzada de la Viga,


los huelguistas arracimados en el zócalo,


la que le quema las patas al diablo en San Pedro de los Pinos,


el buchón que renta un cuarto en el 8 de la Bondojito
con una mariposa dentro,


el que entra en un changarro en busca de Miguelitos y Chipiletas
en Niños Héroes,


la que te hace un chongo por doscientos
o un guaguis por cincuenta pesos
en la Estética D’Alberts de la calle Alfarería,


la cachetona que reza a un niño Jesús vestido de rosa
en la esquina de Panaderos,


el chichinflas cubierto de sangre
que busca un dispensario en Tepito
pidiéndole paro a San Juditas,


el soplanucas que busca chavos en el Parque Hundido,


el pacheco que se tambalea mientras fuma su último Delicados
y habla con la estatua de Cuauhtémoc
en el cruce de Insurgentes con Reforma,


el gallego que busca su hotel en Revillagigedo,


el molacha que pasea su hambre por la calle Moneda,


el macuarro que busca el cielo en su botella de tequila
en una habitación del hotel Nevada de la calle Soledad,


el empleado del Seven Eleven de Río de la Loza que le compra
una chaparrita de mandarina
a la comadre del tianguis de enfrente,


el que escribe cartas de amor en la plaza de Santo Domingo,


los cuates que acaban de coger en un cuarto de vecinos en Donceles,


la empleada de la Gandhi de la Madero
que cruza la calle en dirección a la óptica Rex,


la que sale de tomarse su café
en el patio del Sanborns de la Casa de los Azulejos,


el culero que te deja botado en Bolívar con 16 de septiembre,


los gemelos que pasean de la mano por la calle Misioneros,


el vendedor de escudos heráldicos
en la banqueta del Palacio Postal,


el pendejo que te da un abrazo sin conocerte
y sin venir a qué en La Mascota de la calle Bolívar,


la fichera que baila contigo por un tostón
en la cantina Dos Naciones,


la que aspira caspa del diablo
en el baño de Las Pecosas en república de Cuba,


el chúntaro que se mete pala tras pala en el Barba Azul,


el que juega al dominó en el Covadonga de Puebla con Orizaba,


el que se sumerge en la multitud de la calle Tacuba
haciéndose un jalapeño,


el teporingo que toma su mezcal con sangrita
mirando al techo del bar La Ópera en 5 de Mayo,


la trans que imita a la Leona Dormida
en el Wawis de Eje Central con Plaza Garibaldi,


el cocodrilo que sale de los servicios del Río de la Plata
con la gripa colombiana,


la clavada que busca un tema de Amanda Miguel
en la rockola de Los Jarritos de la Allende,


el curita que entra en el Marrakech de la calle Londres,


el que se da un jalón mientras repella una pared en Darwin,


la neta que canta una rola triste por Las Cruces,


el escuincle que duerme bajo un arbolito agonizante
en la colonia Anáhuac,


el que se acaba de comprar un picadero en la calle Moneda,


el jarcio que ve alejarse la belleza
por la puerta del restaurante Los Delfines,


el vagonero que pega la cara a los cristales
de las tiendas de la calle Chihuahua,


el patrullero de la chota
al que se le hincha la gana un chingo por la Durango
y le enseña la charola a un chato en un vocho para que le dé varo,


la morrilla que zopilotea por la plaza Río de Janeiro,


el mariachi que pregunta por una casa en la calle Guadalajara,


el jarocho que se coloca bien el nudo de la corbata
en la avenida Sonora,


la petacuda que agarra con fuerza su bolso
mientras se pierde en dirección a la calle Cuernavaca,


el matón que huye hacia el norte por la avenida Oaxaca,


el chalán que sube las trapas del Salón Madrid

frente al Palacio de la Inquisición,


el pelado que descarga una caja de mezcal Mano Negra
en república de Venezuela,


el lurias que se rasca su sarna
en la puerta de la iglesia de Nuestra Señora de Loreto,


la araña que se cambia de compresa en un vagón del metro La Raza,


el choncho que acude a su clase en el Ricardo Flores Magón,


el que vuelve de Tlalpan sin que haya podido enchufar una changa,


el tortero que las hace de crema junto a la casa del Lago,


el pingo que mira los voladores de Papantla
del Museo Nacional de Antropología,


la lambiscona que limpia las mesas
de la fonda La Mesonera de la Versalles,


el funcionario que sale del ISSSTE de Tres Guerras
con una chela en la mano,


el ponchado que pregunta por una chamba que no encuentra
en la talachalería La Nacional de la calle Atenas,


el puñal que espera sentado en una caja de frutas
enfrente de El Huequito de la calle Ayuntamiento,


el gandallita que anda armando mitote
en las escaleras del mercado de artesanías de San Juan,


el recadero que carga con una caja de chiles chipotles
por el mercado de Delicias,


el pollero que despacha en la calle Buen Tono,


el güevón que mira el edificio de la CGT en Arcos de Belén
sin que acierte muy bien a saber
si lo están construyendo o destruyendo,


el de tacuche que entra preguntando por tinta amarilla
en una papelería de Mixcalco,


la suripanta que trabaja en un dancing de la colonia 10 de Mayo,


el güero que entra en el hotel Marlowe
de la avenida Independencia,


la tortita que tiende los chones
en el balcón de su casa de Nigromante
esquina con Bolívar,


el que entrega unas monedas
y una bolsa con las obras completas de Eunice Odio
al basurero de la calle Corumba en Lindavista,


el zonzo que se muere por cachorrearse la bata
junto a la fuente del jardín Artes Gráficas en la colonia Doctores,


la vendedora de gorras que pasa la bacha
en su tianguis del callejón de San Nicolás,


el que chifla bajo la torre Pemex de Bahía de Ballenas,


el merolico que transa mota en Canal,


la que mira México desde el helipuerto de la Torre BBVA Bancomer,


todos, todos sufren,


pero al apagar la luz
esperan que una llama mucho más grande se encienda
en la oscuridad.

 

 

Antonio Orihuela. Camino de Olduvai. Ed. Irrecuperables, 2023

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