Hace ya algunos años
que Andrés Trapiello, en Las
armas y las letras. Literatura y Guerra Civil 1936-1939, señalaba que la
guerra civil no fue una guerra entre dos Españas, sino la imposición de dos
Españas minoritarias y extremas para acabar la una con la otra, y frente a
ellas, rescataba una vieja idea de Salvador de Madariaga, quien en su libro España, se sacaba de la chistera una
pretendida tercera vía que se habría abierto paso entre el fascismo y el
comunismo, representada por la figura de Francisco Giner de los Ríos y que
reivindicaba una España hecha a imagen del institucionalismo y el krausismo que
Giner abanderó toda su vida. La idea la recogerá Vicente Cacho Viu, que
publica, en 1962, Las Tres Españas de la
España contemporánea, librito en el que después de criticar el marxismo y
el tradicionalismo reaccionario, concluye que el krausismo, en tanto ideología
heterodoxa de una facción de la burguesía que trató de aunar el socialismo con
el liberalismo, también concluyó con un rotundo fracaso que él escenifica en
las personas de Giner, Ortega y Azaña. Trapiello recoge el guante cuarenta años
después, pero por los adjetivos que utiliza, esa Tercera España que en los
casos de Madariaga o Araquistáin (que también había escrito sobre ella) no
dejaba de ser una invención de la derecha tecnocrática de los sesenta para
distanciarse del nacionalcatolicismo, vendría ahora a estar compuesta por esa
élite intelectual desideologizada, satisfecha, pedante, vanidosa y entregada a
lo que el poder le requiera a cambio de ejercer desde él la hegemonía cultural.
La
operación de la Tercera España, si tiene algo de original, es que es hija de su
tiempo, es decir, es propia de la ideología postmoderna que nos vive, y es
necesaria para que la casta intelectual, hoy reducida a todólogos televisivos y tertulianos radiofónicos, pueda justificar
sus servicios mercenarios a las líneas editoriales que imponen los grandes
grupos de comunicación, a los que se pliegan y para los que trabajan de forma
acrítica con jactanciosa presunción, y
el fenomenal engreimiento de quien olvida que sus opiniones son reclamadas no
porque sean suyas sino porque son las opiniones de la ideología dominante. Una
intelectualidad, en suma, puesta al servicio del mercado y de esa farsa
democrática con que los partidos dinásticos volvieron en 1977 al sistema
canovista de la Restauración.
Antonio Orihuela. Ruido Blanco. Ed. La Vorágine, 2017
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