Imaginar la dicha, darle un nombre
y no preguntar más ni detenerse.
Hambre, frío y derrota,
y tempestad, olvido,
la cadena de los días iguales y terribles
bajo climas inhóspitos que ni las piedras sufren:
nada cuenta después sino llegar al término
antes de que te alcance.
–Mira, ―ordeno al hombre que, desconcertado,
exacto me replica en el espejo―.
La ventana se abre a una región distinta.
Aspira la fragancia
de rosas que jamás
se han dado en este clima.
–Son magnolias, diría.
–Son rosas de la orla
de esta miniatura,
donde en la espina ya asignada
una gota destaca en vivo carmesí.
–¿Esas notas de Brahms?
–Tu marcha fúnebre.
¡Ah, Grytviken, Puerta del Sur,
coronada
de gaviotas y palomas!
¿Quién te recuerda ahora?
[Incapaz
de adaptarse a una vida convencional, Shackleton se embarca de nuevo rumbo al
Sur el 17 de septiembre de 1921. Su nuevo barco, el Quest. Le acompañan algunos de los miembros de la expedición del Endurance. En realidad, parten sin un
objetivo definido: la desesperación vital del jefe parece ser el motivo real de
este viaje, el último de su vida.
Al
día siguiente de atracar en Grytviken, el 5 de enero de 1922, Shackleton muere
de un ataque cardíaco masivo. Será enterrado en ese puerto ballenero.
Leonard
Hussey, que ya participó en la anterior aventura, despide el féretro de
Shackleton con la "Canción de cuna" de Brahms, interpretada con el
mismo banjo que tantas veces había entretenido a los prisioneros del hielo.]
Mateo Rello. Meridional asombro. Igitur Poesía, 2013
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