Vivo debajo de un BíanBí.Por la mañana, al medio día y en la noche,me vigilan caras blancas y
ojos claros,desde lo alto de una terraza con sombrilla que busca un sol que no acaba de salir.
Me miran con la curiosidad con que se mira un pez en la pecera de una tienda.Observan los
raros colores de mis rasgos,las extrañas plantas de mi patio envejecido,con restos de
cemento de la obra que un día quiso ser.Se esfuerzan por comprender las raras palabras que
salen de mi boca.Prueban primero con su lengua materna, luego en inglés,para, en un último
intento, margullar un español ajeno a cualquier acento conocido en este u otro lugar.Lo
intentan. Quieren hablarme para entender cómo alguien como yo, comparte casa con
ellos.Nadie les dijo que, en mi isla, las vistas al mar eran un privilegio de todas las ventanas.Ni
mucho menos que la casita rural,habitaba un barrio sin pintar y justo al lado de un bar lleno de
borrachos, pero locales,sin un visado alemán.Me miran, nos miran perplejas.No entienden
nuestro horario sin empleos.Nuestros empleos sin vida. Servicio fiel y obediente,camarera
complaciente alimentada con sobras,aún ciega fe en la derrota,poniendo cuerpo y cultura a los
pies de su hedonismo,su prometido exotismo, su sí señor ahora mismo,decorado en su postal.
ojos claros,desde lo alto de una terraza con sombrilla que busca un sol que no acaba de salir.
Me miran con la curiosidad con que se mira un pez en la pecera de una tienda.Observan los
raros colores de mis rasgos,las extrañas plantas de mi patio envejecido,con restos de
cemento de la obra que un día quiso ser.Se esfuerzan por comprender las raras palabras que
salen de mi boca.Prueban primero con su lengua materna, luego en inglés,para, en un último
intento, margullar un español ajeno a cualquier acento conocido en este u otro lugar.Lo
intentan. Quieren hablarme para entender cómo alguien como yo, comparte casa con
ellos.Nadie les dijo que, en mi isla, las vistas al mar eran un privilegio de todas las ventanas.Ni
mucho menos que la casita rural,habitaba un barrio sin pintar y justo al lado de un bar lleno de
borrachos, pero locales,sin un visado alemán.Me miran, nos miran perplejas.No entienden
nuestro horario sin empleos.Nuestros empleos sin vida. Servicio fiel y obediente,camarera
complaciente alimentada con sobras,aún ciega fe en la derrota,poniendo cuerpo y cultura a los
pies de su hedonismo,su prometido exotismo, su sí señor ahora mismo,decorado en su postal.
Rebereques para un sueño que se olvidó de dormir. Ed. Zambra, 2024
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