- No en torre de marfil, sino en azotea alta y abierta a todos- dijo una vez JRJ sobre su estigma de autor aristocrático que perdura hasta nuestros días. Aquel señorito andaluz excéntrico que se paseaba en burro por los campos y marismas de Moguer, le explicó al burrito de nuestras conciencias la realidad de sufrimiento de los niños pobres, los locos, los animales, de los invisibles que nadie mira, ni menciona, y regresaba, como un nazareno entrando triunfante en su pueblo bajo las palmas, abrazando un ramo enorme de vinagreras amarillas según me contó mi tía abuela; con razón los niños le tiraban piedras y gritaban -¡El loco! ¡El loco!- Me ahorro las explicaciones sobre su adhesión a la República, su piso en un Madrid en guerra lleno de huerfanitos amados, bien vestidos y bien alimentados, el profundo dolor del exilio, su negación hasta el día de su muerte a regresar a esa anomalía europea que era España, sus conferencias sobre el "trabajo gustoso", sus escritos sobre su ética estética o su menos estudiada teoría de un "comunismo poético", impregandos todos, siempre, inequívocamente, de su profundo humanismo. ¿Es inmoral que el poeta cree un jardín de palabras, un universo autónomo de belleza, y se dedique toda su vida a cultivarlo y a agigantarlo, guiado por la sencillez y austeridad en lo exterior y el cultivo de lo interior como motto permanente?. Creo que es muy moral, incluso sanador y mágico, crear un universo de belleza para una inmensa minoría, un refugio de belleza entre guerras fratricidas, desigualdad, pobreza, hiroshimas y genocidios, holocaustos y gulags, -¿Es conservador, egoísta, cómplice del statu quo, fragilizar, trascender y divinizar nuestra conciencia a lomos del estado poético?- yo contestaría a la gallega- ¿No es ese delicado y pacífico estado, acaso, el único estado que un hombre que hiciera honor a su nombre debiera defender?
Tolkien respondió, a un periodista que le recriminó por escribir sobre enanos en medioevos inventados cuando la Gran Bretaña de la post-guerra pasaba grandes necesidades y penurias, que eso equivaldría a acusar a un preso por pintar una ventana en su celda. O dicho desde la base moral y racional del imperativo categórico, imaginad un mundo donde todo el mundo hiciera bien su trabajo, con propósito, significado, delicadamente, con ética y estética, borracho de gracia y gloria en su trabajo gustoso. Todo esto me acaba de recordar la siguiente reforma laboral que se aproxima, y que yo también soy exiliado, pero económico, intentando dibujar el loto de siempre sobre estos lodos de siempre, o pintar una ventana, una azotea alta y abierta a todos.
¡Ojalá todos los seres encalen sus azoteas como ésta, con ilusión, con brochazos abundantes y espumosos de nata y arco-iris!
Daniel Macías Díaz.
Fotografía de M. Kauffman. Moguer, 1958. Calle de la Fuente.
Gracias Daniel por este excelente articulo, tan real como la pobreza y tan esperanzador como esa azotea a la que todos deseamos subir a encalar.
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