Desde
adolescente me gustaba ir a verla;
con
la revista Pronto en sus manos
me
contaba historias de nuestra familia
o
de los Flores o de los Grimaldi.
Luego
ponía en mis manos una brocha,
un
helado, una factura, un mando roto,
una
llave inglesa...
y
entablábamos largas conversaciones.
De
pequeño solo recuerdo aquel verano
en
el que coincidimos todos los primos en su casa
dormíamos
la siesta con ella
nos
contaba cuentos...
Jugábamos
a encontrar el chocolate
y
si lo cambiaba de sitio
dábamos
de nuevo con él.
Cuarenta
años después, en la misma casa
todos
buscan un recuerdo valioso:
hilo
o seda del ajuar
plata
en los aparadores
algo
dorado de las paredes
y
por los cajones, dinero o joyas.
La
mayoría lo hace de memoria:
muy
buena memoria la de aquellos
que
desde aquel verano
no
pisaban la casa de la tía Benilde.
Tirso Priscilo Vallecillos. Viejos. Ed. Huerga & Fierro, 2019.
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