Pero antes de que todo eso pase, alguien escribe un poema.
Un texto, no otro, un
texto en concreto, un informe, caja negra del mundo, un algo que acompaña, un
dispositivo de palabras que tiene consecuencias, o que se abre en canal para
poder alterarlas, un artefacto de legitimaciones que eligió justificar
determinados modos de vida, o que elige no hacerlo. Eso es lo que escribe, en
el mientras tanto del presente inmediato, justo en el que se escribe también
una poesía dignamente vulnerable pero también capacitada para acompañar
procesos generosos de solidaridad e interdependencia y acciones políticas de
emancipación, custodia y apoyo mutuo. En el corazón de los mil vínculos, eso es
lo que escribe. Y eso, lo que querremos acompañar.
Estamos escribiendo los
últimos poemas de una literatura que está en vías de morir.
Y sin embargo, el
confort, la autojustificación, la parálisis: … poesía europea del primer cuarto
de siglo, jugueteos gratuitos con las sombras del lenguaje, cancioncillas que
entretienen a los amos en los días de viento, vidas adolescentes prolongadas
hasta lo ridículo, ostentación del ego y evasión del mundo, presentismo como
variación de la ceguera, ritmos estupefacientes, bodegones conceptuales
derramándose sobre estáticas naturalezas muertas, narrativas del cinismo y de
la irresponsabilidad, violines en la cubierta del Titánic, exquisitas catas de
vida apenas reservadas para una parte de la población, dispensadores de
dopamina, versos tranquilizantes, subjetividades devoradas por el trauma,
poemas banales para el big data final.
También a nuestros
actuales campos de producción cultural, y específicamente en ese universo
simbólico que llamamos escribir, distribuir y escuchar poesía, se les podría
aplicar el principio, recordado por Lynn Margulis, de que los sistemas de vida
y cultura terminan siendo frenados porque nada es autosuficiente ni nadie puede
comer o respirar sus propios residuos.
En el tiempo en que
empezamos a ser conscientes de estar diciendo adiós a una civilización entera,
¿qué horizontes tratará de saludar hoy nuestra más poesía reciente? ¿Ha entrado
ya en ella, y en los relatos que ideológicamente construye, la esfera de lo que
se muestra inaudito?
¿Qué cantaban, en una
lengua que ya no puede descifrarse, los últimos poetas de la Isla de Pascua,
poco antes que su mundo desapareciera tras la sobrexplotación de sus recursos
naturales? ¿Cómo entonaron sus poemas las gentes del Clovis, antes de
desvanecerse por completo en los basurales de la historia? ¿Con qué versos los
cantores nabateos se despidieron de las ciudades que su pueblo tuvo que dejar
abandonadas y fatalmente atrás? ¿De qué libros querrán acordarse los nietos de
Gary Snyder cuando escalen, por colinas escarpadas, “las cimas venideras” 1?
¿Qué arte acompañará la nueva lucha de clases? ¿Con qué cantos los amantes
saludarán la llegada de los tiempos insólitos?… Avistamos fronteras, colapsos y
abismos, y una belleza terrible ha nacido.
* * *
Y así, aquí hay alguien
que escribe:
“Ay de las épocas en que
sus poetas / comienzan a escribir apocalipsis”.
Enrique Falcón. Las últimas semanas. Ed. Huerga & Fierro. 2023
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