Sevilla no era una sino muchas, pero me costaba trabajo comprender por qué sólo emergía la que gustaba a una pequeña parte de la misma mientras se ocultaba, como basura bajo la alfombra, la que habitaba la gran mayoría... deduje que sólo era puro clasismo, conciencia arraigada de la superioridad biológica, darwinista, de los ricos sobre los pobres aunque, a medida que fui conociendo las miserables calles de San Julián o de la Puerta Osario, también debía contribuir al ocultamiento el deseo burgués de evitar la visión de los deplorables efectos de sus trajines y negocios. Los sevillanos que yo frecuentaba en la mitad sur desconocían o ignoraban voluntariamente la miserable realidad de la otra mitad que no visitaban ni física ni intelectualmente. Si acaso, en sus pinturas y realtos costumbristas los pobres se idealizaban, como en los grabados y relatos que llegaban desde el Rif o de Yebala, sólo aparecían las enternecedoras noticias protagonizadas por moritos buenos. En la pluma y en los pinceles de los artistas más afamados, los buenos moritos sevillanos forman parte del paisaje, como los árboels de las calles, los banocsd e las plaas o los tranvías. Gente inerte que no se hace preguntas, criaturitas, era la forma usual de denominarlos... que se esfrozaban por ser algres a pesar de una vida de trabajo y privaciones... idealizados en su miseria como los niños vagabundos que pintaran Velázquez y Murillo siglos antes, bellos con sus harapos, rapados al cero para no ser devorados por los piojos. Un pueblo leal y sumiso sólo por la gracia concedida de vivir y morir en Sevilla. Desgraciadamente, también había en Sevilla sevillanos malos, moros taimados nacidos en la calle Sol, en la calle Parra o en una cava de Triana: gente deforme e insolente... huelguistas aguafiestas o la caterva de rateros, pedigüeños y sindicalistas que últimamente pululaban por sus calles. Aunque nativos, esos ingratos no eran, no podían ser sevillanos, y como en las provincias vascongadas los maquetos y en Cataluña los charnegos, los indeseables eran mirados con desprecio y puestos a buen recaudo por cuestionar la existencia del paraíso.
Carlos Arenas Posadas. Las sierpes: memorias de un periodista republicano. Ed. Atrapasueños, 2012.
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