Esta misma conciencia de la nueva naturaleza
mecánica que envuelve al trabajador en la cadena de montaje la recoge Oscar
García en su trabajo sobre la industria aceitunera de Morón, con la diferencia
de que, frente al mundo de los obreros de la FIAT, sus entrevistadas aún
conservan en la memoria el marco de referencia preindustrial de lo que fue su
trabajo antes de la mecanización y la aplicación de las técnicas fordistas a la
producción de aceitunas rellenas. “Las mujeres trabajan de forma coordinada y
al ritmo que marca la máquina y la cinta continua, en una tarea sincronizada
donde se hace necesario trabajar de pie y sin descanso. Estos métodos hacen que
la intensificación productiva y el elevado grado de requerimiento físico por parte
de la trabajadora se mantengan respecto a la época de la fábrica tradicional, a
pesar de que se trabaja a jornal y no a destajo. Así lo explican las
aceituneras: “El trabajo ahora es casi igual de duro que antes… porque ahora
hay que ir al ritmo de la máquina… La máquina corre y te hace correr… se ha
terminado el trabajo por cuenta, pero parece que la máquina te hace ir por
cuenta”. Tan solo el dolor les recuerda que ellas no son autómatas, “son muy
jóvenes, cuarenta y tantos años, treinta y tantos, y todas… a la que no le
duele el cuello le duele la espalda, y a la que no le duelen las
piernas... por eso, ya te digo, nos
repartimos los nolotil como si fueran pastillitas”.
Víctor O. Martín, en su libro sobre los jornaleros
andaluces, también recoge este mismo sentir entre los vareadores de aceitunas
cordobeses “Sí, sí, seguro. Hoy con esas máquinas trabajas el doble… que antes
sin ellas… el doble de trabajo… Ellos (los patronos) decían que las máquinas
venían a paliar el tema del esfuerzo y es al revés, es más que el esfuerzo que
hacíamos antes… no tienes que recoger las aceitunas que recogías antes, ahora
recoges el doble. Es un trabajo muy duro… La maquinaria debe servir para los
dos, no sólo para el patrón… Cuando había bestias, estas tenían que descansar y
entonces descansaba el jornalero también”.
Antonio Orihuela. Ruido Blanco. Ed. La Vorágine, 2018
Cierta o no, corría por Cádiz (Cai) la siguiente anécdota.
ResponderEliminarCuando los yanquis se esclafaron en Rota, prometieron, entre otras cosas, liberar a los poceros de su duro y hediondo trabajo. Ellos instalarían unas máquinas que realizarían tan desagradable faena. Pero no fue así. Tras el "liberador" cambio, los poceros se pringaban igualmente... pero dentro de las máquinas que, claro está, alguien debía mantener... y pagar.
Ja, ja, ja... suena a Bienvendio Mr. Marshall...
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