Herencia.
(A
mis hijos)
Os
dejo tres poemas inconclusos y algunos versos sueltos,
unas
cuantas caricias para las caídas futuras,
las
palabras de aliento que nunca he pronunciado.
Os
dejo la rabia, preparada para el disparo,
la
vergüenza de mi fracaso envuelta en buenos deseos,
un
cajón lleno de buenos propósitos sin fecha de caducidad.
Os
dejo tres recuerdos amargos que os mantengan atentos,
tres
promesas vacías que necesitan ser llenadas,
tres
preguntas a las que abandonaron las respuestas.
Os
dejo el miedo a punto de ser domesticado,
la
pasión por el futuro con el chupete puesto,
la
solidaridad intacta y con garantía en curso.
Y,
sobre todo, os dejo con un deber:
que
la herencia que dejéis a vuestros hijos
germine
en la revolución que no me atreví a comenzar.
Renuncias.
Nunca
grabé un corazón
en
el tronco de un árbol.
(No
por conciencia ecológica
sino
porque nunca
compartiríamos
el mismo bosque)
Nunca
tallé nuestras iniciales
en
aquel banco junto a la fuente.
(No
por evitar el vandalismo
sino
porque nunca
nos
esconderíamos en los mismos rincones oscuros)
Nunca
me tatué tu nombre
en
el pecho.
(No
por miedo al abandono o a ser un hortera,
sino
porque nunca
disfrutaríamos
el mismo desnudo)
Nunca
te tuve a tiro de beso.
Pero
sí a distancia de verso.
Y
creo que fue lo mejor para ambos.
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