En la
tumba de un Stalin alauita del siglo XVII
descubro
la trama completa de la ilusoria construcción de mundos,
el
asesinato en masa, la represión, el saqueo, el gulag,
sus
quinientas mujeres, sus doce mil caballos,
su KGB
de ciento cincuenta mil esclavos negros...
-Yo he
levantando esto, que lo derribe quien pueda, dijo
quien
aterrorizó Marruecos hace ya algunos siglos
y en
Meknés, una ciudad en ruinas, me esperaba.
Visito
la tumba de Muley Ismail
y
descubro en la complicada trama de los azulejos del patio
la
representación del grado cero de la realidad,
el
rotundo Hikmat al –îsraq de al Subrawardi,
el
Miguel de Molinos árabe, sólo que adelantado
cuatro
siglos al nuestro en la loca sabiduría de la iluminación.
Al
Buni, Ibn al-Dabbag, al-Sawdi, Ibn al Mará, Ibn Ahlá,
cambian
los nombres y permanece la búsqueda,
místicos,
ascetas, arquitectos, poetas...
en esta
proliferación de formas desprovistas de toda realidad
todos
dicen lo mismo que los azulejos de este patio que habla
de la
unidad de todo lo existente y lo no existente,
lo uno
y lo múltiple, lo oculto y lo manifiesto,
el
dolor y el placer, la existencia y la inexistencia,
la
forma y el vacío, pues todo
se
produce sólo imaginariamente.
-Pero
por si acaso,
respeta
el orden y la autoridad del Sultán, apostilla una voz
que
también aparece entre estos azulejos
por los
que uno puede colarse y aparecer en otro plano
compuesto
también por idénticos azulejos, sólo que ahora
la
tumba de Muley Ismail se ha transformado
en el
Mausoleo de Ibn al-Jatib en Bab al-Mahruq,
un
extraño lugar, sin duda, para quien dijo
al-Manh
al-garib fil-fath al-qarib,
algo
así como que todas las cosas son impermanentes
sólo
que en árabe.
La mano
de Salvador me toca el hombro entonces
para
que sigamos trabajando de turistas
por la
medina de los andaluces en Fez
y
siento como si el paisano de Loja,
ahorcado
en esta ciudad por sus muchas conspiraciones,
viniera
con nosotros
predicando
todo lo que él no cumplió:
-Guarda
tu lengua de malas palabras,
sé
equilibrado tanto cuando das como cuando prives,
no
aceptes la injusticia,
no
abuses del poder,
presta
oídos a aquel que no te pide
ni
cortijos, ni honores, ni fortuna,
ni
negros, ni caballos,
presta
atención a quien raído va
si
todos de nueva ropa visten.
No se
cansa este andaluz exiliado,
asesinado,
enterrado, exhumado, quemado
y
vuelto a enterrar,
que
pasó por el río de la vida
nadando
entre dos aguas difíciles de conciliar:
la
seducción de la riqueza y el poder
y el
deseo de una vida tranquila y espiritual,
de
darnos la chapa camino de Bab Boujloud.
Bajando
por Tala´a sghira nos pregunta por España
quien
huyó de Granada y nunca más volvió,
porque
los paraísos soñados
no
están aquí o allí sino entre las formas laberínticas
de los
azulejos de nuestra imaginación.
Subimos
luego por la Tala´a Kbira
y la
presencia de los muertos se disuelve
en las
lámparas, los vasos, las mil quincallerías
que
exhibe esta empinada calle
sin más
utilidad ni permanencia que la de estar ahí
para
dar a la conciencia un soporte casual,
un
lugar desde donde, como en el café Haffa de Tánger,
podías
ver España desde abajo, como un norte,
y
recorrer ese borde desde lo expulsado, lo rechazado,
lo
excluido que también nos daba sentido y corporeidad
en el
patio de los azulejos de Muley Ismail,
frente
a la tumba de Ibn al-Jatib
o bajo
el árbol intermitente de la Bodhi en Sarnath.
Con un
bocadillo de carne de camello entre las manos
pienso
en el fuerte sueño que es la vida,
el
complejo conglomerado de lo ilusorio que es la vida,
y
luego, sentado en el zoco chico de Tánger,
pienso
en este afán por agrupar lo fragmentario que es la vida,
entre
muerte y muerte,
reunir
lo disperso
y como
en los mandalas de arena, borrarlo todo
una vez
reunido:
Muley
Ismail, Ibn al-Jatib, al Subrawardi,
Miguel
de Molinos, Bashô, Paul Bowles,
Severo
Sarduy, Isabo, Kadakawa Haruki
y hasta
Taneda Santoka
orinando
la nieve
me
recuerdan este arte del escamoteo que es la escritura,
esta
suerte de hueca plegaria
que no
conduce sino a la vacuidad de lo real
y su
cortejo de engalanados espejismos.
Si nada
dicen todas estas señales,
al
menos tenemos las señales, me susurran
mientras
vuelvo a remar
en las
tranquilas aguas del lago de Proserpina.
Un
viejo se columpia en la orilla,
un pez
salta en la charca
y
desaparece
tarde
en la noche
para mi
hermano y para mí
aún la
misma luna.
Antonio Orihuela. Todo el mundo está en otro lugar. Ed. Baile del Sol, 2011
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