Ser inmortal no es ser gran cosa,
desde luego no es ser más que el polvo de las calles,
no más que estar hambriento y recoger bayas
con bandas que disfrutan la primavera de glaciares recién derretidos,
o escribir con una caña en el barro sobre la pelea de un rey y un salvaje,
sobre la pelea que los hizo amigos más allá de la muerte.
Os aseguro que es igual que dorarse frívolamente con la avena loca
sobre los campos de antiguos combates,
igual que convertirse en gotas diamantinas de una vida desmenuzada
mientras la lluvia de una máquina lavacoches
recita el Sutra del Diamante repicando en las ventanas.
Sí, como los camellos que venden relojes
que sólo dan la hora del Despertar,
como niños en motos de colores alegres que se comen
los papelitos del Gran Código confundiéndolos con golosinas.
Así son los inmortales, aunque a veces se paseen incrédulos
con nuevos y sutiles amigos, por el carril separador y no transitado
de las adelfas nevadas
después de un accidente múltiple en la autopista.
Daniel Macías. Neuroguerrilla. Ed. Germania. Colección Voces del Extremo, 2012.
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