“La
normalidad se ha roto: ya nada volverá a ser como antes de 2007”, nos recuerda
Emilio Santiago Muiño.[1] Hoy
vamos hacia grandes discontinuidades históricas: el futuro no se parecerá al
pasado –en los decenios próximos menos que nunca. Pero ¿se convertirán estas
perspectivas en conciencia de masas –y conciencia crítica y activa, capaz de
llevar a cabo la clase de Gran Transformación que necesitamos?
A
corto plazo, advertimos perspectivas de descenso energético y crisis económica
prolongada, con elevados niveles de paro y desprotección social. A escala
planetaria, y pese a la tremenda crisis económica que empezó en 2007, la
hegemonía del neoliberalismo apenas ha sufrido quebranto. En este corto plazo
la capacidad para emprender un cambio de modelo socioeconómico es sin duda muy
limitada. Y las perspectivas de colapso civilizatorio no dejan de hacerse más reales
y cercanas. Todo ello aconseja, en mi opinión, una estrategia compleja que
incluiría, en primer lugar, prever
oleadas de “depresión social” y desencanto e ir ingeniando desde ya mismo
formas de “vacunar” contra las mismas…. En algunas dimensiones muy básicas de
las luchas sociopolíticas no hay atajos.
Y el fascismo va a ser –ojalá me equivoque— un peligro constantemente presente
a lo largo de los decenios que vienen.[2]
En
segundo lugar, hemos de potenciar las
iniciativas autogestionadas de construcción comunitaria a todos los niveles.
Sin grandes avances en las dimensiones de igualdad, cooperación y cuidado
resulta difícil imaginar buenas salidas a la crisis presente (o al menos
salidas no tan malas). Construir iniciativas comunitarias de base –siempre que
logren esquivar los peligros del particularismo, el ensimismamiento identitario
y el tribalismo agresivo– resulta esencial en este horizonte incierto. La tarea
de construir espacios liberados debe
sin duda ocupar lo mejor de nuestros esfuerzos.[3]
Y
en tercer lugar, quizá deberíamos practicar una estrategia dual, en el sentido siguiente: por un lado, pelear con
fuerza por las máximas cuotas posibles de poder institucional, para
democratizar las instituciones (buscando esos avances en las dimensiones de igualdad,
cooperación y cuidado). Pero al mismo tiempo, por otro lado, deberíamos no
ilusionarnos con esas perspectivas institucionales y ser bien conscientes de
los muy estrechos límites impuestos al ejercicio de ese poder, y los muchos
condicionantes a que estará sometido.[4] Y
propiciar entonces como mínimo la “tolerancia” de esas nuevas autoridades
electas, y siempre que sea posible el apoyo activo, para formas extensas de
experimentación social poscapitalista autoorganizada desde abajo.[5]
Manuel Casal Lodeiro emplea en estos contextos el símil de permacultura social.[6]
Joaquim Sempere ha teorizado también las acciones
intersticiales –a partir de la doble constatación de que, a comienzos del
Siglo de la Gran Prueba, el capitalismo es a
la vez invencible e inviable.
“El capitalismo desregulado que
impera en el mundo es, en las actuales circunstancias, lo peor que nos podía
suceder, pues las tareas necesarias para salvar la civilización humana
requieren dosis importantes de intervención deliberada en la vida pública,
regulación y planificación (con todos los correctivos que se desprenden de los
fracasos del siglo XX en materia de planificación). Pero no se ve cómo
introducir cuñas en un sistema tan compactamente interdependiente para
introducir regulaciones conscientes. A mí, este sistema capitalista, asociado a
una megamáquina, como decía Mumford, se me aparece como invencible. Sin
embargo, se me aparece tan invencible como inviable: creo que camina hacia su
autodestrucción. Si esto es así, tras la autodestrucción del capitalismo
tecnológico desregulado surgiría la oportunidad de reconstruir una sociedad
nueva desde las ruinas de la vieja. Pero esto sólo sería posible si hubiese una
masa crítica de personas con la suficiente consciencia ecosocial (y la
suficiente mochila de experiencias alternativas previas, aunque fueran modestas
y locales) para tomar el relevo y marcar la dirección a seguir. Si en el
momento oportuno no existe esa masa crítica, la ruina de la megamáquina puede
desembocar en el caos más espantoso, en una ‘nueva Edad Media’ dominada por
grupos armados y mafias que impongan la ley del más fuerte en un planeta
devastado. Por eso creo en las pequeñas acciones, en las intervenciones
modestas para construir desde hoy embriones de futuro en los intersticios de la
sociedad existente. Estas experiencias pueden parecer insignificantes hoy, pero
pueden ser decisivas mañana. El futuro no está escrito en ninguna parte:
dependerá de lo que hagamos desde hoy mismo. Y no debemos despreciar ningún
ámbito de acción: ni esta construcción de experiencias locales que sean
embriones de futuro, ni la acción política, ni la acción cultural, ni el
desarrollo del saber, ni la transformación personal…”[7]
Esto no queda lejos de la
posición de Ted Trainer, el pensador y activista australiano autor de La vía de la
simplicidad.[8] En
una entrevista explicaba:
“Es verdad que
la mayor parte de la gente está atrapada en la sociedad de consumo debido a los
sistemas y estructuras defectuosos que, por ejemplo, obligan a la gente a ir
conduciendo [su automóvil] al trabajo. Pero insisto en que la demanda de la
opulencia es un motor clave en los principales problemas mundiales hoy. Por tanto el principal
objetivo, el grupo problemático más importante no son las empresas o la clase
capitalista. Ellos tienen poder porque la gente en general se lo concede. El
grupo problemático, la clave de la transición, es la gente en general.
Si llegan a ver lo extremadamente inaceptable que es la sociedad
capitalista-consumista, y ven que The Simpler Way [la Vía de la Simplicidad] es la vía a la liberación, el actual sistema sería
abandonado rápidamente. La batalla es por tanto ideológica o de conciencia.
Tenemos que ayudar a la gente a ver que el cambio radical es necesario y
atractivo, de manera que empiecen a construir de forma entusiasta nuevas
economías locales sobre principios principalmente colectivos.
El capítulo 13 de mi libro argumenta que la mayor parte de las
estrategias, incluidas las verdes y rojiverdes, así como las estrategias
convencionales, están equivocadas. El objetivo esencial no es luchar contra la
sociedad consumista-capitalista, sino construir una alternativa a ella. Esta revolución no se
puede conseguir desde arriba, ya sea mediante gobiernos, partidos verdes o
revoluciones proletarias. Sólo puede ser una transición desde la base llevada a
cabo por la gente normal resolviendo cómo puede hacer viables cooperativamente
sus comunidades locales a medida que la economía global fracasa progresivamente
en su suministro.
Los movimientos de ecoaldeas y Comunidades en Transición han empezado
el desplazamiento general, pero iniciativas locales autosuficientes como
huertos comunitarios y permacultura deben ser conscientes de que las reformas
de la sociedad consumista capitalista no pueden conseguir una sociedad
sostenible y justa.”[9]
[1] En la presentación de su
libro No es una estafa, es una crisis (de
civilización), librería Enclave de Libros, Madrid, 17 de diciembre de 2015.
[2] Un fascismo del siglo XXI
que incluiría el reparto autoritario, violento y excluyente de los pedazos de
naturaleza que queden, como ya está pasando a través del expolio de recursos
del Norte a las poblaciones del Sur. Un libro que vale la pena releer: Carl
Amery, Auschwitz, ¿comienza el siglo XXI? Hitler como precursor, Turner/
FCE, Madrid 2002.
[3] En esto insiste, con razón, Jérôme Baschet en Adiós al capitalismo: vale la pena releer con atención todo
el capítulo 5 del libro, lleno de análisis y sugerencias útiles. Por ejemplo:
“La dinámica revolucionaria se inicia aquí y ahora. Las circunstancias
planetarias y, en especial, el ritmo acelerado del ecocidio en curso imponen la
urgencia, al mismo tiempo que la paciencia de quien se prepara como se debe.
Iniciar desde ahora invita a combinar todas las escalas de construcción que pueden contemplarse
o crearse. Las y los zapatistas (pero también otros, como el Movimiento de los
Sin Tierra, en Brasil) han llevado las experiencias de autonomía a una escala
notable, si bien es cierto que siguen estando sometidas a la presión de un
entorno francamente adverso. Pero otras experiencias más limitadas tampoco
pueden desestimarse.
Lo que hacemos y podemos hacer es, bajo todas las
formas posibles, crear espacios liberados. No necesariamente son
espacios físicos ni tampoco son totalmente libres de la dominación capitalista.
Pero basta con que estén en proceso de devenirlo o bien que, siéndolo en parte,
luchen para no dejar de serlo. ¿En qué consisten estos espacios? Para empezar,
sería muy útil darnos cuenta de los espacios (liberados o, de por sí, libres)
que ya tenemos. De hecho, para que la sociedad capitalista pueda reproducirse
ha sido necesario, por lo menos hasta ahora, que subsistan en ella relaciones
sociales no capitalistas. Vivimos en un universo dominado por las normas de la
sociedad de la mercancía, pero nuestros vínculos de compañerismo, de amistad,
de amor, nuestra intimidad y nuestros sueños no se rigen enteramente por ellas.
De otra manera, la vida en el mundo capitalista, de por sí insoportable, se
volvería literalmente imposible. Al tomar conciencia de eso, podemos
identificar los lugares y tiempos en que se están dando relaciones parcialmente
preservadas de las obligaciones del trabajo, la rentabilidad y la competencia,
para colocar mentalmente ahí la bandera que identifica nuestros «espacios libres». Este gesto puede
ayudarnos a tomar conciencia de su existencia, a hacerlos más visibles (para
nosotros mismos) y así defenderlos con más energía, pues están en proceso de
ser invadidos y colonizados por las categorías de la sociedad de la mercancía,
por la angustia del trabajo o del desempleo (hasta el grado extremo de una
succión completa de la capacidad vital, cuando el estrés laboral o el despido
lleva al suicidio), por la preocupación del dinero y los signos visibles del
éxito (en este mundo, uno vale lo que gana), por las estimulaciones de la
pulsión de consumir, por la omnipresencia de las pantallas de la
des-comunicación, por las reglas mortíferas de la competencia (adaptarse o
desaparecer), los estereotipos de vida, la falta de atención a los demás, etc.
Estos espacios que de por sí existen tienen que defenderse, pues van
restringiéndose, al igual que los espacios libres que, en cierta medida, los
pueblos indígenas han sabido mantener, a lo largo de cinco siglos de imposición
colonial, en torno a sus prácticas comunitarias y sus cosmovisiones, y que hoy
en día siguen brutalmente agredidos por los avances del capitalismo depredador.
El primer paso, entonces, sería hacer un inventario de estos espacios libres,
manantiales de una vida no totalmente sometida a la lógica de la mercancía. En
lugar de atravesarlos aprovechando, simplemente, los sabores variados de esas
experiencias sensibles, podríamos transfigurarlos en puntos de apoyo a partir
de los cuales fortalecer nuestro caminar anticapitalista y obrar para la
recuperación de nuestra capacidad de hacer y de nuestra libertad.
A partir de ahí, se puede seguir empujando
alrededor nuestro para contener la presión de la realidad sistémica y ganar más
«espacios liberados», o
para liberar más profundamente a los que ya tenemos. Todas las escalas, por
modestas que sean, son pertinentes. La tarea empieza desde lo personal, lo
familiar, los pequeños colectivos que podemos formar con algunos vecinos o
compañeros, hasta los grupos u organizaciones más amplios. Todas las prácticas
que permiten reducir el peso de la lógica de la mercancía son valiosas, al
igual que todas las formas de desobediencia que demuestran que el automatismo
del conformismo social y de la pasividad no es la única vía posible” (Baschet, Adiós
al capitalismo, op. cit., p. 148-150).
[4] Más de tres decenios de
vigorosa construcción de institucionalidad capitalista neoliberal han creado en
casi todas partes estructuras blindadas contra el cambio –como los
“ayuntamientos del cambio” en España, por ejemplo, han aprendido dolorosamente
en sus propias carnes desde 2015. Se peguntaba Alfredo Apilánez:
“¿Existe
alguna posibilidad de revertir los procesos de aguda expropiación financiera a
través de las palancas institucionales? Carlos Fernández Liria, uno de los
fundadores de Podemos, piensa que sí: ‘Algunos pensamos que a ese caudillismo
del capital financiero es posible aún pararle los pies por vía parlamentaria’.
Desgraciadamente, y lo anterior debería servir de fundamentación de la
divergencia, no comparto en absoluto éste optimismo. La apelación a ‘pararle
los pies’ al capital con reformas legales choca de lleno con el ‘talón de
hierro’ con el que la dictadura de la ‘renta financiera’ ha triturado las
palancas de la soberanía nacional. En las sabias palabras de Miren Etxezarreta
del Seminari Taifa de Economía Crítica: ‘No mandan los políticos, hay poderes
fácticos mucho más importantes detrás. Hay que innovar en las maneras de hacer
política y de transformar la sociedad. Crear partidos nuevos no supone otra
cosa que volver a lo viejo, a las formas de los siglos XIX y XX, y a reforzar
la dinámica del capitalismo que queremos cambiar’.
Pugnar
por arrancar migajas al poder real a través de las instituciones sólo puede ser
fuente de frustración y de desactivación de las potenciales efervescencias
populares, anestesiadas con la falsa expectativa de realizar cambios en el
statu quo. Implica asimismo ignorar la evidencia de la desaparición definitiva
del capitalismo keynesiano, fenecido
cuarenta años atrás, cuando el embate neoliberal hizo saltar por los aires el
sueño reformista-socialdemócrata de pacto social basado en la redistribución de
rentas, el pleno empleo y la ampliación del Estado del bienestar. Habrá que
buscar pues otras vías, ya que debería resultar meridianamente claro que sin un
sistema económico radicalmente diferente será imposible evitar el lúgubre pero
certero diagnóstico del filósofo greco-francés Cornelius Castoriadis: La
sociedad capitalista es una sociedad que corre hacia el abismo, desde todos los
puntos de vista, porque no sabe autolimitarse. Y una sociedad verdaderamente
libre, una sociedad autónoma, debe saber autolimitarse”. Alfredo Apilánez, “¿De qué hablamos
cuando hablamos de financiarización?”, ponencia expuesta el 12 de noviembre de
2016 en el marco de la jornada “Financiarización y consumo: el asalto de las
finanzas a la vida cotidiana” organizada por AICEC-ADICAE. Luego en rebelión, 19 de noviembre de 2016; http://www.rebelion.org/noticia.php?id=219352
[5] Algunas sugerencias para las
dos patas de esta estrategia dual de transición en sendos números de la REC (Revista
de Economía Crítica) monográficos sobre Pensar
la transición, coordinados por Óscar Carpintero y Jorge Riechmann (num. 16
y 17, publicados en 2014). Así como en el volumen coordinado por Jorge
Riechmann Alberto Matarán, y Óscar Carpintero
Los inciertos pasos desde aquí hasta allá: alternativas
socioecológicas y transiciones poscapitalistas. Univ. de Granada/ CICODE,
2014. Y especialmente (por su complementariedad con lo expuesto en este
capítulo) el capítulo 1 de este último libro: “Cómo pensar las transiciones
poscapitalistas”.
[6] En una entrevista, el
activista gallego de Véspera de Nada sostiene
que ayudar a construir el poder ciudadano desde las instituciones locales es conveniente,
“por dos motivos principales. Primero, porque es más eficiente energéticamente.
Es decir, que si no tenemos que malgastar energías luchando contra el
Ayuntamiento, podremos dedicarlas a la mejora de la resiliencia, a proyectos
reales… Segundo, porque siempre tienen a su disposición una serie de recursos
(físicos, económicos, de alcance social y mediático…) que nos vendrían muy bien
para acelerar la transición y realizarla más suavemente. En resumen, pueden
ayudar de dos maneras básicas: no poniendo frenos (legales, burocráticos,
económicos, políticas en sentido opuesto…) a la transición liderada por la
ciudadanía, y en un segundo nivel, poniendo sus recursos al servicio de esa
transición dándole una cobertura lo mayor posible.
Este
optar por aprovechar las instituciones creo que encaja muy bien con los
principios de la permacultura. Es decir, tenemos un factor de innegable
relevancia en nuestro ecosistema sociopolítico, que está ya ahí, que son los
ayuntamientos, que no podemos controlar del todo, pero que podemos estudiar
cómo aprovechar e influir en su funcionamiento para que nos ayude a cumplir los
objetivos del conjunto del sistema que queremos diseñar. O sea, no ser tan
ingenuos como para apostarlo todo a esa carta (sería equivalente en la analogía
permacultural a optar por un monocultivo con agroquímicos) ni tan puristas como
para renunciar a usarlos y sacarles partido a la hora de construir resiliencia
local (equivaldría a echarse al monte a comer bellotas abandonando los campos
de cultivo). Yo lo veo como una aplicación posible de la permacultura social…” Manuel Casal Lodeiro, “La izquierda ante el colapso
civilizatorio” (entrevista), El Topo, Sevilla,
14 de junio de 2016; http://eltopo.org/la-izquierda-ante-el-colapso-civilizatorio/
[7] Joaquim Sempere
entrevistado por Nuria del Viso, Rebelión,
16 de diciembre de 2016; https://www.rebelion.org/noticia.php?id=220492
Sobre la transformación
personal, Sempere apunta en la misma entrevista que, además de practicar “por un lado, la lucha política (en sentido amplio) para
detener la carrera hacia el abismo, tratando de influir en la cultura, en la
vida pública, en la política, para encaminar nuestras sociedades hacia la
sostenibilidad”, también es necesario “por otro lado, adoptar personalmente, y
con la gente que te rodea, estilos de vida congruentes con la consciencia de la
crisis, tratando de reducir el impacto ecológico propio: andar, ir en
bicicleta, viajar poco o nada en avión, prescindir del coche particular,
instalar fotovoltaicas, vigilar lo que comes y lo que consumes en lo que atañe
al despilfarro de recursos y energía, etc. El cambio personal de estilo de vida
no resuelve el problema, que es de dimensiones colectivas inmensas, pero
determina la ejemplaridad de la conducta adoptada como conducta deseable: en
este sentido tiene que articularse con la acción política contribuyendo a
señalar el camino correcto. Y a la vez, es una manera de avanzar en calidad de
vida congruentemente con la toma de conciencia del desastre ambiental”.
[8] Ted Trainer, La vía de la simplicidad, Trotta, Madrid
2017.
[9] Ted Trainer, “El problema
es el capitalismo consumista” (entrevista), Espai
Marx, 20 de octubre de 2016; http://www.espai-marx.net/en?id=10171
. La entrevista prosigue:
“No
se conseguirá nada significativo y duradero a no ser que se entienda claramente
que nuestros esfuerzos en estas iniciativas locales son los primeros pasos para
una sustitución final de la sociedad actual por otra no dirigida por las
fuerzas del mercado, el beneficio, la competición, el crecimiento o la
opulencia. Esta conciencia está lejos de ser lo suficientemente evidente en las
actuales iniciativas verdes. Así que, izquierdistas, ¿queréis libraros del
capitalismo? Entonces la cosa más subversiva que podéis hacer es uniros a
movimientos de comunidades en transición... y trabajar para ampliar su muy
estrecha y completamente reformista visión para incluir el librarse del
capitalismo... y el crecimiento y el mercado y todo/cualquier interés en la
opulencia o las ganancias.”
En cuanto a su propuesta de The Simpler Way, en la misma entrevista
la sintetiza en los siguientes términos: “La Vía de la Simplicidad es
una visión de una sociedad basada en estilos de vida no opulentos con economías
locales básicamente pequeñas y muy autosuficientes bajo control participativo
local y no dirigidas por las fuerzas de mercado o la búsqueda del beneficio y
sin crecimiento económico. Debe haber un enorme cambio cultural que nos aleje
de la codicia competitiva individualista”.
En otra entrevista Trainer sintetiza: “Hay tres elementos principales para entender lo que
está sucediendo en el mundo. Estamos utilizando muchos más recursos de los que
deberíamos. La cantidad de producción y consumo es totalmente insostenible y se
puede documentar detalladamente mirando gráficas de extracción de minería,
petróleo, pesca... En los últimos años se ha producido un aumento increíble en
el consumo en general. Por eso tenemos que decrecer. Tenemos que diseñar otro
modelo donde podamos seguir viviendo bien, pero al mismo tiempo, que la
cantidad de recursos consumidos per cápita sea mucho más pequeña en
comparación con la actualidad. Por otro lado, tenemos la economía global que
solo se centra en la sobreproducción y el sobreconsumo. Es ridículo. Todo se
enfoca hacia el crecimiento, los mercados deciden lo que sucede con la
población y los ricos se hacen más ricos y los pobres cada vez tienen menos.
El
segundo elemento importante de esta idea es que no hay múltiples alternativas.
Todo pasa por crear una ‘vida simple’. Esto implica niveles de consumo de
recursos muy bajos, niveles de autosuficiencia muy elevados a nivel local,
economía local, autogestión local, y producción en función de las necesidades,
no de los beneficios. Estos elementos no son discutibles. Es una vida sencilla
donde tendrás comida, tiempo, actividades y acciones con la comunidad. Ninguna
persona tiene que estar sola o aislada. Tampoco habrá problemas de seguridad
relacionados con el desempleo ya que no habrá desempleo. Es una sociedad donde
se detectan las necesidades productivas que existen y se busca a las mejores
personas para realizarlas. Es una manera muy sencilla de organizar una
alternativa real.
La
tercera parte de la historia es que intentamos confeccionar una estrategia para
la transición entre los dos modelos para que la gente pueda venir aquí, a las
huertas comunitarias, a los pueblos en transición para participar y construir
en ellos. Con el tiempo esta alternativa se volverá mainstream, ya que
cada vez más gente se quedará sin empleo. La gente será empujada por el sistema
actual hacia esta alternativa. Si tenemos suerte, habrá veinte años para
organizar todo el trabajo que nos queda por delante, publicitarlo y volvernos mainstream.
No podemos distraernos. La dificultad más grande: la gente tiene que
cambiar y dejar de valorar la calidad de la vida en términos de riqueza
material y posesión y pasarse al modelo alternativo. Es muy difícil. Por eso
tendremos que trabajar duro para lograr que se entienda esta nueva visión…” Ted
Trainer (entrevistado por María Rúa), "El ejemplo más completo e
ilusionante en términos de un mundo sostenible, justo y pacífico es el de los
anarquistas españoles", web de Viento Sur, 7 de junio de 2017; http://www.vientosur.info/spip.php?article12672
Jorge Riechmann. Otro fin del mundo es posible, decían los compañeros. Sobre transiciones ecosociales, colapsos y la imposibilidad de lo necesario. MRA Ediciones. 2019
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