Cuando aparece el miedo puedo tocarlo.
Es duro, gris, de consistencia granítica y forma, lenta, lentamente, un muro en torno a mí, un muro circular que se levanta piedra a piedra. Entonces, ahora lo sé, pienso un instante, me digo: "esto es el miedo, el muro, mi muro". Y respiro hondo. Quizá pueda deshacerlo con la magia de mi aliento... Pero no, el muro sigue ahí, en pie, haciéndose sin mí, sin contar conmigo, o mejor, yo no cuento con él, y él se hace, se yergue, se estira de puntillas. Ya solo veo un pequeño círculo azul en el techo. Una especie de pozo y yo soy rana. De vez en cuando pasa una nube, cada vez más lejos y más arriba, porque mi muro no termina nunca de construirse, de levantarse.
...//...
Y yo espero
¿A qué?
A que caiga verdaderamente la noche
¿A que suene cayendo?
...//...
la razón no me entra
Se queda a las puertas golpeando las aldabas, pero nadie abre.
Se oye un cuchicheo detrás de la puerta, una pequeña e íntima revolución, como de personas que discuten si abrir o no abrir. Pero después, cuando la decisión de no abrir está tomada, todos dentro de la casa vuelven a sus labores.
La razón afuera, muerta de frío y de hambre, se sabe por entero inútil.
Habría que buscar otras puertas, o entrar por las ventanas, pero no con la razón, sino con bombas.
...//...
Hay que hacerse fuerte
Mirar la luz. Coagularse de amor.
Que el otro sea siempre el espejo que
al mirarnos, nos refleje.
Hay que gritar alto después de oír lo
que nos dicen todas las estrellas.
Pero, sobre todo,
hay que estar sentados tranquilos.
Pilar González España. Una mano escondida en un cajón. Ed. Germanía, 2002
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