Hoy llegaron los reyes de Salvador,
un libro de poemas donde me recuerda
que cuanto más regale y más ayude
más me regalo y me ayudo, sí,
y también que, como dijo Juan Ramón,
nuestra tarea en este mundo
es hacer un diamante con el trozo de pan duro
que nos da Dios cada mañana.
Leo a Salvador y me alegro
porque leo el descortezado de un leñoso e intrincado
árbol,
y leo la altura moral que anida en esta vocación de
desbastado
y limpieza que mueve a mi amigo.
El otro regalo es una antología sobre su pasión por
Marruecos,
en México se sorprendieron cuando les dije
que Marruecos está a 14 kilómetros de España.
-¿Sólo a 14 km?
Sí, ya, suena demasiado cerca de lo chungo,
y para ellos España es Europa,
es decir, dinero, progreso, civilización
y además te entienden, me dicen.
México antes también era así,
pero no saben qué es lo que ha ocurrido.
En México, todo lo malo del pasado es culpa de los
españoles
y todo lo malo del presente es culpa de los gringos,
y ese atolladero donde viven no sólo tiene
consecuencias históricas.
-¿Sólo 14 km?
Sí, en realidad somos los mismos,
mediterráneos gráciles mirándose con curiosidad
desde las dos orillas,
animándose a cruzar en precarias barcas
aprovechando los numerosos islotes emergentes,
intercambiándose regalos hace más de cinco mil años
los de Morón con los de M’Soura,
las mismas ciudades fenicias y luego púnicas
con sus casas de dos pisos
y sus suelos de tierra batida
pintados de rojo como en Huelva o Tamuda.
Las mismas ciudades romanas
que nada tienen que envidiar a Mérida o Itálica
que no sea el manto de arena que aún las cubre
y por donde voy, caminando sobre la muralla,
orientándome por el volumen de los escombros hacia
el foro,
bajando por una colina en el extremo
que resulta ser el teatro
seguida de otro pequeño valle más allá
donde unos críos juegan al fútbol
y que es a todas luces el anfiteatro
y entre tanto, hombres que no sabes cómo ni de dónde
se acercan corriendo a venderte monedas
hasta que les dices que trabajas para el gobierno
y que eso es un delito.
-¡Me las encontré! Yo no roba, yo no malo nesrani, dicen
mientras los ves desaparecer con la cabeza gacha,
disculpándose.
Bajar entonces también uno la cabeza,
para compartir un poco esa vergüenza que es tener
dinero
donde muchos no tienen nada más que antenas
parabólicas
y ver entonces esas mismas monedas ahí, a tus pies,
ases, denarios, sólidos, dracmas, monedas que, en
efecto,
están aquí enterradas entre las piedras del cardo de
Zilil,
en el fortín de Kuass,
en los qanats del campo de Pinete donde, siendo
niña,
las encontró, sin ser mala, mi abuela Ángela,
descendiente directa de Yusuf Ibn Abas,
el último de los alarifes moguereños.
Monedas que yo di de curso legal a Hassouni,
el amable taxista
que también tenía una niña con nombre de ángel,
y a un guía que quería enseñarme una Tetuán
que yo conocía mejor que él.
-Esta es la puerta de Bab M’Kabar,
por aquí se va al cementerio
y hemos subido por l’Usáa, le decía,
¿no me estarás llevando a las curtidurías
o a la tienda de alfombras de tu primo
con esa magnífica terraza desde la que se ve toda la
ciudad?
-No, no, nesrani, tu ver mercado bereber, único hoy,
solamente este día en semana, mercado bereber…
y con la cabeza gacha, excusándose, llevarme
finalmente
a las curtidurías y a la tienda de su primo.
Agachar de nuevo uno la cabeza,
para compartir un poco de esa vergüenza que es tener
dinero
donde muchos no tienen más que la gracia
que un día pasearon Rinconete y Cortadillo
enseñando Sevilla a otros cándidos turistas.
Levantarla poco después por encima de la ciudad para
ver
cómo las monedas chinas
están construyendo el mayor puerto de África
y la autopista que cruzará el país de norte a sur.
-Europa lo hizo igual con nosotros y funcionó,
le digo a Suky.
-Pero esto no es España,
esto es un polvorín –me dice Hassouni,
mientras pasamos frente a una
de las cientos de residencias palaciegas
que tiene el rey en la costa,
Mdiq, Fnideq, Martil…
a su padre no le gustaba venir aquí,
en los años sesenta un grupo del norte separatista
atentó cinco veces contra él,
no conseguimos la independencia
pero por lo menos antes de aparecer se lo pensaba
dos veces.
-¿Islamistas?
-No, entonces no había nada de eso,
más bien como la ETA.
Dinares argelinos, pienso entonces
financiaron esos sustos.
Monedas.
Cinco duros me dio el Generalísimo cuando me
licencié,
me dice orgulloso el vendedor de cerámicas de Beni
Said.
En Oued Laud, otro hauzi, aún más viejo,
me dice que él luchó en la guerra de España,
todos los magrebíes viejos dicen lo mismo,
yo creo que lo hacen por joder,
porque te ven las pintas
y ya saben de qué pie cojeas.
La guerra de España, sí,
ahora resulta que todos eran unos santos
menos a los que jamás quisieron en ninguna iglesia:
vosotros y los anarquistas.
-¡También me gusta mucho Zapatero!
Bueno, ellos son así de generosos o de inteligentes,
Franco, Zapatero… avellanas amargas
y después cáscaras vacías, ¿no?
mejor monedas,
monedas sin rostros de asesinos,
euros que, como sus dibujos de puentes,
te llevan al rojo esplendor decadente de Fez,
volando
en un fin de semana todo incluido
hasta la mismísima Yemaa Fna
para que puedas hacer de voyeur asustado
desde la seguridad de la terraza de un café.
Monedas sin rostros de tiranos,
euros que, como sus dibujos de puertas,
te llevan hasta la desdichada Chaouen,
que cada vez parece más una sucursal de
Torremolinos,
a la pegajosa Idrissi, transformada
en un mercadillo de chucherías volubilianas
fabricadas en Grecia,
o al lodo gris de cualquier barrio de curtidores
donde tan rápido se aprende la prístina lección
kármica de
“de
buena nos hemos escapado”
y llévese, para olvidarlo, esta chaqueta de cuero
hecha con el cáncer de piel de trescientos buenos
musulmanes.
De puente a puente tiro euros y me lleva la
corriente,
consumista y atroz,
y salto también sobre los pedigüeños,
sobre el cadáver de Don Sebastián
y los sonetos sin par de Francisco de Aldana
perdiéndose en la niebla de Al Qasr Al Kebir
tras el sueño de su señor
tras
tanto acá y allá yendo y viniendo
cual
sin aliento inútil peregrino…
…dó
va, dó está, si vive o qué de él se ha hecho
perdiéndome también yo por el azul de la medina de
Asilah,
buscando el misterioso lavabo del café de Haffa
o el bar del hotel Chellah de Tánger
lleno de putas a cien euros.
-¡Cien euros! –le digo pasmado.
-Mismo precio en España.
Sí, al fin y al cabo,
¿qué nos separa?
14 km.
14 km.
y una alambrada doble de seis metros de alto
electrificada.
Antonio Orihuela. Todo el mundo está en otro lugar. Ed. Baile del Sol, 2011