Estoy en la piscina del Oeste.
Estaba en la piscina del Oeste.
Estaré en la piscina del Oeste.
Rememoro
el pan blando y caliente, barato,
0,5 céntimos,
en el supermercado de la diosa dueña del aire acondicionado congelante.
El pan es el corazón bombeando
agua,
harina,
sal,
un día barato en esta vida a ras,
un día hermoso de cielo azul clorado y acera de cuadrícula pegajosa de chicle.
Paseas sin mirar
las construcciones,
las ventanas ,
las habitaciones ,
las casas –caja-cerilla,
las estanterías de madera no barnizada con barras de pan clasificados según el origen de la masa congelada.
Compras uno
Es muy mediodía y ves escaparates.
En la esquina está la mercería con su mercancía para adultos y las etiquetas con precios
en negro y tipografía Arial 36 para los miopes lectores de móviles.
No, no tengo fuerzas para ser una fresa.
Un chico que se pela en la barbería mira atento su reflejo en el espejo.
La barbería es la misma desde siempre.
El barbero se murió dentro.
No tenía hijos.
Se murió dentro.
Creían que dormía en el sofá, que descansaba.
Y no descansaba.
Se murió dentro.
Él no necesitaba descansar porque amaba cortar el pelo y acariciar con la navaja la piel.
Esa fue la sospecha.
No era ver un cuerpo tumbado.
Era el no verlo trabajar.
Se murió dentro.
El local se traspasó rápido y mantuvo la decoración.
El chico recién afeitado se proyecta en el espejo.
Proyecta películas y series en el espejo.
Proyecta una vida que no sea una peluquería inamovible con sofás ataúd frente a un espejo.
No veo tu rostro en el espejo.
Pero creo que podría verlo.
Cerrar los ojos y verlo.
Saber que puedo besarlo.
Porque aún, a pesar de todo,
te amo.
Ágata Navalón. Piscina del Oeste. Ed. El sastre de Apollinaire, 2025
No hay comentarios:
Publicar un comentario